Ayúdanos a compartir

Los riesgos políticos de traicionar la representación

La supuestamente apoteósica elección de la nueva Junta Directiva del Congreso de la República con 105 votos es un buen motivo para reflexionar sobre la democracia y la responsabilidad de los electos ante sus electores, sobre la importancia y la necesidad de hacer efectiva y funcional la llamada democracia representativa y sobre los riesgos que su manoseo e incumplimiento pueden conllevar.

Virgilio Álvarez Aragón

En sistemas presidencialistas como el nuestro, el Congreso funciona como el contrapeso socialmente construido al poder ejecutivo. En ambos casos hay un voto popular, directo, para los funcionarios. El elector, muchas veces el mismo individuo, decide asignar a un candidato la conducción del Gobierno de la nación y a otro la responsabilidad de servir de control y apoyo. Esta es la dinámica del Congreso. En este se reúnen los que apoyan al Ejecutivo en sus políticas y acciones, que son ni más ni menos los que forman parte del partido o la coalición que en el evento electoral apoyaron a ese candidato, y los que han sido nominados para controlar y supervisar esa acción política y, cuando poseen cierta mayoría, orientar, o al menos condicionar, el rumbo de la política pública.

Esa es la teoría, el supuesto por el cual la nueva política guatemalteca debería transitar. Esa es, se supone, una de las demandas de la llamada plazocracia, que no es sino el conjunto de demandas genéricas que en las concentraciones masivas de 2015 levantaron los sectores más activos de la clase media capitalina. Muestra de ello es que, de los 12 diputados que en el distrito central se eligieron, apenas EG y VIVA obtuvieron dos diputados cada uno, y los demás, incluido el partido ahora oficial, apenas uno, situación que casi se repite en el departamento de Guatemala, donde, de los 20 diputados (aparte de FCN-Nación, que obtuvo cuatro), ningún partido pudo colocar más de dos.

Estos distritos son significativos no solo porque eligen un alto número de diputados, sino porque fue en la capital y sus alrededores donde con más intensidad y persistencia se dieron las movilizaciones populares del 2015, calificadas de verbenas cívicas por quien esto escribe.

La situación en otros distritos de amplia concentración de electores, como Huehuetenango (10 diputados), San Marcos y Alta Verapaz (9), responden a otras lógicas y merecerían análisis específicos, pero puede decirse que apenas en San Marcos FCN obtuvo la tercera parte de las curules, mientras en Alta Verapaz solo una y en Huehuetenango ninguna.

Es por ello que hay que considerar el primer turno como el indicador directo de la voluntad y las simpatías de los electores, como el evento que determina y define el juego político durante los cuatro años de mandato, pues es ese el momento en que se otorga la representación política ante el Parlamento. Si los electores hubiesen simpatizado ciegamente con Jimmy Morales y su partido, no solo habrían votado por él masivamente en el primer turno, sino que le habrían otorgado fuerza suficiente en el Parlamento para que desde allí se lo apoyara, tal como sí sucedió con Álvaro Arzú y su PAN (43/89) y con Alfonso Portillo y su FRG (63/113). La población no es tan analfabeta políticamente como algunos suponen, mucho menos ahora que las movilizaciones de 2015 dieron a las nuevas generaciones la ilusión de que son capaces de influir en el futuro del país.

Jimmy Morales apenas obtuvo el 25 % de los votos en el primer turno, el porcentaje más bajo en toda la historia moderna del país, es decir, a partir de 1985, desde cuando los resultados electorales son confiables. Solo uno de cada cuatro guatemaltecos lo escogió como presidente de manera definitiva. Muchos otros se decantaron por otras opciones de derecha y lo escogieron únicamente cuando en el segundo turno la otra opción les pareció inaceptable. Pero, además, menos de dos guatemaltecos de cada diez estuvieron dispuestos a brindarle apoyo en el Congreso. De ahí que su bancada fuera, al inicio del período, tan raquítica y mínima.

Es por eso que el transfuguismo de los diputados no solo es deshonesto, sino también fraudulento, pues defrauda de manera clara la voluntad del soberano, que es el elector. Pero también lo es en el momento de las votaciones en el pleno, como en el caso de la elección de la Junta Directiva del Congreso, pues el diputado tiene un mandato directo que cumplir. A los diputados de los partidos, hoy, en la oposición, sus electores los escogieron para ello, y no para servir de comparsas en el baile con el gobernante y su gente. Y el diputado lo sabe, más aún en un contexto tan politizado como la capital y los municipios del departamento de Guatemala.

Aliarse al partido del Gobierno para imponer una agenda que lo apoyó casi ciegamente, como sucedió en el ahora maldecido gobierno del PP, no fue lo que el elector mandató con su voto. De haber sido así, habría optado directamente por los diputados de ese partido.

La Junta Directiva del Congreso, en consecuencia, debe representar esa realidad no con vocación de chantaje y de negocios espurios, sino como balance real de las fuerzas políticas allí representadas. El arreglo para la elección de la Junta Directiva que ahora termina su función fue ese: establecer un contrapeso político en una situación de atomización, dado que las distintas facciones de la derecha tienen representación propia y, es de suponer, proyecto político propio, no necesariamente idéntico al de FCN-Nación, pues de ese modo habrían ido juntos en la elección nacional. Los partidos autodenominados de centro, centroizquierda e izquierda tampoco se verían representados en la miniagenda política de FCN-Nación, mucho menos con su postura autoritaria y discriminadora. Y, de nuevo, eso lo saben los distintos representantes hoy con curul en el Congreso.

La elección de Óscar Chinchilla, postulado por CREO, rompe con esa lógica, pues, si bien él supuestamente integra una bancada de oposición, su candidatura fue orquestada por el partido oficial y, para colmo de desfachatez antidemocrática, negociada desde la Presidencia de la República en una festiva reunión en la finca Santo Tomás. Ya sabemos que el señor Morales no guarda siquiera las formas y que su partido tiene una vocación absolutista y autoritaria, mucho más exacerbada que la del Partido Patriota, pero el hecho de que diputados supuestamente comprometidos con una gestión desde la nueva política lo hayan apoyado causa desasosiego, preocupación y hasta repulsa.

Debe tenerse claro que, cuando el partido oficial, sin haber obtenido la mayoría suficiente de curules, se esfuerza por controlar el Congreso, no solo es porque carece de la menor vocación democrática, sino también porque esconde aviesas intensiones con relación al manejo de la cosa pública. La muestra más evidente la tenemos en el manejo abusivo e ineficiente que durante la corrupta gestión del PP se hizo de la Junta directiva del Congreso en beneficio de los negocios privados y corruptos de la dupla gobernante.

La tácita y corrupta alianza PP-Líder que durante esos cuatro años denunciamos se reproduce ahora posiblemente con mayores daños para la vida política e institucional del país, pues de todos es más que sabido que los 61 diputados elegidos por esas agrupaciones, hoy bajo otras denominaciones, defenderán en su mayoría intereses ilegítimos e ilegales, aunados ahora a los intereses del raquítico grupo que la población eligió de FCN-Nación.

Que Todos y CREO se sumen a ese proceso no los proyecta como democráticos, sino todo lo contrario. Y es muy probable que, en alguna proporción, los electores les cobrarán sus veleidades en la próxima elección. Peor aún será el futuro de los diputados de Convergencia, pues, siendo los que más autonomía de criterio ofrecían durante las elecciones al parecer sintetizar en gran medida las exigencias de los sectores movilizados en 2015, luego de transcurridos apenas diez meses de gestión cayeron en la trampa del seguidismo y del supuesto éxito momentáneo.

Ninguna de las bancadas que apoyó a FCN-Nación en su intento por hacerse del control del Congreso ha hecho públicas sus negociaciones, por lo que hasta ahora no sabemos las causas efectivas que hicieron que se movieran de la oposición al apoyo al Gobierno, defraudando con ello a sus electores. De nuevo, si esa exigencia es común a todas las bancadas, más lo es a la de Convergencia, pues era una agrupación supuestamente inclinada hacia la izquierda, que prometía una acción política diferente de cara a las exigencias de la sociedad. Los pactos políticos serios, los que se hacen entre actores respetables y responsables, como lo saben hasta los niños de primaria, son tales si se hacen de cara al público y debidamente documentados.

Las bancadas pequeñas no tenían por qué montarse en los carros mayoritarios, pues su respetabilidad está en su independencia, y no en ser vagones de cola, a no ser que en la euforia del cargo hayan imaginado que pesan más sus intereses particulares que los de carácter nacional que dijeron representar.

Es por eso que el transfuguismo de los diputados no solo es deshonesto, sino también fraudulento, pues defrauda de manera clara la voluntad del soberano, que es el elector.

Fuente: [https://www.plazapublica.com.gt/content/los-riesgos-politicos-de-traicionar-la-representacion]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Virgilio Álvarez Aragón