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Carlos López

Por más que la rancia oligarquía guatemalteca trató de dar el sarpazo final mediante lawfare para desgastar, cansar, desprestigiar al Movimiento Semilla —algo nunca antes visto contra ningún contendiente por el poder— y favoreció a Sandra Torres, el pueblo guatemalteco ya empezó a despertar y el domingo 20 de agosto inundará las casillas electorales para provocar un tsunami de votos en favor de Bernardo Arévalo, para empezar a cambiar el estado putrefacto que, de manera paulatina, se ha ido deteriorando.

La decisión de llevar a cabo la segunda ronda electoral no es una graciosa concesión del gobierno; se va a realizar a pesar de éste, por la presión popular y por los dictados del imperio estadunidense, la Unión Europea y otros organismos que no quieren perder sus intereses en el país. Alejandro Giamattei y sus secuaces no pueden garantizar la limpieza, ni la imparcialidad en las elecciones —con lo cual cometen el mayor delito contra el pueblo, al no respetar ni su derecho al voto—; corresponde a los electores vigilar los comicios y estar atentos los días subsiguientes para no dejarse arrebatar el triunfo.

Hoy más que nunca hay que reivindicar el término unidad, que se desgastó por tanto uso demagógico. Es la hora de la convergencia, de anteponer cualquier interés de grupo o personal. Se trata de la lucha por la patria y ante este afán superior debe haber claridad y actuar en consecuencia. El voto de cada uno vale para rescatar la democracia. Cualquier cosa que se haga para vencer en sus términos a la narcocleptoteocracia es buena; una de las más efectivas es la transmisión de boca en boca de que un nuevo estado de cosas es posible, que hay espacio para la esperanza; otra, no menos importante, es que el día de las elecciones cada uno lleve a alguien más a las urnas y que éste lleve a otro, que se forme una cadena de convencidos de la necesidad del cambio.

Es urgente derrotar a la corrupción, la injusticia, la desigualdad, el despojo de los bienes de los pueblos originarios, la entrega de los recursos nacionales al extranjero, la ignominia, la mentira, la opresión, la falta de libertades, de oportunidades. El pueblo está harto de la simulación de democracia, de que todo lo quieran resolver con base en bendiciones; ya no quiere soluciones místicas, metafísicas. Es necesario volver al estado laico en todos los órdenes de la vida, con respeto a la diversidad, a la inclusión, a los derechos humanos. Esto sólo se conseguirá con un gobierno honesto, transparente, responsable, que combata la pobreza, que fomente la educación gratuita, laica, crítica, humanística, liberadora.

La lucha es desigual, pero no imposible. El pueblo ha resistido todos los embates de la oligarquía (hasta los de la naturaleza) durante siglos; ya no tiene nada que perder, pero sí mucho que ganar; en sus manos está la transformación; la decisión consciente de cambiar marcará la diferencia en esta contienda tan atropellada por el cooptado Poder Judicial, por todos los medios de manipulación y desinformación al servicio del sistema, por el aparato religioso vendido al mejor postor, por la universidad que guardó sospechoso silencio ante este parteaguas histórico.

Hoy más que nunca hay que reivindicar el término unidad, que se desgastó por tanto uso demagógico. Es la hora de la convergencia, de anteponer cualquier interés de grupo o personal. Se trata de la lucha por la patria y ante este afán superior debe haber claridad y actuar en consecuencia. El voto de cada uno vale para rescatar la democracia.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos López