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Julio C. Palencia

El primerísimo de los recuerdos que tengo de mi hermana es casi fotografía. Mi madre, María  Morales, sentada a la orilla de la cama, bajo la débil luz de una lámpara de mesa, con  mi hermana en brazos, durmiendo. Ella no tendría más de 1 año, yo no más de 5.

Se notaba tristeza es el rostro de mi madre, angustia. Y es que esa madrugada mi padre, Carlos Palencia, había salido de casa como de costumbre y no había regresado. Fuerzas paramilitares del gobierno guatemalteco lo habían secuestrado. Vivíamos entonces en la  Zona 10, cerca de la avenida Reforma, en una casa que recuerdo pequeña. Año de 1966, en Guatemala. Mi padre apareció 15 días después en la base militar de Zacapa, muy lastimado, y cercano a ser fusilado. La búsqueda insistente de mi abuela Berta, prima hermana de Julio César Méndez Montenegro, en ese entonces Presidente de Guatemala, dio resultados positivos. Pasó mucho tiempo mi padre defecando y orinando sangre, con la espalda llagada por el gamezán.

Ese es el primer recuerdo que tengo de mi hermana, Rosa.

No recuerdo, sabiduría de sobrevivencia, a los soldados abriendo a punta de bayoneta el colchón donde yo dormía. Eso me lo diría mi madre muchos años después. Yo no tengo memoria conciente de tal hecho.

Nacida el 1 de agosto de 1965, Rosa Luxemburgo se llamó mi hermana, mi primera hermana, como fehaciente admiración de mi padre y mi madre a la extraordinaria líder ruso alemana. Era una mujer bella, mi hermana. Desde niña lo fue. Extremadamente rubia de pequeña, cara redonda donde resaltaban dos ojos verdes y expresivos.

Por el eminente peligro que mi padre sufría, toda la familia emigró a El  Salvador, yo permanecí con mi abuela materna en Guatemala. Fue difícil la vida en El  Salvador, casi dos años, y volvieron de nuevo.

Vivimos en Mixco por un tiempo, hasta que llegó la oportunidad de migrar a Puerto  Barrios en 1969, a administrar un negocio que mi abuelo tenía allí, una panadería. Con mi hermana coincidíamos que fue en Puerto Barrios, en el Barrio El Rastro, donde vivimos nuestros años más felices de la infancia. Fue viviendo en Puerto Barrios que,  en la Capital de Guatemala y 1972 el año, paramilitares persiguieron hasta dar muerte  al hermano de mi padre, Guillermo Palencia Abadía. Ya Arana Osorio era presidente. Era  el hermano pequeño de mi padre, y su pérdida fue lo último que pudo soportar mi abuela.

Era una mujer bella, mi hermana. Desde niña lo fue. Extremadamente rubia de pequeña, cara redonda donde resaltaban dos ojos verdes y expresivos.

Como casi todo guatemalteco o guatemalteca, hemos sido hijos del esfuerzo, del trabajo arduo, del fruto compartido. Nada nos ha sido dado por privilegio o compadrazgo, por arribismo. Mi padre es de los hombres más honestos que conozco, de los más despreocupados por el dinero o el reconocimiento.

Regresamos, después de algunos años de felicidad en Puerto Barrios, a la Ciudad de Guatemala, a una vida áspera, difícil. Mi padre estaría 4 años en Guatemala, todos los demás permanecimos 6, antes de salir completamente al extranjero.

En 1978 inicié bachillerato en el Técnico Vocacional. Allí conocería a los mejores amigos que he tenido, dos de ellos: Manuel Fermín Reyes Melgar y Armando Estuardo Rodríguez Alburez. El segundo sería mi cuñado, ambos hace ya hace muchos años asesinados por el ejército. Sin duda escribiré sobre ellos en otra ocasión.

Años intensos de lucha contra lo más pútrido de la especie humana, gobiernos corruptos y bañados en sangre de patriotas, lo mejor que la juventud guatemalteca ha dado.

El año 1982 nos encuentra ya en la Ciudad de México, desconcertados, pero con la  certeza de estar juntos y a salvo. Mi hermana, no sin discusión con mis padres, decide regresar a Guatemala. Eran los inicios de 1983, y la represión gubernamental era un caballo de terror galopante. Regresa a vivir con Armando, El Mozote, como le conocíamos. En ese entonces Armando era parte de la insurgencia en la Ciudad de Guatemala. Un año alcanzaron a vivir juntos. A Armando, El Mozote, lo ametrallaron en la Zona 4 y lo subieron en un pick up, eran principios de Febrero, 1984. Ese mismo día llegaron  paramilitares y soldados a cercar la casa de mi hermana, la sacaron de su casa vomitando sangre (como diría una de las vecinas) y no volveríamos a saber de ella ni de mi cuñado.

Un hermano de mi padre la buscaría en varios cuerpos de policía, y la respuesta fue: si no quiere que le pase lo mismo a usted, desista de preguntar por ella.

Rosa Luxemburgo Palencia Morales era el nombre de mi hermana, el ejército sabe donde está su cuerpo. 18 años tenía cuando la sacaron vomitando sangre en la Zona 8 de la Ciudad de Guatemala, una niña aún.

Guatemala completa es para mi un cementerio. Y cuando llego de visita sé que ese país, nuestro país, completo, es la tumba de mi hermana y mi cuñado, de mi tío, mis amigos y decenas de miles de patriotas que lucharon por un país con justicia.

País tumba, hermoso país que cobija dictaduras terribles.

País caníbal, reclama la  sangre de sus mejores hijos, antropófago.

El ejército sabe donde están sus restos, que nos lo diga.

Rosa era mi hermana, es mi  hermana, y el ejército sabe donde está sus restos: que nos lo diga.

Ya sabemos que ella no reside allí, bendecida por la tierra que la vio nacer.

Ella reside en nuestro corazón.

Rosa Luxemburgo Palencia Morales era el nombre de mi hermana, el ejército sabe donde está su cuerpo. 18 años tenía cuando la sacaron vomitando sangre en la Zona 8 de la Ciudad de Guatemala, una niña aún.

Julio C. Palencia
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