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Fabio, el cocinero de la Escuela Kaibil (Parte II y final)

Manolo Vela Castañeda
manolo.vela@ibero.mx

El domingo pasado publiqué la primera parte de esta crónica. Allí explicaba como Fabio Pinzón Jerez ingresó a la institución militar, primero, como soldado, después como ayudante de cocina y enseguida como bodeguero, en la despensa del Agrupamiento Táctico de Seguridad de la Fuerza Aérea, y posteriormente en el Cuartel General.

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En 1979, estando en el Cuartel General, Fabio recibió una oferta de trabajo: “–Mirá Pinzón, me dice el mayor Cristian Erasmo Pérez Carrasco*, fíjate que ahí en la escuela, vos que sos cabrón pa’ la cocina, vas ganar bonito y la escuela está… pero la vieras; y vas a estar solo pa’ la cocina; no vas a sacar ni el curso, ni nada, me dice”. Así fue como, recuerda ahora Fabio, el mayor Pérez Carrasco le convenció de que aceptara el cargo de cocinero de la Escuela Kaibil. Al final, todo se concretó en la tercera sección, donde Pérez Carrasco presentó a Pinzón: “–este es el que se va a ir de cocinero a la Escuela de Kaibiles”. “Yo pensando que la Escuela de Kaibiles era como la Escuela Politécnica, y se ríe”.

Pronto, Fabio se dio cuenta que en la Escuela de Kaibiles funcionaba un centro clandestino de detención: “A algunos les ponían un pedazo de plástico grueso en la boca y en la nariz. Otra tortura era el torniquete en el cuello: con una soga y un palo se retuerce. Hay otra tortura también, que le echaban agua en el estómago, luego le ponían alambres en el estómago, en el pocito de agua que se formaba en el ombligo. Había quienes ponían los cables en los dientes. Estaba otra tortura, que con un cáñamo lo amarraban de los testículos, de ahí lo ponían en la viga y lo iban jalando poco a poco. […] Arrancándole las uñas, o quitándole parte por parte del cuerpo, matándolo así despacio”. Otro de sus recuerdos: “como para querer torturar a un pobre cristiano, agarra la bayoneta […] y él no decía nada, agarra la bayoneta y se la mete en el oído.” A todo esto, Fabio hace un balance: “en el Cuartel General, ahí me hubiera quedado, no viera visto todo eso”. Y lo que estaba por venir.

Corría el año 1979. En ese momento, Fabio no podía saber que en noviembre de 1981 el Ejército iba modificar su estrategia de guerra de contrainsurgencia, creando las fuerzas de tarea, lo que marcaría el punto de partida del genocidio. Tampoco podía saber que en abril de 1982 la Escuela de Kaibiles iba a cerrarse, y que los instructores del curso, oficiales y soldados, iban a transformarse en una patrulla de combate: la Patrulla Kaibil, la joya de la corona del Ejército de Guatemala en la guerra de contrainsurgencia.

Pero, como Fabio no formaba parte del equipo de instructores, él no salió de forma inmediata con la Patrulla Kaibil. Fue en junio de 1982 cuando Fabio se integró a la Patrulla Kaibil. En aquel tiempo la patrulla se hallaba en la Base Aérea del Sur, ubicada en Retalhuleu, desde donde eran aerotransportados –en minutos– a cualquier parte del país.

Y así llegó diciembre. El 4 de ese mes la Patrulla Kaibil fue aerotransportada desde la Base Aérea del Sur, en Retalhuleu, hacia la Base Aérea del Norte, en Santa Elena, Petén; desde donde, después de pasar unos días, salieron, ya entrada la noche del domingo 6, con la misión de llevar adelante la masacre en el parcelamiento Las Dos Erres, Petén.

“Lo que más recordaba, dice ahora Fabio, fue cuando varios de los integrantes de la Patrulla Kaibil fueron a tirar a dos recién nacidos al pozo. Eso a uno nunca se le olvida. Ver cómo agarraban a los niños, cómo los tiraban… Entonces, a uno, pues claro, uno teniendo sus hijos y ver esos casos…”.

Esa trasposición entre el presente, sus vivencias como padre, ver a sus hijos chiquitos, y el pasado, que regresaba con esas escenas de los niños de Las Dos Erres que iban a ser asesinados, hizo que Fabio se quebrara y decidiera contar lo que vio aquel día en Las Dos Erres. Eso ocurrió en 1994. Tuvieron que pasar casi dos décadas para que el caso llegara a juicio, lo que ocurrió en 2011 y en 2012.

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Fabio nunca recibió un curso militar: “principiando de que yo no había sacado el curso del CAR”. Se trata del curso tigres, que convierte al recluta en soldado, el que es impartido en el Centro de Adiestramiento de Reemplazos, ubicado en la Brigada Militar de Jutiapa. Nunca fue encuadrado a través de esa mezcla entre agudizar los sentidos, a través de la privación del sueño, el hambre, la sensación de calor y de frío, y la repetición constante de consignas.

A través de su testimonio fue posible establecer la identidad del mando de la Patrulla Kaibil, y el nombre de los otros oficiales, así como de los soldados que integraban esa unidad.

También, Fabio aportó para entender cómo se desarrolló la masacre, la meticulosa planificación previa, la dotación de claves para las comunicaciones por radio, ropas especiales, munición, equipos de radiocomunicación, mapas, medios de transporte aéreo, un pelotón de soldados, enviados por la Brigada Militar de Petén, en fin, un conjunto de medios que develan la intervención del Ejército en sus más altos niveles.

La forma como actuaron las tropas del Ejército en esta masacre guarda similitud con otras masacres que ocurrieron en el altiplano de Guatemala, el lugar donde, de acuerdo a la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), se cometieron actos de Genocidio. De estos casos, esas otras masacres, únicamente contamos con testimonios de sobrevivientes. Por ello, la masacre ocurrida en Las Dos Erres es un caso paradigmático que nos ilustra el comportamiento de las tropas del Ejército en la ejecución de actos de genocidio.

La historia de Fabio nos ilustra cómo, desde la vida de un personaje pequeño, un soldado que se hizo ayudante de cocina, después bodeguero y que terminó siendo cocinero, pueden analizarse grandes procesos y estructuras enormes. Se trata de ser capaces de ver, desde lo pequeño, aquello que resulta excepcional y extraordinario para explicar esos grandes procesos de la historia del genocidio.

El testimonio de Fabio ha sido fundamental para quebrar la historia oficial respecto del genocidio, los argumentos negacionistas que esgrimen la tesis de los excesos de las tropas, que argumentan que el mando nada tenía que ver, porque la planificación era centralizada y la ejecución descentralizada; o aquellos que plantean la tesis de la obediencia a las órdenes.

Pero, a pesar del testimonio de Fabio, quienes no quieren ver lo que ocurrió, seguirán sin verlo. No es que duden de la evidencia, es que simplemente no alcanzan a sentir compasión por el dolor humano.

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Esta historia está relacionada con mi libro, Los pelotones de la muerte. La construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco (México: El Colegio de México, 2014), que estará a la venta en el stand de la Librería La Casa del Libro, en Filgua, la Feria Internacional del Libro de Guatemala, que del 12 al 22 de julio se realizará en Fórum Majadas.

* Este no es el nombre real.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/domingo/2018/07/08/fabio-el-cocinero-de-la-escuela-kaibil-parte-ii-y-final/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Manolo E. Vela Castañeda