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Sobre la naturaleza etnoclasista de un proyecto político que no les pertenece ni a los indios ni a los ladinos.

Estos insufribles “días de la patria” los estoy pasando en Costa Rica, en donde el militarismo no se asocia con el civismo de los escolares que salen a la calle a desfilar conmemorando la Independencia. Aquí, ese desfile se asemeja más a un carnaval que a la ridícula parada de milicos que se hace en Guatemala, en donde más que alegría producida por el conocimiento del hecho histórico, lo que hay es huera solemnidad y falsa circunstancia.

El ciclo independentista regional va de 1810 a 1830, con la excepción de Cuba y Puerto Rico, que se independizan en 1898. Aprovechando el vacío de poder que la ocupación napoleónica había provocado en España, los criollos deciden inventar países basados en los límites de sus haciendas y no pagarle más impuesto a la Corona. Se sentían más de aquí que de allá, porque allá no tenía propiedades y aquí poseían tierra e indios en abundancia.

[stextbox id=»alert»]La Independencia sería “nuestra” si la nación criolla hubiera incluido a todos en su proyecto económico. Pero como no lo hizo y la mayoría ha sido excluida del trabajo y de la educación, es decir, de la ciudadanía, esa “independencia” sigue siendo sólo la de los criollos. La nuestra está pendiente. Forjándose en silencio.[/stextbox]

En donde hubo guerra de Independencia, los criollos usaron a indios y mestizos como carne de cañón. De hecho, el único líder independentista mestizo fue José María Morelos y Pavón, en México. Los demás fueron todos criollos, empezando por Simón Bolívar, el gran visionario que concibió la Independencia como el primer paso para consolidar un solo país latinoamericano y que fue traicionado por sus amigos, quienes no pudieron ver más allá de sus fincas y de su mentalidad finquera. La Independencia fue, pues, un proyecto político criollo. No indio ni ladino, ni mestizo ni negro, ni mulato ni zambo.

Consistió en un acomodo del poder político en manos criollas. Por eso, la estructura del modo de producción colonial no cambio ni para los indios ni para los mestizos. No cambió para nadie que no fuera criollo. Es decir, que no tuviera tierra e indios en propiedad, los cuales les habían sido dados a sus abuelos en calidad de botín por sus “hazañas” en la guerra de conquista.

Después, cuando paulatinamente los criollos fundan las naciones latinoamericanas y crean poco a poco los imaginarios patrióticos (himnos, banderas, escudos de armas), le endilgan a las masas la “gloria” del independentismo, como si aquel hecho hubiera beneficiado a todos. Por medio del sistema educativo y la propaganda, las masas interiorizan la escala de valores de los criollos y llegan a creerse la versión que les ofrecen sobre que todos nos beneficiamos con la independencia de España y que desde entonces “somos libres”.

Según esta lógica, antes éramos esclavos y desde 1821 ya no lo somos. Nada se dice de que antes de ese antes, estas tierras no estaban ocupadas por invasores extranjeros ni de que fueron los abuelos de los grandes próceres independentistas quienes conformaron las bases para que nuestra sociedad se desarrollara como lo ha hecho hasta la fecha. Cierto es que aproximadamente desde 1200 hasta 1524, la población precolombina de lo que habría de ser Guatemala, vivió en perenne estado de conflicto militar, pues los quichés protagonizaron un proyecto imperial sojuzgando a sus vecinos, sobre todo a los cachiqueles, el cual finalizó sólo por la llegada de los españoles. Pero esta es otra historia; una que quedó truncada porque se impuso otra: la que llevó a “nuestra” Independencia de España.

La Independencia sería “nuestra” si la nación criolla hubiera incluido a todos en su proyecto económico. Pero como no lo hizo y la mayoría ha sido excluida del trabajo y de la educación, es decir, de la ciudadanía, esa “independencia” sigue siendo sólo la de los criollos. La nuestra está pendiente. Forjándose en silencio.

Mario Roberto Morales
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