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El Señor Presidente: La descentralización como respuesta literaria a la figura del invisible dictador omnipresente

Karla Preciado Mendoza

Acerca de El Señor Presidente se han dicho y escrito muchas cosas. Se ha analizado e interpretado desde diversas perspectivas, sobre todo en lo referente al carácter mitológico y a los aspectos estrechamente relacionados con la política. Los interesados por esta obra también han hecho que los lectores vuelquen su mirada hacia los juegos léxicos y las bellísimas metáforas que se manejan en el texto. De una manera más convencional, se han acercado a esta obra a partir de la trama, poniendo especial atención en la historia amorosa. Muy diversas pueden ser las lecturas la obra, pero en este caso interesa la intención global del texto frente al sistema dictatorial, que debemos recordar, va más allá del que se plantea en la novela.

Es por ello que me atrevo a sostener la tesis de que la instancia narrativa mantiene un proceso de descentralización a lo largo de toda la obra, con la finalidad de manifestarse en contra del sistema opresor representado a través de la figura del dictador, quien se percibe en todo momento sin estar, salvo en contadas ocasiones, de manera física al alcance del pueblo. El escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) diputado y embajador, se interesaba profundamente por las repercusiones de los sistemas opresores en Hispanoamérica. Es así como surge el texto que nos ocupa, una mirada a las acciones de un dictador diegético que se deshace de quienes le resultan incómodos y que inculpa a algunos inocentes valiéndose de uno de sus allegados más incondicionales, Cara de Ángel, quien de manera redentora se enamora pero termina siendo también traicionado por el dictador. El marco teórico que me permitirá aproximarme al texto es el que ofrece el método sociocrítico de análisis textual.

El propósito fundamental es analizar los diferentes constituyentes ideológicos y las significancias sociológicas contenidas en El Señor Presidente para demostrar que la instancia narrativa no permanece pasiva ante el proceso dictatorial, sino que como corpus literario, participa activamente en un proceso que se opone al opresor que no da la cara ante su gobierno, y que sin embargo observa y determina la mayoría de las acciones. Para ello manejaré dos líneas: la primera corresponde el caos heterogéneo en la novela y la segunda se ocupará de la sistemática de la fragmentación.

En este apartado se tratará el tema del caos de lo heterogéneo manifiesto en El Señor Presidente. Dicho de otra manera, hablaré de la postura de la instancia narrativa que convoca sentimientos, actitudes y hechos en el mismo espacio donde se mueven los personajes ya que al asumirlos de manera simultánea, rompen con el orden presupuesto de las cosas. Ese caos se genera ante el ojo siempre atento del Presidente, que no ante su figura de carne y hueso. Para desarrollar el tema me valdré de los textos semióticos (o polaridades) más evidentes en la obra que nos ocupa.

Las dicotomías nos remiten de inmediato a una descolocación en la atmósfera dictatorial. El Presidente es el propio caudillo que existe sin estar, manifiesto a través de los diferentes sujetos transindividuales y de la colectividad toda: “Poco a poco se fueron juntando los convidados (…). Lo que ninguno pudo decir fue dónde y a qué hora desapareció el Presidente” (Asturias, 1998: 154). Así, el caos puede significar una reacción no consciente de los personajes, pero también puede ser la representación del dictador que a pesar de su carácter etéreo adquiere vida a través del pueblo mismo y se concreta en él.

Lo interesante es que los ejes de oposición en la novela no se vuelcan exclusivamente sobre sí mismos, sino que son capaces de intercambiarse, como sucede con la intromisión de lo femenino en lo masculino, cuando se reitera la voz amujerada de Lucio Vázquez, o la influencia de lo masculino en lo femenino, con el olor a hombre siempre presente en las prostitutas del burdel al que ha sido vendida Niña Fedina. Los personajes no se encuentran estandarizados. Aquí no hallamos a la figura femenina sempiternamente sometida por el yugo de lo masculino, porque existen personajes como la esposa del titiritero, la señora Venjamón, mujer capaz de frenar las actitudes de su marido, quien en determinado momento decide soltar sus propias amarras para sumergirse en una tragedia individual. Las identidades no se encuentran reconcentradas sino que se expanden hacia los polos que parecen más alejados de la esencia.

Una paradoja ocurre entre los personajes que parecen estar en una constante búsqueda de lo materno, signo exaltado a través de la figura masculina, pero que se hace patente también en Camila, y la situación de las madres, como Niña Fedina, que no terminan de aceptar la separación emocional o material de sus hijos: “Las madres nunca llegan a sentirse completamente vacías de sus hijos” (Asturias, 1998: 165). El caos, entonces, no se limita a la esfera de las contaminaciones más evidentes, sino que abarca los estadios del alma misma, representación de la búsqueda constante en la vida de los personajes y producto de la insatisfacción inmersa en la dictadura, pero que va mucho más allá del dictador.

En El Señor Presidente, la maldad y la bondad se manifiestan de una manera implícita a través de las oposiciones de toda la instancia narrativa, pero esto no se refiere sólo a la cansina lucha entre el bien y el mal de orden religioso, suponiendo más bien una pugna irremediable entre el progreso que fomentará el conocimiento y la atmósfera oscurantista impuesta por la dictadura. Así, la historia es un vaivén entre ver y no ver, entre observar la realidad y padecer una ensayada ceguera blanca.

Nuevamente el lector se topa con esta doble visión del sujeto que permanece con los ojos vendados, pero que al mismo tiempo está realizando un ensayo de inteligente supervivencia. Se encuentra consciente del desorden (que incluso es capaz de provocar), que enfocado desde la perspectiva extratextual puede convertirse en la bomba de tiempo de un pueblo profundamente inconforme. Asturias acertadamente deja un resquicio en la obra para que el lector capte, dentro del sentido a veces doloroso, otras sarcástico de las palabras, una esperanza en la que el pueblo todo está actuando contra el sistema opresor que pretende a toda costa nublar su vista.

La obra está estructurada en un ambiente constantemente alterno entre luz y sombra. Estas incidencias permiten acercarnos a la visión del tiempo, al transcurso de los días y las noches, e incluso lo vivo y lo muerto. Nuevamente, ambos reinos, el de la luz y el de la oscuridad se fusionan desordenando los ejes que se podría suponer deben permanecer cada uno en su correspondiente hemisferio. Sin embargo, hay que destacar que la constante, literalmente hablando, es sombra y no oscuridad. La semántica de la palabra sugiere que entonces nos estamos enfrentando no a la ausencia de luz, sino a la interposición de un cuerpo con la luz que debería reflejarse en algún sitio. Se trata de una de las tantas metáforas carentes de inocencia en el texto, porque de lo que se está hablando es de la figura del dictador, de esa conciencia siempre presente que se tornasola cuando se esfuma como presencia humana para seguir observando desde su palco especial.

Finalmente, nos encontramos con la bipolaridad constituida de culpabilidad e inocencia. Esto en dos sentidos: el primero de ellos es el sentimiento del sujeto individual que inflinge un severo juicio moral sobre sí mismo, como ocurre en algunos momentos de la narración con Miguel Cara de Ángel, y la posible inocencia de algunos (pocos, si se quiere) en sus acciones. El segundo tópico, el más evidente y quizá el más importante, es el de la verdadera culpabilidad, de los autores intelectuales y materiales de los diferentes crímenes que se desencadenan, y la inocencia de los personajes muy poco pudientes que intencionalmente son inculpados y atrozmente castigados por los altos mandos y en primera instancia por las órdenes del Presidente. Una vez más se puede observar que los textos semióticos se suplantan para descolocar las instancias de lo que pudiera denominarse como curso normal de las acciones.

Algunos críticos se han dado a la tarea de analizar el texto semiótico que surge entre el mito y la realidad en la novela. Tal eje verdaderamente es una sistemática de la interrelación regional, ya que no puede ser tomado bien a bien como una oposición entre caracteres. No es aquí la mitificación o en todo caso desmitificación lo que nos preocupa, son más bien los sentidos profundos del caos que nos plantea. Fernando Alegría (1996) señala que Asturias maneja un tono de caos mitológico regional, pero que no intenta con ello ejercer un ataque contra la tradición literaria pues, estructuralmente, conserva la forma. No podemos concordar del todo con este teórico, ya que es precisamente esa ruptura con la tradición literaria la que hace pensar en El Señor Presidente como en un texto actual y novedoso que juega con otros recursos además del lenguaje singularmente onomatopéyico. La estructura es tema de otra disciplina.

El Señor Presidente ofrece una mirada caótica, desfasada, sobre todo propensa a la periferia, que permite observar las acciones desde una perspectiva más amplia. José Miguel Oviedo dice: “La ciudad es un núcleo de conflictos individuales y sociales (…). La antigua lucha épica contra la naturaleza se ha fraccionado y se libra en muchos frentes a la vez; se llama soledad, alienación, angustia, incomunicación” (Oviedo, 1996: 431). Quien esto escribe concuerda con tal sentencia, pues los traslapamientos que se suceden en el texto eminentemente cosmopolita no son producto de una casualidad, ni exclusivamente del sistema dictatorial. La convocación de los diferentes discursos crea una mezcla heterogénea que se desplaza fuera de la figura que se representa y gobierna al país. En todo caso Miguel Ángel Asturias reproduce literariamente una desorganización que se opone precisamente a la rigidez que intenta imponer el caudillo, hay que admitir, muy probablemente a costa de los propios personajes.

El segundo lineamiento a tratar es la sistemática de la fragmentación en el texto como proceso de descentralización. Si en lo caótico las instancias analizadas se concatenan, en este apartado la fragmentación se encarga de descongestionar un ambiente viciado, pero también se manifiesta el dolor de una segmentación forzada entre los personajes y las minuciosidades de su vida. La constante de los elementos fragmentados remite ineludiblemente a la forma y en caso muy específico de esta novela, al vacío.

Si la narración por sí misma pretende sacudir conciencias, toma como punto de partida lo que el pueblo puede hacer o no en unión. Llama la atención el hecho de que precisamente la fragmentación sea el punto de partida para ubicar las consecuencias de la dictadura en los sujetos desesperanzados. En el sentido que llamaremos positivo, se encuentra el lenguaje, que a través de las onomatopeyas constantes y la sistemática de la repetición fragmenta no sólo el discurso oral, sino que a través de la visualización ejerce una libertad frente a las normas canónicas que impone el aparato de Estado.

La manera sumamente esporádica en la que se citan elementos de pluralidad es otra vertiente del discurso sistematizado de la fragmentación. Desde el índice podemos percatarnos a través de los determinantes gramaticales que el sujeto se encuentra apartado de sus semejantes y lo mismo sucede con los elementos que lo rodean. La polisemia en la obra llega desde la periferia y no del centro, como si al separarse la multiplicidad de voces tomara lugar desde las orillas para dejar un vacío en el centro. El dictador se encuentra inmerso en ese vacío, ya que sus acciones no repercuten en el sujeto colectivo del país únicamente, sino que se vuelcan también hacia él, como si su opresión se propagara desde su entorno invisible de manera expansiva e impulsara hacia fuera del tremendo círculo a unos cuantos.

El tránsito entre lo positivo y lo negativo en la fragmentación es inevitable. También se fragmenta constantemente el cuerpo humano, sobre todo en lo que respecta a la figura femenina y concretamente a las imágenes eróticas hasta convertir la narración en un cuerpo un tanto carnavalesco, pero adornada dentro de los elementos indigenistas, sin caer en un insulso modernismo. Mario Benedetti establece lo que sigue:
Cuando en las nuevas letras latinoamericanas el personaje desaloja a la naturaleza de su privilegiado sitial en la evaluación narrativa, acaso ello signifique, entre otras cosas, una inédita manera de postular que este hombre de la porción latinoamericana del tercer mundo se rebela contra un paisaje que de algún modo es inocente sostén del poder arbitrario, de la injusticia, del tratamiento inhumano, del despojo (Benedetti, 1996: 362).
Es decir, que las rupturas en la normalidad no sólo afectan de manera negativa al individuo, puesto que, como se ha dicho, forma parte de una colectividad que le impulsa de alguna manera a rebelarse, porque a pesar de hallarse oprimido, actúa a favor de un bien común quizá a través de su propio sacrificio. Curiosamente, lo doloroso se plantea en el texto a partir de la pluralidad y los objetos: son las cuentas claras, las mujeres malas, los tíos y las tías.

Cabe resaltar que cuando el discurso se fragmenta para convertirse en un elemento que llamaremos de soledad, surge simultáneamente un ambiente de colectividad del que permanece físicamente excluido el dictador. Cuando en el burdel las prostitutas se dan cuenta de que lo que lleva entre los brazos Niña Fedina es su hijo muerto, comienzan todas a organizar un improvisado ritual mortuorio y la instancia narrativa, ya no Asturias, nos dice: “A todas se les había muerto aquella noche un hijo” (Asturias, 1998: 218). No es su hijo, sino un hijo, como si en medio de la soledad de Fedina, ellas se identificasen también con algo muy personal pero conformando al mismo tiempo un ambiente de unidad y comprensión.

Resulta inevitable volver a tocar el tema de la vacuidad. Es una cuestión que también nos remite al espacio que parece contenerlo todo pero que bien puede fungir también como habitante. Con esto quiero decir que al parecer el relato se mueve en círculos concéntricos que a toda costa pretende alejarse del caudillo quien nunca se sabe en qué lugar está. En medio de la miseria y los seres queridos que le son arrancados, el sujeto se siente vacío: la madre, la nana de Camila. Ambas figuras llegan a un espacio enrarecido. Niña Fedina a la cárcel, con el despojo de sus entrañas apretujado y ante el que decide convertirse en tumba, formar parte del lugar sombrío que ocupa y al mismo tiempo elige fusionarse con el cadáver de su hijo. La nana de Camila llega a la casa en total desorden donde transcurrieron las etapas más importantes de su vida, donde trabajó muchos años y con la que termina envolviéndose en una atmósfera enfermiza, que la conduce a la muerte.

La casa entonces es habitada por seres en primera instancia vacíos, segmentados. Con el transcurso de los segundos se van fusionando con ellos y forman un nuevo círculo, para contener ese espacio dentro de sí. Proceso de sístole y diástole entre la fragmentación y la concatenación, movimientos vitales provocados quizá por el centro de todo, que son las órdenes del Presidente. Gastón Bachelard considera al respecto de lo que hemos dicho lo siguiente: “No solamente nuestros recuerdos, sino también nuestros olvidos están ‘alojados’. Nuestro inconsciente está ‘alojado’. Nuestra alma es una morada. Y al acordarnos de las ‘casas’, de los ‘cuartos’, aprendemos a ‘morar’ en nosotros mismos” (Bacherlard, 2001: 29). Es entonces, a través de los trozos de recuerdos y figuras inconscientes que se creen olvidadas, que el espacio es susceptible de ser parte del sujeto individual y también son la vía para reconcentrarse sobre sí mismos, pero declaradamente no junto a la figura autoproclamada mayestática.

La fragmentación, hemos visto, presenta diversas caras y la del tiempo es una más. Las cicatrices las va dejando también en la figura del dictador, que en los pocos momentos en los que se manifiesta de manera física pierde los estribos, y se muestra como una entidad carente de sentido, fría e intrascendente que es obedecida sin el mayor apego sentimental, incluso por sus más allegados que se someten a través del miedo y se extravían en el discurso roto de su dirigente: “los culpables son ustedes, imbéciles, servidores de qué…, de qué sirven…, de nada!…” (Asturias, 1998: 195). De este modo, el propio Presidente disipa su realidad a través de la ambigüedad de las palabras que profiere, que se dispersan haciéndole perder respetabilidad y lo convierten en títere de sí mismo, semianimalizado.

En el orden trastocado, donde convergen, según hemos visto, inocencia y culpabilidad, el mismo general Canales, idealista y perseguido por un crimen no cometido, se va desgranando poco a poco literalmente: “En la respiración se le escapaban restos de palabras, de quejas despedazadas, y sabor del corazón que salta, que se encoge (…)” (Asturias, 1998: 108) Esto inmanentemente para irse alejando de la opresión y la injusticia tan recientemente recaída en su persona, para, en última instancia, dejar de ser.

La historia a través del discurso se convierte entonces en una imagen de mosaico, donde los seres todos de la dictadura, incluyendo al dictador que no sale de su propio círculo, se confunden entre las incidencias del pasado, entre los espacios que se ven obligados a llenar o entre los vacíos que no pueden agotar. Una fragmentación a través de la lengua, a través de la percepción estética del lector, pero también y posiblemente al mismo tiempo, del interior de cada uno de los personajes que conforman ya no el sujeto colectivo, sino el sujeto cultural que es la dictadura, removiéndose ante una presencia que les es temerariamente conocida, pero negada a través de la figura de carne y hueso, en este sentido, casi divinizada.

Finalmente, hemos hecho un recuento de dos aspectos fundamentales y un poco desatendidos en El Señor Presidente. Es necesario reconocer que los problemas fundamentales son los mismos en la humanidad entera y si bien una novela no nos develará la quintaesencia de la vida del hombre, sí es capaz, en este caso concreto, de reunir y convocar variadas lecturas, e interpretaciones, y lo más importante, provoca intereses analíticos que incluso pueden ir más allá del interés literario: la figura del dictador y el comportamiento de sujeto cultural que se ve afectado por sus acciones.

Es así como el texto que nos ocupa y la instancia narrativa que lo modela construyen su propio espacio literario con un rostro fresco dentro de los movimientos de vanguardia, sin la necesidad de lanzar al mundo manifiestos explícitos, puesto que finalmente se puede decir que el texto verdaderamente habla por sí mismo, formando auténticos textos semióticos como unidad toda. Si bien habla de caos y fragmentación, discursos de por sí relacionados, es una integración de pocas hojas para la temática tan amplia que abarca. Finalmente el texto como unidad responde a la ausencia física de la presencia mental y emocional del gobernante que somete. El texto es un viaje prácticamente inacabado del centro a la periferia que se expande mucho más allá de las fronteras nacionales de la implícita Guatemala, para así poder aislar a la figura del dictador dentro del círculo casi apocalíptico de elementos separados. Asturias revuelve y desune, pero al mismo tiempo unifica, protestando a través de una palabra renovada, siempre viva.

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Fuente: Letralia [https://letralia.com/156/ensayo01.htm]