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Desaparición forzada : En busca de justicia

En 1981, elementos de seguridad del Estado secuestraron al padre y a dos
hermanos de Esperanza Azmitia Dorantes. El país vivía una de las épocas
de mayor represión política, bajo el régimen del general Romeo Lucas.
Este es el testimonio de la angustia y sufrimiento de una familia
guatemalteca.

Texto : Rosana Rojas

“Antes no hablaba de esto por miedo. Uno no deja de temer tras haber vivido la persecución. Mi hermano y mi mamá me dicen que tenga cuidado, que es preferible callar a correr el riesgo de que me pase algo y me alientan a regresar con ellos a México”.

Así comienza el relato de Esperanza Azmitia, quien no se resigna a que la desaparición de sus familiares sea un caso más. Fue precisamente el conocer el drama de otras víctimas lo que le ha dado fuerza para exigir justicia: “Trabajé en la elaboración del Informe de Reconstrucción de la Memoria Histórica, REHMI, en la transcripción y clasificación de testimonios. Este trabajo me permitió conocer experiencias tan difíciles como la mía”.

Se llevan a su hermano

El 19 de septiembre de 1981, fue secuestrado Mario Federico Azmitia, de 22 años, hermano de Esperanza, estudiante de ingeniería en la Universidad de San Carlos: “Mi mamá presentía algo. Yo traté de convencerla de que Mario había ido a estudiar donde un amigo, porque estaban en período de exámenes. Tanta era la aflicción de mamá que fui a la colonia El Limón, a la casa del amigo. Una vecina me contó que antes del amanecer, el 19 de septiembre, un grupo de diez a quince hombres se los habían llevado a los dos, que iban amarrados y que les iban pegando”.

En busca de ayuda

Mario Azmitia, padre de Esperanza, tenía 38 años de trabajar como oficial de la Curia Eclesiástica. Acudió al arzobispo, el cardenal Mario Casariego, para contarle lo del secuestro. Casariego le ofreció investigar. “Mi padre sabía que el cardenal tenía cierto grado de complicidad con la cúpula que gobernaba y que tenía conocimiento de órdenes para desaparecer a personas”, afirma Esperanza.

Dos días después

“Recibimos una llamada telefónica de mi hermano, quien habló con mi papá y le dijo que estaba bien; luego habló con Dora Clemencia, mi hermana, y le pidió que llegara a la 4a. avenida y 15 calle de la zona 1. En ese momento pensamos que había aparecido y decidimos ir todos a recibirlo. Mientras esperábamos que llegara, mi hermana, en la desesperación, se fue a la otra esquina a ver si lo encontraba y ya no regresó. Dora tenía 23 años, estaba casada y esperaba un bebé. Eso fue el 21 de septiembre de 1981”.

Dora era voluntaria de un programa de educación en comunidades de Ixcán y Uspantán, Quiché, llamado Operación
Uspantán, organizado por alumnas y monjas del colegio Belga. “Ella fue presidenta del programa”, aclara.
Los grupos de maestras iban a Quiché por un mes y luego regresaban a sus casas, mientras otro grupo partía para
cubrirlas. Alfabetizaban, ofrecían clases de cocina y costura, pero era tanta la necesidad que ellas fueron tomando el
papel de doctoras cuando surgían emergencias: desde atender heridas hasta partos. Esperanza considera que fue
esta labor social lo que hizo que a su hermana se la tachara de comunista o guerrillera, sin serlo.

Otra vez al cardenal

Al día siguiente de la desaparición de Dora, Mario Azmitia fue de nuevo con Casariego a suplicarle ayuda y a decirle
que, si recuperaba a sus hijos, saldría toda la familia del país para evitar más problemas. Pero al salir de la
Catedral… “En la 7a. avenida y 9a. calle, como a las 10 de la mañana, tres hombres desde un carro gritaron que
nos detuviéramos. Rechinando las llantas, atravesaron la cuadra en contra de la vía, se bajaron dos tipos,
desenfundaron armas y mi reacción fue empezar a correr con mi hermano pequeño. Cuando volvimos la vista, ya no
vimos a papá ni a mamá”.

Al día siguiente, Esperanza cumplió sus 15 años, una fecha que nunca pudo celebrar.

“Fuimos a casa de una compañera del colegio Belga, no a nuestra casa, por miedo. Nos recibieron bien, pero quizá
sentían miedo de tenernos con ellos, ya que nos escondían cuando tocaban la puerta o llegaban visitas”.

Escape al exilio

Finalmente, el padre de la familia donde los alojaban se decidió a hablar con las hermanas del colegio “Se
sorprendió al saber que mi madre no había sido secuestrada junto a mi padre. Los hombres del carro sólo se lo
habían llevado a él”, cuenta Esperanza.

Dos semanas después del secuestro se reunieron los dos niños con su madre. Decidieron irse sin maletas, sin nada,
a México. “Fue difícil al principio, pero logramos caminar. Conocimos a otros exiliados sudamericanos y
centroamericanos y fuimos tejiendo una vida social con todos los que sufríamos por causa de la represión”, relata
Esperanza, quien hoy ha formado su propia familia. Espera que la tragedia de su niñez no se vuelva a repetir.

“Recuerdo que mi papá, un día antes de que se lo llevaran, le decía a una familia amiga que si por alguna razón él
no pudiera seguir con la búsqueda de mis hermanos, ellos continuaran averiguando su paradero y los enterraran;
que no los dejaran perdidos. Eso lo grabé en mi mente y a la vez que me causa rabia, me anima a seguir
buscándolos, porque nunca había visto llorar de esa forma a mi
padre”.

En la memoria

“Al salir de la Catedral, dos hombres con pistolas salieron de un carro y se llevaron a mi papá. Él nunca había hecho nada malo. Era un buen hombre”. Esperanza Azmitia.

Hasta que aparezcan

Esperanza Azmitia se ha dedicado a trabajar en la divulgación de las tragedias vividas por las víctimas del conflicto armado. El caso de su familia fue uno entre miles de injusticias.

—¿Por qué cree que secuestraron a su padre y hermanos?

Muy probablemente porque los nombres de mi padre y hermanos aparecían en una lista de personas que un jesuita
llamado Eduardo Pellecer Faena entregó a quienes lo secuestraron. Pellecer también se dedicaba a brindar ayuda a
los pobres en el interior por medio de Operación Uspantán. Creemos que lo obligaron a hablar. Tras ser torturado,
no le quedaba otra salida que hablar y dar declaraciones públicas en la televisión de que había sido miembro de la
guerrilla, y ofrecía disculpas a la nación. También públicamente se dedicó a alabar al régimen; pensamiento que,
sabíamos, no era el suyo. Era el año 1981, todavía gobernaba Fernando Romeo Lucas García.

—¿Van a presentar alguna demanda contra el Estado?

Ese proceso de denuncia contra el Estado lo inicié, tras ser animada por un compañero abogado de la Fundación
Myrna Mack, en donde también trabajé, ya que él me ofreció su disposición y apoyo. Los trámites llevaron a una
denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington. Después de exponer sus razones
el gobierno de Guatemala y la víctima, es decir mi persona, la Comisión estudia el caso. Posteriormente, la
Comisión Presidencial de Derechos Humanos hizo la denuncia al Ministerio Público, para iniciar la búsqueda de mis
familiares.

—¿Qué fue lo que la motivó a iniciar esta búsqueda de justicia?

Varias cosas: conocer tantos casos de víctimas, el hecho de que mi esposo también haya sido un sobreviviente de la
represión. Hace dos años hubo una reunión de todas las participantes en Operación Uspantán, el programa
educativo que mi hermana dirigía en Quiché y por el cual fue desaparecida. Obviamente yo asistí en representación
de mi hermana. Todas hablaban del giro que había dado su vida desde que fueron voluntarias del proyecto, por lo
que algunas se hicieron médicos, otras trabajadoras sociales o algunas trabajan en entidades que tenían que ver
con lo humanístico. Creo que ese será el mejor homenaje a su memoria.

Federico, estudiante de Ingeniería, fue secuestrado el 19 de septiembre de 1981; Mario Azmitia, secretario de la curia eclesiástica, fue llevado por hombres armados el 22. Dora Clemencia, maestra de primaria, fue desaparecida el 21 de septiembre.