Mario Roberto Morales
Aunque aceptemos con Nietzsche que no hay hechos, sino sólo versiones de los hechos ―porque todo lo comprendemos y transmitimos mediante palabras-idea―, esta no es razón suficiente para afirmar que lo social-concreto está subordinado al voluntarismo cognitivo de los individuos. Empero, esta es la “base” en la que se apoya el culturalismo progre de la cooperación internacional para propagar que el individuo es lo que él decida que es.
Con ello se busca que las sociedades se sometan a la fábrica de sueños del mundo corporativo, el cual avanza hacia un “nuevo orden mundial” en el que sólo haya amos y consumidores disciplinados de sus productos, según la vana ilusión de que el individuo manipulado de veras decide lo que hace, piensa y siente. Por eso, las corporaciones que financian el oenegismo culturalista convencen a sus feligresías de que deben luchar por ser lo que voluntaristamente crean que son (sin tomar en cuenta sus condicionamientos histórico-biológicos ni el hecho de que es el hacer el que define al ser y no lo que digamos que somos) y que esas corporaciones les van a ayudar en su empresa. Tal asistencialismo trunca la capacidad crítica de pensar y actuar y fomenta la dependencia emocional que desemboca en la dialéctica del amo y el esclavo, según la cual éste quiere ser como aquél ―pero no para tomar su lugar, sino― para mejor servirlo haciéndole a sus compañeros de infortunio lo que el amo le ha hecho antes a él.
No es el “marxismo cultural” ―como aduce la derecha fascista― el que difunde estas ideologías, sino el capitalismo financiero (Rothschild-Rockefeller, Gates, Soros, Biden et al). Y lo hace con el objetivo de implantar su “nuevo orden mundial” mediante la idea de que no somos seres pensantes autónomos, sino partes de una paternal totalidad corporativa que nos revela nuestro verdadero ser y nos indica cómo actuar para ganar una “libertad” que no rebasa la escogencia entre opciones enlatadas por el mismo capital que costea la difusión de estas ideologías; las cuales hallan cauce en constelaciones de oenegés que usurpan el papel de las sociedades civiles en los países en donde se asientan.
Estas ideologías culturalistas cunden sólo porque están bien financiadas, y uno de sus mayores logros es esa legión de progresías administrativas del oenegismo para las que el bien supremo es la “moderación” política que se alcanza mediante la práctica hipócrita de la total tolerancia; misma que no equivale sino a la total indiferencia, porque si lo toleramos todo, entramos en el reino del acomodo y de la aceptación de los términos de dominación y hegemonía de los financistas de esta forma de vida.
De aquí que el lugar de la rebelión lo ocupa hoy la puesta en escena de la discrepancia con el sistema (un simulacro que financia el sistema mismo); el lugar de la indignación lo ocupa su pírrico sucedáneo: la corrección política, y el lugar de la utopía del bienestar colectivo lo ocupa la adaptación biempensante (vía “moderación” política) a la sociedad de la manipulación. En ella, el poder ya no se ejerce de manera abierta y vertical, sino financiando su propia “oposición” con entretenidas y “moderadas” formas “amigables” de lucha por la “justicia”, la “paz” y la “equidad”.
Ergo, si queremos transformarnos, debemos hacerlo transformando a la vez lo social-concreto para así tener una base material sobre la cual construir cualquier forma nueva de decidir qué queremos ser. Proceder al revés es absurdo, ineficaz e hipócrita.
Publicado el 28/04/2021 ─ En elPeriódico
Fuente: [mariorobertomorales.info]
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