Irmalicia Velásquez Nimatuj
Pedro Castillo, el presidente del Perú destituido, detenido y acusado de rebelión, conspiración, violador de la constitución, destructor del Estado de Derecho y hasta de “incapacidad moral permanente” al intentar disolver a uno de los congresos más corruptos de América Latina, terminó siendo destituido por ese mismo congreso de manera inmediata, con el respaldo de la oligarquía nacional e internacional, el ejército, los monopolios de los medios de comunicación, entre otros poderes legales e ilegales que pululan alrededor de la riqueza que aún poseen los territorios de ese país. En el fondo, la pelea por el poder político no es más que la lucha por el control y la distribución de esos recursos y la repartición de las ganancias que generan, esa es una de las causas fundamentales que está detrás de la tragedia peruana. Ahora, con el apoyo del poder judicial, Castillo fue condenando a 18 meses de prisión provisional.
Lo que los pueblos del Perú están viviendo debe analizarse más allá del discurso oficial de la prensa afin al capital que, desde Lima hasta El País de España, se han enfocado en diseminar que Castillo atentó contra la institucionalidad, la democracia y que “logró sembrar el miedo durante horas y revivir en los peruanos los peores ecos del pasado” (El País 07/12/22).
Castillo fue acosado desde el primer día que tomó posesión en julio de 2021; el congreso, que buscó disolver, nunca le permitió gobernar y le plantó una guerra sin cuartel sacándose de la manga cualquier indicio que fue dimensionado o distorsionado; durante su mandato las fuerzas limeñas que posee el poder se negaron a negociar con él, de hecho nunca lo respetaron ni como ser humano menos como presidente, por eso, la fascista elite peruana que se asume heredera directa del colonial virreinato fueron minándolo de múltiples formas, acusándolo de ser el “cabecilla de una mafia enquistada desde Palacio” (El País 23/10/22) hasta denigrarlo, como lo hizo el barrio San Isidro, una de las áreas de clase alta de Lima, quienes con arrogancia y desprecio lo nombraron “persona no grata”, dado que para ellos, un maestro rural nacido en la sierra, no podía bajar y llegar a Lima convertido en presidente. La condición de clase y etnia pesan en Perú, y Castillo no es uno de ellos y a pesar de ganar la presidencia, nunca lo será.
Sin duda, Castillo falló en no organizar a las bases políticas que lo llevaron al poder desde antes de tomar posesión -que son las que ahora están en las ciudades y calles defendiéndolo-, a pesar de que se postuló con un partido de izquierda, con el que rompió, no pudo obtener ese apoyo y tampoco tejer alianzas estratégicas entre las diversas regiones rurales del Perú que fueran capaces de defender sus propuestas y sobre todo, que pudieran detener las políticas de los capitales nacionales y trasnacionales, que son las que sostienen al congreso y a la corrupta institucionalidad del Perú que ahora es defendida por las voces conservadoras y verdaderamente corruptas de América y Europa.
Fuente: [elperiodico.com.gt]
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