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Aquellas Navidades en mi Barrio
Reseñas de Guatemala

En aquel barrio feliz, de calles sencillas y casitas todas iguales, Navidad no era un día, pues se extendía durante todo el mes… No eran los regalos o las fiestas las que la hacían memorables cada Navidad, era ese espíritu de pertenecer, a una “Gran Familia” donde la alegría se celebraban en común y las penas y tristezas se compartían, todos conocían a sus vecinos, nadie se miraba como extraño, pues tenían y compartían ese pedacito de cielo…

Cada día era de celebración, por la amistad, por las cosas sencillas que vuelven cada momento inolvidable…Los patojos jugando por las calles, los muchachos tirando racimos de flores con sus palabras a las chicas que caminaban por las calles, otros pintando las fachadas de las casas, las mamas preparando el ponche y los tamales, la pierna, el lomo relleno y todo aquello que le da ese sabor a la “Navidad Chapina” que se añora en la distancia.

En las calles se sentían en una mezcla deliciosas, los aromas del pino, la manzanilla y el incienso, en los jardines repletos de flores, cual si fueran niñas sonreían las pascuas, alguno que otro canchinflín revoloteaba silbando al aire la alegría de los patojos. Unas semanas antes de la noche buena, en las cuadras empezaba la colecta de casa en casa, para comprar el pino y los adornos para decorar la cuadra; también se empezaba a organizar los diferentes “Repasos” o fiestas de Navidad y de fin de año, que se hacían en las principales calles de la Colonia.

La semana de la navidad, casi todas las calles se vestían de fiesta, con flecos de colores que colgaban por sus calles y que cuando los tocaba el viento parecían estar bailando, las aceras de las calles pintadas con motivos navideños que solían durar algunos mese s, hasta que llegaban las lluvias y los iban lavando.

Llegado el 24 de diciembre, las casas parecían transpirar los aromas de la “Navidad Chapina”, los patojos pasa que pasa en la cocina, metiendo los dedos en la masa de los tamales o robándose los pedacitos de fruta para el ponche y allí estaban las mamas, sacándolos de la cocina. Las chicas probándose una y otra vez el estreno de navidad y ensayando su mejor sonrisa frente al espejo, mientras por la cornisa se les resbalaba la coquetería…Los muchachos ensayando sus además y pasos de baile o conversando en las esquinas, los papas aprovechando el descanso, para reconocer la casa de donde muchas veces eran los grandes ausentes por ese exceso de trabajo, al que los sometían sus obligaciones, pues esta vida con sus contradicciones ,les consumía el tiempo trabajando para darle a los suyos lo que ellos no tuvieron.

Para eso de las seis de la tarde todos se peleaban para ser los primeros en bañarse y luego estrenarse la ropa nueva, las mamas se plantaban en la cocina para no dejarlos entrar, pues deberían de esperar hasta el momento de la cena, los cohetillos se dejaban escuchar, esos aromas dejaban en el paladar un sabor que nunca en la vida se habría de olvidar…

Las calles se empezaban a cerrar, en la “Isla” y Octava avenida se preparaba la disco rodante Black Machine, en la 5 avenida y 18 Happy Disco, en la 20 bajando hacia el mercado Caribean Disco, y en otras calles y avenidas Music Power, total era que a lo largo y ancho de la Colonia la música vibraba en las calles y en los corazones, con canciones que marcaban una época y que con el tiempo embriagaban las memorias con nostalgias.

Aquella noche no faltaba quien despidiéndose (momentáneamente, pues se volverían a ver en poco más de una hora) de la novia, le dieran las doce de la noche, para luego salir volando entre cohetillos y canchinflines para estar en casa y dar el abrazo a la familia. Y como olvidar al padre Antonia Travadelo y sus misas de gallo, que te forzaban a estar hasta 5 minutos antes de las doce en la iglesia, pues como él decía: -No hay mejor lugar para celebrar que en la casa del “Nino Rey”.

Al dar las doce entre abrazos efusivos, aquel tronar de cohetillos, de mas, de media hora, la veladora y el incienso frente al nacimiento elevando una oración, para luego ir de casa en casa regalando abrazos y comiendo un poquito, para luego llegar a casa casi lleno, los patojos destapando sus regalitos, los papas mirándolos llenos de alegría y esperanza, los abuelos recordando con añoranza… Y en una mezcla de aromas, sabores, colores y ese calor de la gente, era sentir como el amor de Dios se ha volcado en las calles en noche buena.

En la cena de navidad, no faltaban los brindis mezclados con las oraciones, los cantos, las canciones y un cumulo de emociones, que hacían que aquellos aromas y sabores se vuelvan inolvidables y marquen la vida. Pero una vez acabada la cena, los patojos se ponían a jugar y a quemar sus cohetillos, los muchachos de vuelta con la novia, las muchachas ensayando sus sonrisas y la música dispuesta para todos los invitados o no a la fiesta. En aquella noche que todos deseaban que fuera eterna, nacían nuevos amores, crecían nuevas esperanzas y las alegrías eran rosarios compartidos de todos aquellos años vividos.

Al día siguiente, que era mañana de desvelados, los patojos salían desde temprano con una bolsa en mano, en busca de los cohetillos que no habían reventado, para luego armar sus guerritas de cohetillos y canchinflines, donde más de alguno pagaba el precio, por ver con desprecio el poder de la pólvora… Los mayores despertaban un poco más tarde a repetir lo de la cena y alguno que otro muchacho preguntándose si lo vivido la noche anterior, no sería un sueño. No faltaban los repasos del día de navidad en la casa de algún vecino.

Aquellas navidades del barrio, se hicieron inolvidables, NO por el exceso y abundancia, si no por ese espíritu de compartir…Se quedaron impregnadas en el alma, por el aroma de esos recuerdos que son recurrentes cuando te recuerdas y te parece que fue ayer.

Oxwell L’bu
Fotos: Matz Sagas