Y nuevamente tuvo lugar lo que se había prometido ya no sucedería. Volvió a besarle… nuevamente sin ser correspondida. Se encontraba allí consigo misma, sintiéndose patética por resentirle el no amarla. Recriminándole su presencia en ausencia. Repasó el palpito en su entrepierna por aquellos besos clandestinos en el interior de un corredor público. Especuló que aquella remota pasional experiencia que, sin preverlo, reactivó el sobresalto cardíaco, aquella que le consintió experimentarse viva de nuevo, sería algo imperecedero. Pero los finales felices solo existen en el imaginario de los ingenuos eternamente románticos. La vida resulta una espiral que generalmente acarrea caminos espinosos, dolorosamente edificantes.
Se sorprendía constantemente intentando justificarle, justificarse, culpándole, culpándose… deseándole, añorándole, pero, por sobre todo, estaba atormentada intentando comprender su adiós. Existen preguntas a las que resulta mejor nunca encontrarle respuestas.
Decidió abandonar el melodrama que construía su recorrido habitual desde su abandono. Reconoció la punzada asqueante de la esperanza dando un tropiezo más. Le había construido desde su propia necesidad, desde su fantasioso e imperioso deseo de encontrar un compañero, un amigo amante inseparable, desde su apetito por toparse con los matices gaseosos de amar y sentirse amada. Un ser imaginado desde el mecanismo psicológico de la idealización.
Se enfrentó nuevamente a esa existencia en aparente soledad que corrompe el aliento y que asesina las posibilidades de construir la realidad imaginada. Y no le quedó más que recorrer el camino de siempre. Seguir conteniendo a la esperanza. Aguardando anhelante a ese otro a quien amar, a ese otro que aparentemente le amara… y que seguramente se convertiría en su próximo ex.
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