Mario Roberto Morales
Guatemala nunca había estado peor, ni su ciudadanía más indiferente que hoy. La involución de la conciencia ciudadana (vía intelicidio) desde la firma de la paz a esta parte es pasmosa. Pasamos de ser un país semiletrado a uno iletrado. Y me refiero a las “élites pensantes”. En cuanto a las masas, jamás estuvieron tan resignadas ante la ineficacia de la derecha política y el fallido sistema económico oligárquico. Nadie se rebela ante el caos, la corrupción y la miseria que cunde y menos surgen propuestas sensatas para remediarlos. Las “élites políticas” acusan una epidemia de reunionitis aguda para “ver qué se hace”, las cuales desembocan sin excepción en animadas catarsis después de las cuales cada quién se va a su casa a seguir acumulando tensiones que aliviará en la próxima comilona a la que se le convoque “para seguir viendo qué se hace”.
La firma de la paz marcó la llegada de la posmodernidad económica, política y cultural a este país y, con ella, la del neoliberalismo y su ola privatizadora (pues el capital corporativo transnacional se asienta comprando los activos públicos), el encogimiento y la corrupción total del Estado (pues para que perviva el disfuncional y corrupto sistema económico oligárquico es necesario un Estado ínfimo e igualmente corrompido), y el simulacro de sociedad civil del oenegismo como pírrico sustituto de los planes estatales de desarrollo, con su culturalismo políticamente correcto suplantando al pensamiento crítico y al criterio de clase en la organización popular). La firma de la paz marca el inicio de la Guatemala de la victoria de la derecha sobre la izquierda. No puedo imaginar cómo habría sido una Guatemala en la que la izquierda hubiera ganado la guerra porque eso fue siempre una imposibilidad, dada la sospechosa conducción de la misma por parte de esa izquierda que ahora es comparsa del neoliberalismo, como está a la vista en el Congreso, en el sistema de partidos políticos y en el discurso ideológico de las progresías rosadas que otrora enrojecían de patrio ardimiento.
Este país jamás había tenido una clase política tan pedestre como la actual y tampoco una ciudadanía tan ignorante, cobarde y resignada como esta. Se lo debemos al intelicidio. ¿La prueba? Pues que eligió a Jimmy después de Pérez y a Giammatei después de Jimmy. Y al parecer se encamina a elegir a Neto Bran o a la Pirulina en los próximos comicios, ilustrando así, lujosamente, la conocida sentencia de Joseph de Maistre: “Cada nación tiene el gobierno que merece”. Aunque el título de nación nos quede grande, como lo prueba la situación de marginalidad ciudadana de amplios sectores de nuestro pueblo. Y, ojo, que el hecho de que merezcamos a Pérez, Jimmy, Giammatei et al se debe a que la oligarquía nos forjó como sus impasibles merecedores por medio de la bestialización que perpetra contra este pueblo desde el siglo XVII. Se trata de un merecimiento inducido, pues no involucionamos por libre voluntad. Nos rebelamos y fuimos masacrados. Y para impedir otra rebelión, el enemigo desconectó al sujeto del cambio por medio de la entretención banal compulsiva, al extremo de que la única arma para “luchar” de los “luchadores” de hoy es el teléfono móvil.
Nuestro piso ya no puede ceder más. Es imposible caer más bajo. Tenemos que rebotar. Quienes ganaron la guerra y quienes la quisieron perder ya son lo mismo. Sólo queda partir las aguas con un movimiento de interés nacional interclasista e interétnico, democrático y autónomo.
Publicado el 21/07/2021 ― en elPeriódico
Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
- Los pasos en falso de las buenas conciencias - 27 noviembre, 2022
- Pensar el lugar como lo que es - 23 agosto, 2022
- De falsos maestros y peores seguidores - 8 agosto, 2022
Comentarios recientes