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La eterna deuda de la paz

Lucía Escobar
laluchalibre@gmail.com
@liberalucha

A finales de diciembre del 2018 se cumplen 22 años de que en Guatemala, el ejército y el movimiento revolucionario armando, firmaran el Acuerdo de Paz Firme y Duradera que dió fin a una guerra interna que se extendió durante 36 años en el territorio nacional.

Ya creció toda una generación de jóvenes que nacieron y vivieron en un supuesto contexto de postguerra. Aquellos que participaron en el conflicto en cualquiera de los bandos, son adultos o ancianos algunos en puestos de gobiernos, organizaciones no gubernamentales o a cargo de empresas de seguridad privada o de otros negocios paralelos. Son aquellos que hoy deciden sobre muchas situaciones importantes del país. Son los que no han podido hacer la paz, los que fueron incapaces de construir en estas tierras un mejor lugar para vivir.

Dos figuras siniestras de ese tiempo, murieron a principios de este año, lamentablemente su herencia de ríos de sangre, prepotencia y cultura finquera continúan a través de sus hijos, quienes ahora quieren reproducir el estilo de sus ancestros basado en el miedo, la culpa, la familia, la religión y la patria para mantener privilegios a través de la fuerza, la intimidación y la represión.

Los pocos avances en dos décadas de posguerra se han puesto en serio riesgo durante el gobierno de Jimmy Morales. Ningún gobernante había sido tan descarado en su sumisión a los militares. Nunca antes un presidente se había portado tan rastrero con las fuerzas armadas. El gobierno del FCN aumentó el presupuesto del ejército contradiciendo los acuerdos de paz y marcando un gran retroceso para nuestra vida democrática.

En sus tres años de gobierno, ha transferido dinero y beneficiado al ejército con bonos e incrementos al presupuesto por millones de quetzales, descuidando inversiones super necesarias como en salud, educación, cultura e infraestructura básica.

En términos de justicia, hubo leves avances. Pasaron muchos años para que el Ministerio Público investigara alguna de las más de seiscientas masacres a campesinos pobres y desarmados, la mayoría indígenas. Recabar las pruebas científicas, técnicas y testimoniales llevó en muchos casos, mucho trabajo y años.

Todo ese esfuerzo enfocado en la justicia transicional fue acompañado por la comunidad internacional, embajadores solidarios y conscientes de que solo la aplicación de la justicia podrá castigar los excesos y horrores de la guerra y poner fin a una cultura sostenida en la violencia, la represión y las injusticias sociales. Estos juicios de guerra tan importantes para lograr una cultura de paz, han sido en la mayoría de veces frustrados, y retrasados por culpa de amparos, y retardos maliciosos a cargo de abogados sin escrúpulos.

Vemos que las desigualdades e injusticias que llevaron a una generación de guatemaltecos a matarse entre ellos con la intención de hacer avanzar este país, de hacerlo caminar, siguen intactas.

El racismo, la injusticia, el abandono y el abuso a los pueblos indígenas es una constante hoy en día. El despojo abusivo de las tierras comunales y ancestrales continúa con nuevas técnicas y mañas.

Las elecciones se acercan y el panorama puede verse sobrio, pero de nosotros, los que anhelamos un país más justo y con verdadera paz, dependerá que no lleguen a puestos de poder los mismos de siempre.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/12/26/lucha-libre/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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