Mario Roberto Morales
El “progresismo” y la “moderación” como alternativa a los “extremismos”, es el combo político que el establishment ha relanzado como solución a los problemas del mundo. El “progresismo” sigue siendo la creencia en que los países “en vías de desarrollo” llegarán, por el camino que les traza el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (es decir, el camino de la deuda impagable), a alcanzar el modelo “desarrollado” de Occidente. Y la “moderación” continúa siendo la fe en que, acatando el elitista formalismo de la “democracia” occidental ―que excluye de sus derechos y deberes a las pobrerías explotadas― se puede alcanzar el tan ansiado “desarrollo”. Según esta rancia lógica, los “extremismos” incluyen todas las ideas y acciones políticas que brotan del campo popular y buscan el control del Estado.
En el plano de la ideología, el “progresismo” y la “moderación” se expresan en las teorías posmodernas que desplazaron el eje de la lucha de clases hacia el culturalismo como centro epistemológico desde el cual abordar los problemas de la sociedad. En el ámbito de las ciencias sociales esto se intensificó ―por obra del financiamiento de la Fundación Gulbenkian― a partir del volumen Abrir las ciencias sociales (Immanuel Wallerstein, Coord. México: Siglo XXI Editores, 1996). Gracias a este viraje y a esta “apertura” científico-social, las agencias internacionales de cooperación que se dedican a “ayudar” a los países “en vías de desarrollo”, adaptaron las teorías posmodernas a su agenda globalizadora y mediante ellas mantienen a las sociedades civiles y a las organizaciones populares de los países víctimas de su “ayuda”, en permanente pugna culturalista por cuestiones étnicas, sexuales, raciales… y de financiamientos. El “problema de la pobreza” lo insertan estas agencias en un dualismo en que los países ricos deben salvar a los pobres de su situación mediante proyectos políticos “progresistas” y “moderados” cambiando (no su condición de clase, sino) su cultura y su visión del mundo, para lo cual resultan útiles las masivas religiosidades fundamentalistas, tanto las que ofrecen dicha en la “otra vida”, como las que exigen ―diezmo previo― la bonanza en el reino de este mundo. Lo que antes era la izquierda de clase fue también deglutida por el “progresismo”, la “moderación” y el culturalismo, y por eso ya es sólo un conjunto de bien financiados grupos políticamente correctos de “indignados” que no cuestionan el sistema, sino sólo ciertas formas “incorrectas” de actuar de “algunos individuos” de la élite que maneja ese sistema.
Esta domesticación de la rebeldía y del disenso fluye a torrentes por las venas de los medios audiovisuales y la intercomunicación digital, en las cuales miramos a diario súbitas hemorragias de sentimentalismo, buenismo y resignación políticamente correcta ―“progresista” y “moderada”― en contra de los “extremismos” que osen decir lo que aquí se dice y se atrevan a proponer un proyecto político de clase, basado en las reivindicaciones económicas de los pueblos que nos conforman como países. También fluyen a torrentes los financiamientos para animar el contrainsurgente “cambio cultural positivo” mediante la división culturalista de la sociedad civil y del campo popular.
Así es como el establishment desconectó al sujeto del cambio y fundó este “nuevo mundo feliz” ―“progresista” y “moderado”― en el que tan entretenidos la pasamos “luchando” sin cuartel y a muerte ―desde casita― con los celulares en la mano.
Publicado el 17/02/2021 en elPeriódico
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