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Carlos Figueroa Ibarra

No me refiero al cabello del por fortuna hoy expresidente  Donald J. Trump. Me refiero a la absolución que le otorgó el Senado estadounidense  el sábado 13 de febrero de 2021. Después de los inéditos y asombrosos acontecimientos del pasado 6 de enero, cuando una turba ultraderechista asaltó el Capitolio, el partido Demócrata vio una oportunidad para deshacerse  del que hoy se ha convertido en un peligrosísimo dirigente de la derecha neofascista estadounidense. Se trataba de hacerle un juicio político que culminara en una condena que lo inhabilitaría para seguir participando en política.  Los Demócratas no pudieron contar  con los 67 votos que necesitaban para realizar el referido juicio político (juntaron  57), lo que indica que solamente siete Republicanos se sumaron a la indignación que provocó la abierta incitación a la insurrección que hizo el entonces presidente Trump desencadenando un zafarrancho que costó varias vidas. Con esa absolución, por falta de la mayoría de dos tercios necesaria para hacerle el impeachment, Trump recibe oxígeno para seguir gravitando en la vida política de los Estados Unidos de América.

En su momento el magnate se vanaglorió  de que él podría dispararle a la gente en la Quinta Avenida de Nueva York y eso no le quitaría votos. Aseveración  ciertamente desmesurada  pero que refleja una realidad: es hecho incontestable la popularidad de Trump en un sector significativo del pueblo estadounidense. Después de enterarse de que por segunda ocasión había sido absuelto en cuanto a la posibilidad de hacerle un juicio político, el expresidente emitió un comunicado diciendo que  terminaba una nueva fase en la mayor cacería de brujas en la historia de  Estados Unidos y agregó con triunfalismo “Nuestro movimiento (…) para hacer América grande de nuevo no ha hecho más que empezar”. En otras palabras, Trump celebró que no lo hayan inhabilitado y anunció que empieza una nueva fase en su carrera política, la de líder de un movimiento que se articula en el nacionalismo reaccionario, el racismo y en la oposición a todas las causas progresistas que abanderan los diferentes movimientos sociales que existen en su país.

Resultan hilarantes la justificaciones  que dieron los senadores republicanos para dar su voto absolutorio (“no era constitucional”), entre ellos el líder de bancada Mitch McConnell. Cuarenta y tres senadores votaron por la absolución pesar de que muchos estaban de acuerdo de que  el entonces presidente Trump era moralmente y de facto responsable de los violentos sucesos, los cuales miró alegremente por televisión mientras acontecían. En realidad  sucedió que a los senadores republicanos les tembló la mano para votar a favor del impeachment porque saben de la fuerza que tiene Trump dentro del partido Republicano. Es la fuerza social que tiene en el seno de una población que ha sido golpeada por el neoliberalismo, que tiene fuertes agravios provocados por el desempleo, la pérdida de sus viviendas y que ha creído que un liderazgo fuerte puede restaurar la declinante hegemonía del imperio estadounidense.  El trumpismo es entonces un resultado auténtico de la crisis neoliberal. Trump tiene razón, esto apenas empieza.

Es la fuerza social que tiene en el seno de una población que ha sido golpeada por el neoliberalismo, que tiene fuertes agravios provocados por el desempleo, la pérdida de sus viviendas y que ha creído que un liderazgo fuerte puede restaurar la declinante hegemonía del imperio estadounidense.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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