Irmalicia Velásquez Nimatuj
Los acontecimientos ocurridos las últimas semanas en Guatemala, en donde las acciones ejecutadas desde el ejecutivo, legislativo y judicial que buscan perseguir a personas individuales, como el caso de Juan Francisco Solórzano Foppa, Aníbal Arguello, Gloria Porras, Alfonso Carrillo, entre otros profesionales, así como contra la institucionalidad de entidades de la sociedad civil, a través de la reforma a la ley de ONG’s solo muestra un escenario catastrófico para el mismo Estado. Estamos, entonces, ante el fracaso del Estado ladino, ese que celebra sus 200 años de fundación en medio de una de sus máximas crisis.
El Estado ladino descalabrado, es el que persigue a sus propios integrantes, aquellos que han intentado enderezarlo, que son sus propios hijos e hijas y que en el fondo son los mejores cuadros que posee y que lo han demostrado al ejecutar con eficiencia las responsabilidades públicas que les han sido asignadas.
Esta, entonces, no es una ironía, ni una fragmentación propia de los sectores que integran un estado-nación, para el caso guatemalteco, estamos frente al fracaso de sus elites, económicas y culturales, pero también de sus sectores de clase media que han subastado sus valores, pasando por sobre sus familias y sobre cualquier colectivo, en su lucha por ascender en la escala social.
Quizá el acontecimiento que mejor retrató esta semana el deterioro del Estado ladino patriarcal es la imagen en donde la Vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, se reunió con las ex fiscales generales, Claudia Paz y Paz, Thelma Aldana, la exjueza Claudia Escobar y la magistrada de la Corte de Constitucionalidad Gloria Porras. Esa fotografía recoge el fiasco histórico del patriarcado oligárquico nacional. Cuatro mujeres que representan lo mejor que tiene Guatemala y que en lugar de estar impartiendo justicia en su propio país, viven refugiadas en el extranjero porque aplicaron, durante el tiempo que ejercieron sus cargos, el principio de que nadie es superior a la ley.
El que ellas cumplieran con el mandato que se les asignó, no solo hizo temblar al poder de las elites sino, además, demostró con investigaciones sólidas sus profundos niveles de corrupción que han generado como consecuencia, la Guatemala de la que todos quieren huir.
Desde la atalaya, miles de indígenas conscientes, incluyendo algunos sectores pobres ladinos y mestizos, que no se identifican con este fracasado proyecto de gobernabilidad de 200 años, contemplan horrorizados el suicidio del Estado guatemalteco y observan cómo los dueños de la Guatemala urbana, junto a sus fuerzas represivas, que operan desde las diferentes instituciones públicas y privadas, han iniciado la persecución de sus mejores cerebros, mostrando así, que la capacidad de autodestruirse como sociedad y como país, no es para la elite una tragedia, sino un arte, del cual se enorgullecen, mientras alzan sus copas.
Fuente: [elperiodico.com.gt]
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