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Danilo Santos

El tiempo que va pasando desde que abrimos los ojos hasta que nuevamente caemos rendidos para regenerar la energía que hemos perdido durante el día, es un tiempo lineal, lleno de sucesiones, repeticiones, rutinas y programas. Es un tiempo formado por elementos comunes, uniforme, homogéneo. Es un tiempo vacío.

Las noticias de la mañana, las decisiones del gobierno, las decisiones de las élites, las letanías que se enseñan en la academia (incluida la petición de una diputada de no enseñar sobre nuestra historia), y el continuum diario que nos obliga a no pensar y a no cuestionar al poder, a olvidarnos de nuestra historia; es la más elaborada y maquiavélica estrategia de dominación.

Da igual si la Constitución Política se hizo sin representación indígena y campesina (todas, no solo la de 1986), eso es pasado; da igual si la independencia fue un acto criollo para apropiarse de lo que no les pertenecía; da igual si la guerra la motivó la pobreza y la exclusión, la más profunda y horrenda división y subordinación de clases. Da igual si el anticomunismo se volvió cuasi religión que se profesa y enseña en la familia, la escuela y el propio Estado, como el gran engaño que alude a todo el daño que este haría cuando en realidad los únicos causantes de la realidad nacional son los que históricamente, linealmente, homogéneamente, han gobernado al país.

Sin embargo, no es la única forma de ver la historia, si rompemos con las verdades de la clase dominante, de la etnia dominante, podemos romper lo lineal y homogéneo, y desenmascarar esa representación aparentemente neutra y vacía que nos obliga, “por nuestro propio bien”, a no ver hacia atrás, e insiste que solo debemos “ver hacia el futuro”. Esto, claro, implica ver la historia desde la insubordinación.

Hacerlo desde la subordinación implica, al contrario, abonar al olvido desde las clases subalternas, principalmente de sus propias luchas y lo más grave, desde una memoria colectiva vaciada que se niega a sí misma para parecerse lo más posible a sus opresores.

La insubordinación nos llama a no depender de las verdades absolutas y por estos tiempos dogmáticas que manan del “centro del gobierno”, de los ungidos caciques, de quien legisla en contra de sus representados. La insubordinación nos llama a no estar sometidos a la permanente ignominia.

Cuestionar las verdades de la clase política es una forma de insubordinación. No aceptar el llamado a olvidar la historia, no creer todo lo que dicen que somos como país, como patria, es una forma de insubordinación. Ser críticos ante el poder, ante la imposición de las ideas unipolares de la rancia derecha, es insubordinación. No dejaremos de salir a buscar los frijoles diariamente, no podemos hacer eso, pero sí podemos pensar de manera distinta la historia, desde la insubordinación.

“La memoria, como conocimiento de la realidad dominante desde la insubordinación, es un elemento central en la configuración de una subjetividad revolucionaria” (Sergio Tischler)

Fuente: [lahora.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Danilo Santos Salazar