Legalizar la militarización de la seguridad interna es autorizar nuestro asesinato.
Por desgracia estoy en Guatemala este año para las fiestas de Independencia. De esa cuenta, mientras escribo, los redoblantes que les marcan el paso militar a escolares de planteles civiles me sube la bilirrubina y me hace explotar la testosterona. Para colmo, pasan los del Adolfo Hitler, digo, Hall corriendo y gritando frases de autoafirmación superiorista, imitando con orgullo “nacional” a sus admirados marines. Los imagino de pronto haciendo un alto abrupto en su carrera para destrozar vitrinas de comerciantes opositores y golpear con brutalidad a indígenas, mendigos y peludos, pintarrajeando casas con el adjetivo ¡Comunista!
Por la tele, el presidente militar del país insta a refrendar reformas a la Constitución a fin de que el Ejército cuente con “leyes claras” para proteger al ciudadano de los delincuentes. Lo mismo hizo Hitler para “proteger” –con la ley en la mano– al pueblo alemán de los judíos. Y me digo: el poder es, primero, económico, luego se institucionaliza políticamente y por último se traslada a los dominados en forma de preceptos ideológicos que conforman la verdad dominante oficializada, envuelta como verdad de todos. Así, habiendo sido la Independencia un proyecto criollo que dejó fuera a indios y a ladinos, lo asumimos como nuestro. Y cuando los dominados abrazan como suyo un proyecto ajeno (como militarizar la seguridad interna), lo legitiman y, con ello, autorizan al poder para que los elimine como opositores de la verdad aceptada. Eso hizo el pueblo alemán con Hitler. Lean La psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich.
Cuando veo a los estudiantes del Hall trotando, gritando y celebrando un culto agresivo a la fuerza bruta –con lo cual intimidan al transeúnte que pronto podría ser agredido por ellos ya en su calidad de “juventudes patrióticas” o fuerzas de choque encargadas de neutralizar al “enemigo interno”–, veo que está naciendo el fascismo frente a mi casa. Porque el “enemigo interno” empieza siendo el delincuente común y acaba tornándose el ciudadano corriente que no acepta someterse a una lógica autoritaria de poder político. ¿Emularán las “juventudes patrióticas” a las tropas de Pinochet sacando “comunistas” de sus casas para ir a torturarlos y fusilarlos al estadio Mateo Flores, cuyo ambiente imagino agitado por un ir y venir de torturadores del trabajo a su casa y de su casa al trabajo? Si los autorizamos, claro que lo harán.
El proyecto de país de la derecha oligárquico-neoliberal pasa por repetir la lógica chilena de imposición del neoliberalismo: instaurar una dictadura militar, limpiar de opositores el ambiente, convertir el Estado en un cuartel que administre la ley del capital oligarca y aterrorizar a la población civil para que no proteste por el desempleo y la miseria que implica imponer las medidas de Friedman y sus Chicago Boys. Así, para obtener de la masa la legitimación del fascismo, el gobierno militar le vende barato el nacionalismo criollo como suyo y le adjunta las reformas a la Constitución para que el Ejército pueda diezmarla con la ley en la mano. La masa refrenda con fogosos desfiles y antorchas nazis.
Pequeños, medianos, grandes empresarios y clase media asalariada: la militarización de la seguridad interna es la plataforma del fascismo. Contribuir a legalizarla es autorizar nuestro asesinato. No caigamos en la trampa hitleriana de cavar la propia tumba.
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