Son como hermanos, dice la derecha de Miami.
El Nuevo Herald (10-8-12) publicó un artículo de Alejandro Armengol titulado “Friedman y el fracaso neoliberal”, en el que su autor compara a los comunistas y los neoliberales igualando sus ideologías como propuestas sin fundamento ni efectividad, ingenuas y demagógicas.
Dice Armengol que “Uno de los problemas con la ideología neoliberal, esa que propugna la reducción al mínimo del Estado y la panacea del mercado, es que carece de una base real en la que fundamentar su teoría. En este sentido, recuerda sospechosamente a la comunista. (…) Al igual que hicieron los ideólogos marxistas, los neoliberales tienden a suplantar al hombre real por el que vendrá” (con lo cual no se refiere a la verdad de que ambas ideologías tienden a confundir la utopía con lo posible, al menos en sus exponentes más ingenuos –y por ello más extremistas–, sino a la mentira de que el hombre es naturalmente irracional y que por eso es inútil tratar de transformarlo). “Ello explica, en parte” –sigue diciendo Armengol–, “que a menudo ganen en los procesos electorales y luego pierdan a la hora de poner en práctica sus proyectos”. Allí están los ejemplos de la URSS, por un lado, y de Inglaterra, Estados Unidos, México, Argentina y el resto del mundo, por el otro.
Al “naturalizar” lo que no es sino construcción ideológica (elevando la irracionalidad humana al plano de “la esencia” y rebajando su racionalidad al de la ficción), el autor desecha una racionalidad económica posible, aunque no por ello abraza el dogma neoliberal; ni siquiera el liberal clásico, en nombre del cual aquél perpetra los desmanes de todos conocidos. Por eso afirma que “Si bien es cierto que en una economía de mercado libre la creación de mercancías está determinada por los precios y el consumo, en la actualidad estos mecanismos ya no son regidos por la simple ley de la oferta y la demanda, sino también por la propaganda, las técnicas de mercadeo y los monopolios (…) En la actualidad, la creación de demandas artificiales ha sustituido en gran parte a los intercambios de mercancías que satisfacen necesidades básicas. Si se puede identificar una fuente de ansiedad o inseguridad, ésta puede ser explotada a través de la publicidad”.
El argumento neoliberal de que el consumidor “decide” es, pues, demagógico. Tanto así que Armengol añade que “Toda esa verborrea barata de que la riqueza crea empleo, que no hay que regular a las fuerzas del mercado y que la prosperidad está a la vuelta de la esquina siempre que se les permita una plena libertad a los individuos para producir y vender, es pura engañifa, lenguaje de pillos”. Una inmoralidad cínicamente asumida en y para consumo del público. Por eso el articulista admite que “Las consideraciones sobre calidad de vida, protección ambiental y desarrollo espiritual quedan fuera de su consideración. Ello sin contar la corrupción política y el espionaje industrial”.
“Si bien es cierto” –concluye el periodista– “que el leninismo, ese aprovechamiento macabro de un supuesto marxismo, lleva irremisiblemente al estado totalitario y policial, también es innegable que tanto el liberalismo como su versión actualizada conducen en última instancia al estado corporativo: esa mala semilla que tiene en su interior la sociedad propugnada por los neoliberales, y que éstos olvidan cuando hablan de disminuir el papel del estado paternalista y regulador”. ¡Amén!
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