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Danilo Santos

Hemos pasado muchos años de violencia en Guatemala, prácticamente desde que se fundó como República, todo el periodo colonial y desgraciadamente, en el presente. La violencia se manifiesta física, verbalmente, actitudinalmente, se ha vuelto parte de la cultura y la cotidianidad. El asunto es de dónde viene y por qué. A quién beneficia. Quién decidió que es un arma eficiente de control social.

Quienes más sufren los efectos de esta violencia estructural son quienes menos derechos poseen, quienes el racismo excluye, quienes son relevadas a segundo plano por el poder omnímodo del machismo, quienes no tienen acceso al capital, población campesina pobre, niñas, niños, ancianos, y un gran etcétera.

La violencia tiene como principal efecto el miedo. Ser violentos para amedrentar se ha vuelto una práctica aceptada incluso en el seno de las familias, para educar… Menos ahora, pero también en escuelas públicas como método escolástico de enseñanza. El hombre imprime miedo a su pareja, de todo tipo; económico, emocional, físico; y tiene la “bendición” de lo sagrado y también de lo profano y lo peor, de lo doctrinario y de la propia sociedad. Esta es una de las violencias más deleznables.

En la historia de la humanidad, la violencia se ha utilizado en momentos de inflexión para transformar social, económica y políticamente a los Estados, los reinos, ganar derechos civiles y corregir execrables desigualdades. Esta es una dimensión que ha servido, pero que no se ha vuelto permanente ni una línea recurrente como arma que se desenfunda a la primera provocación sobre el control establecido.

Dicho todo lo anterior, si alguien tiene razones para ser violento y estas son claras, no solo hay que empalar a alguien, hay que decir porqué se le empala, porque si no se hace, incluso se puede pensar por los ávidos observadores, que se está cometiendo un abuso. Si hay razones de peso, el morbo se convierte en júbilo y habrá aplausos. Ahora bien. Replicar los métodos que tienen a la sociedad guatemalteca hundida en el desencuentro, en la irracionalidad y el ego que no deja ver otra cosa que nuestra propia satisfacción y no la profundidad de las causalidades que producen las graves asimetrías que no nos dejan plantar cara al sistema, es, sino un error, una estrategia equivocada.

Lamentablemente, la ventaja que nos lleva la derecha es que está unida y tiene un objetivo claro, destruir las ideas y los liderazgos que amenacen su control del Estado y el capital. En cuanto a la otra banqueta, quizá nuestro error sea que no hemos sido capaces de establecer cadenas de arrastre generacionales y lo que se diga desde la experiencia se toma como adultocentrismo, comandantismo, etc. Y seguro algo habrá de eso, pero lo que estoy seguro no hay, es ganas de perder la lucha por los derechos. Por otro lado, la manera en que se coparon los espacios de lucha por los hombres no estuvo exenta de abusos, agresiones y violencias. Pero también es cierto que cuando se ve todo de la misma manera se están desperdiciando avances, aportes y lo peor, al meter a todo mundo en el mismo costal se está repitiendo el discurso de la derecha “o estás conmigo o estás contra mí”. Los hombres les debemos una disculpa a las mujeres del país, por dejarlas morir olvidadas en la Guatemala profunda, porque han sido solo hombres los que han gobernado el Ejecutivo, porque el ochenta por ciento de curules en el Congreso han sido ocupadas históricamente por hombres, porque la política pública ha sido dirigida en su mayoría por hombres. Porque mueren por violencia a manos de sus parejas. Porque son violadas por familiares cercanos. Porque los hombres y la sociedad les asignan roles subalternos y las condenan a la sumisión. Esta violencia debe ser denunciada. Lo que no puede hacerse es responder con violencia a partir de mentiras e intentar infundir miedo y creer que la venganza es el camino de la rebeldía.

Fuente: [https://lahora.gt/la-violencia-y-el-miedo]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Danilo Santos Salazar