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A los ojos de un niño

Carlos Aldana Mendoza
carlosaldanam@gmail.com

Un niño de 10 años, en una conversación de esas que estos días de tiempo compartido nos permiten, me expresó lo siguiente: “Este país sería uno de los más lindos del mundo, pero tiene dos problemas: la pobreza y la violencia. Ah!, y tiene otro que se relaciona con esos otros dos: la corrupción”.

A los ojos de este y de miles de niñas y niños guatemaltecos, nuestro país podría estar entre lo mejor del planeta, así lo sienten. Y eso es esperanzador, porque saben que el potencial humano, cultural y natural lo tenemos. En su interior está ese amor y cariño que surge de su filiación al hogar de todos, pero que pareciera que con el paso de los años va perdiéndose o reduciéndose a lo que sentimos cuando juega la selección de futbol.

Sin embargo, lo más relevante es que ya sea muy visible a los ojos de un niño de esta edad, la presencia de esos grandes males. La pobreza, no como un designio o un destino, sino como la consecuencia de una injusta y desigual configuración del Estado, y como una expresión absoluta de cómo se ha negado el desarrollo y el acceso a la vida digna a quienes descienden de aquellos a quienes se les arrebató y les negó lo mismo durante toda nuestra historia. Pero nuestros niños, niñas y jóvenes tienen derecho a saber que esa pobreza ha sido creada, que es estructural, que es más empobrecimiento que pobreza sola, porque es un proceso que se va agravando siempre la vida de los más pobres. También tienen que saber que mucha de la riqueza concentrada en pocos (como una burla frente a millones de empobrecidos) no ha sido solo consecuencia del trabajo esforzado, honrado y digno, sino por actos deshonestos y por ese tercer elemento que menciona este niño.

Qué triste que los ojos infantiles sean tan tempranamente afectados por la violencia en todas sus formas, principalmente aquella que sufren en sus espacios más cotidianos, como la familia o la institución educativa. Pero la están presenciando en la vida social, con sus serias consecuencias en la manera de comprender y sentir el mundo al que pertenecen. La violencia de las calles ya impresiona más que la de las películas o las series de televisión, o la de los videojuegos. La realidad supera la ficción y eso no es un juego.

Se culpa a la gente pobre de la violencia, pero la evidencia indica que no toda la gente pobre comete fechorías ni todos los malhechores son necesariamente pobres. La pobreza es ya en sí una violencia porque está hecha de negaciones y discriminaciones. Hay que tener claro que invertir en la prevención de la violencia es principalmente invertir en el desarrollo integral, justo y digno de las personas.

Y el tercer elemento, la corrupción, ya tiene bastante presencia en la mirada de adultos y niños, pues gracias a nuestros anteriores gobernantes, ocupa un lugar en la discusión y sabemos más ahora que nunca que todo quetzal robado es un quetzal negado para el desarrollo social y para la prevención de la violencia. En otras palabras, nuestros niños, niñas y jóvenes deben saber que los funcionarios y empresarios que han sido parte de los actos de corrupción más famosos en nuestra historia reciente son tan responsables de que nuestro país no sea uno de los más bellos del mundo como aquellos que en la historia construyeron las bases de lo que sufrimos hoy.

Esta educación debe tener el propósito básico de que nuestras jóvenes generaciones empiecen muy temprano a sentir la necesidad de construir otra realidad. Que la interioricen ya.

También tienen que saber que mucha de la riqueza concentrada en pocos (como una burla frente a millones de empobrecidos) no ha sido solo consecuencia del trabajo esforzado, honrado y digno, sino por actos deshonestos…

Fuente: Siglo21 [www.s21.com.gt]

Carlos Aldana Mendoza
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