Ayúdanos a compartir

Carlos López

A José Luis Perdomo Orellana

En los años sesenta, un maestro guatemalteco de educación media decía, sin aportar pruebas, que en Guatemala se hablaba el mejor español del mundo. Desde entonces pienso en dónde puede estar el mérito del habla guatemalteca, con la que nací y me formé hasta los 26 años, edad que tenía cuando me transterraron a México y empecé a hablar el dialecto mexicano. También por esos tiempos oí en la escuela que el himno nacional de Guatemala era el «más hermoso del mundo después de “La marsellesa”». Como no tenía forma de comprobar ambos primeros lugares, me conformaba con pensar como un repiqueteo lo que se nos enseñaba sin explicaciones.

Los maestros de ese entonces se esforzaban para que aprendiéramos que no debe decirse hubieron sino hubo, dijieron sino dijeron, andé sino anduve, veniste sino viniste, en base a sino con base en, la primer sino la primera y tantas cosas más; cincuenta años después, maestros y estudiantes perpetúan ese afán. Hasta hace muy poco tuve conciencia de las suspicacias de mi padre, quien no permitió que fuera a la escuela hasta que cumplí once años, porque tenía miedo de que ahí me echaran a perder. También hace poco leí lo que otros grandes pensadores como mi padre opinan al respecto, entre otros George Bernard Shaw, que afirmó que su educación iba muy bien hasta que lo obligaron a ir al colegio.

Esta idea de competencia para ser mejores y de creer que la escuela es el lugar donde el maestro dice verdades y el alumno las recibe sin réplica o sin derecho a un argumento, menos a una comprobación, estaba a tono con el ambiente represor que se respiraba en todas las actividades de la vida cotidiana de ese entonces en Guatemala. No había diálogo en ningún ámbito. El silencio era obligatorio para estar en la sociedad. Tal vez por eso cuando empezamos a rebelarnos nuestra forma expresiva fue el grito y la irreverencia. Nuestra protesta en masa fue terca, sin concesiones, nuestra entrega fue total y nos fuimos contra el gobierno, el causante principal de tenernos callados.

Cuando por fin alzamos la voz nos dimos cuenta de que tampoco bastaba con la altisonancia y nos movimos sin miedo para protestar y luchar por reivindicaciones educativas, políticas, sociales, económicas desde distintas trincheras en las que se privilegiaba la palabra antes que la violencia. Al romper el silencio y comprender el poder de la palabra, nos movimos, no al revés. Nos dimos cuenta de que nuestra palabra podía ser una forma de resistencia, de que con ella podíamos nombrar, además de la belleza, la fealdad, la barbarie, lo que estaba mal, la realidad sin maquillaje. Entendimos que por la palabra podíamos ser libres y éticos.

En ese entonces me preocupaban los asuntos del lenguaje, porque me gustaba la lengua que me enseñaron mis padres; hoy no sólo me gusta, la amo, estoy enamorado, es decir, perdido por la lengua que me tocó hablar, que no elegí de entre las veintitrés que se hablan en mi país. Más certero que afirmar que niñez es destino sería decir que lenguaje es destino, pues éste nos moldea, nos da esencia, conocimiento, nos revela universos, nos ubica en el mundo.

En los años cincuenta del siglo XX, la palabra valía más que los papeles escritos. Desde un niño hasta una persona de cualquier edad, para garantizar el cumplimiento de cosas importantes, delicadas, graves, sólo decía «te doy mi palabra»; no juraba, no firmaba papeles. Bastaba con dar la palabra. Este nivel de compromiso prescindía de la religión (no hacía falta jurar), de los adjetivos (quien juraba «por su honor» despertaba suspicacias, desconfianzas), ni siquiera el juramento por «su santa madre» era garantía de solvencia moral; las perífrasis eran casi una invitación a la cancelación de un compromiso, pues eran recursos para enredar; no era bien visto el palabrerío vacuo.

Los decretos de las academias sobre el uso correcto de la lengua no siempre dan buenos resultados ni garantizan su conservación; la moral que se crea al usar las palabras que nos heredaron nuestros mayores, la práctica personal, la guardianía de las palabras, las convenciones que establecen los grupos, las clases sociales o las sociedades en conjunto son las que dan vida a una lengua, que tiene la sobriedad y el entendimiento entre sus funciones más preciadas. El contexto es un buen regulador del idioma estándar y la semántica de los vocablos que, en cada región, para no hablar de países, se aplican de distinta manera. Pongo un ejemplo de una de las palabras más cortas del español, pero de gran significación según lleve tilde o no. se dice también de estas maneras en Guatemala: sifón, simón, simoncho, siguamonta, sipi, sierpe, por su pollo, por Sumpango, cincho, sí pues, pues sí, está bueno, abuelita, de plano, agüevo, a huevo, claro, clarines, clarinero, clarín, clarín corneta, de una, como para que no, no hay clavo, hueco el que se raje, dale, va, vas, vaa, va pues, de acuerdo, de a cuervo, vaya, bien, Vásquez, yes, okei, yeah, ya. En México: Simón, simón que sí, simón simón el orgullo de don Andrés, simón taras a caballo, simonazo patada, yes, Yesenia la gitana, simonkey, Simone de Beauvior, Simona la cacariza, Simona la mona, simonel, simondón, cincho, bambi, bambi es un venado y tambor su valedor, claro, clorofila, aro, aro que yes, claxon, clarín, clarín corneta, clarines, clarinero, sobres, arres, arre, vavavava, va que va, pus va, sipi, sipidilí, ahuewish, awiwi, awebo, agüevo, a huevo, ei, carajo si no, a chiflido, chiflidito, shí, chí, ooots, uuuts, abuelita de Batman, abuelita soy tu nieto, afirmativo parejón, afirma, positivo, yesterday, a Wilson, a Wilwoort, agüílgur, sí pirili, obvi, cámara, órale, simonta caballo, sirol, Ciroperaloca, vas, Vázquez, de una, por su pollo, ya está peinado patrás, llégale, de a cien, pos hora es cuando, yeah, ya, avanti. El idioma nunca se olvida, se lleva adonde se va. Según John Dos Passos, «se puede arrancar al hombre de su país, pero no se puede arrancar el país del corazón del hombre», y el corazón del hombre vibra en cada palabra.

Sobre metaplasmos y otras figuras del lenguaje

El origen de los metaplasmos es inmemorial. Se usaron y seguirán usando en todas las culturas, porque la economía en la comunicación es una de las características de la estética de la lengua. En nuestros tiempos, la transformación lingüística involucionó a los emojis, que, por lo general, cierran una comunicación, son la despedida. Los emoticonos cedieron su lugar a dichos signos, y éstos a abreviaturas con letras y signos, un metalenguaje: Xq t q ++ («Porque te quiero mucho»). Estas formas encontraron eco en amplios sectores de la población. Estamos viviendo la dictadura de la imagen, lo que en vez de asustarnos nos debe hacer reflexionar sobre los orígenes del lenguaje. Los primeros hablantes eran tan económicos que les bastaba pronunciar una interjección para decir todo, como hasta la fecha. Un caso ilustra lo anterior: ante un argumento para dirimir un problema basta con emplear ¡¿y?! para desarmar al otro; a otros les alcanza y sobra con poner un emoticono para contrargumentar. Miguel de Cervantes Saavedra utilizó 22,939 palabras diferentes para escribir El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; un compositor de reguetón usa 30; la mayoría de los jóvenes hoy emplea 300 palabras en promedio para comunicarse (de éstas, 78 son soeces) y con 37 emoticones. El idioma español tiene alrededor de 300 mil vocablos.

La aféresis, la síncopa y la apócope son los metaplasmos preferidos de los hablantes. La apócope se parece a los hipocorísticos, pero éstos se diferencian porque se aplican sólo para nombres propios de personas; un solo nombre adopta varias formas: Paco, Pancho, Fran, Franc, Francis. El uso de los hipocorísticos está tan extendido que lo mejor sería asentar en el acta de nacimiento nombres como Pepe, Sheny (Jenny), Coni, Róber, Sofi (So); y de una vez con un grado académico, puesto que las personas cuando se autopresentan anteponen algo a su nombre: licenciada infieri Moni Galindo; bachiller Fede Gómez. Hasta los extranjeros conocen más los topónimos Pana, Guate, Chichi, Xela, Huehue, Mazate, que sus nombres desatados; depa, profe, tele, camio, compa, muni y cientos de apócopes forman parte del léxico generalizado en todas las capas sociales; en algunos sectores ilustrados se usa u por universidad, o por organización (guerrillera) y son las apócopes más cortas del vocabulario.

La pronunciación illa se cambia en casi todos los sectores sociales a ía; no se dice ardilla sino ardía (el sujeto cambia a verbo), maravilla, sino maravía, tortía por tortilla, platío por platillo, pandíeros por pandilleros; o aqueos por aquellos. Otras síncopas se integraron de manera muy natural al léxico de todos los estratos sociales: Benito (Benedicto), refrán (referirán), piecito (piececito), panito (panecito). Al revés, hay casos de ultracorrección: policilla, vacilla, bacalado, varear, sectáreo, espúreo, extremecido; de ambivalencia con afanes cultos: obscuro, subscribir, substancia; o de utilizar palabras más largas —por lo regular, barbarismos— por pensar que son más elegantes: recepcionar por recibir, aperturar por abrir, influenciar por influir, ejercitar por ejercer, balacear por balear, escuchar por oír; en poesía todavía es común ver voces esdrújulas, rescoldos de hace dos siglos, cuando se impuso la moda de escribir díjome en lugar de me dijo. Respecto de los proclíticos y los enclíticos, los anunciantes —que sólo sirven para embaucar y echar a perder la lengua— dicen inicia en lugar de se inicia o aplican en vez de se aplican.

Con los adverbios que acaban en mente —que hacen más largas las palabras y se usan como muletilla, como recurso fácil— hay un problema de acentuación al que se presta poca atención. Según la Ortografía de la lengua española de la Real Academia Española, los adverbios que finalizan en mente conservan el acento prosódico o gráfico: antiguamente, cómodamente, pero en estos ejemplos se oyen dos acentos: en los adjetivos antigua y cómoda y en mente. (Hay personas que escriben en dos palabras los adverbios terminados en mente; de manera que lo que expresan es mente torpe, por torpemente.) Si la regla para crear palabras compuestas es que en la última recae el acento, pues nuestra lengua sólo admite un acento (historicosocial, economicopoliticoeconómica), debería incluirse en esta norma la composición de palabras terminadas en mente y eliminar el acento en cualquier otro caso: friamente, agilmente. (Aunque lo mejor sería abandonar la comodidad reduccionista de usar estos adverbios largos, pesados, cacofónicos, sin imaginación, y pensar y usar más enálages como habla despacio, corre lento, en lugar de habla despaciosamente, corre lentamente.) Quienes usan la muletilla indudablemente o, en el colmo de la pedantería, indubitablemente, o sus variantes sin duda, sin lugar a dudas, sin ningún asomo de duda, sin ninguna duda reflejan autoritarismo, ignorancia, pues el ser humano desde que nace trae como sino la duda; mientras más inteligente es y más sabe, más se llena de dudas; éstas son el leitmotiv para conocer el mundo.

Otra forma de alargar las expresiones de manera burda es usar todos y todas, chiquillos y chiquillas (puesto de moda por Vicente Fox, el presidente más mentiroso, ignorante, inepto, bizarro que ha padecido México) o las formas ilegibles, impronunciables, todxs, tod@s, todoaes, o todes, que es el aderezo más reciente impulsado desde quién sabe qué vagos sótanos ni por qué mentes preocupadas por la igualdad lingüística de género, pero no por la igualdad de ofertas laborales y salarios iguales de hombres y mujeres, ni por las reivindicaciones de justicia y libertad, o contra la discriminación, la opresión, la represión, la explotación. Quienes pregonan estas formas frankensteineanas de comunicación tranquilizan su conciencia con modas importadas, imposiciones pueriles, desde la indigencia oenegera. La lucha de clases fue sustituida por la lucha de género que se arremetió contra el lenguaje.

Hay que recordar que los cambios son lentos y sólo se concretan cuando la gran mayoría los practican por convencimiento; nadie los impone; a nadie debería aceptársele ninguna forma de coacción en el uso del lenguaje. Por ejemplo, en la actualidad se dice ábside, no ábsida, como se decía antes; almácigo, no almáciga; azucarera, no azucarero; barranco, no barranca; barreno, no barrena; desgano, no desgana; fresco, no fresca; griterío, no gritería; librera, no librero; llamada, no llamado; ozono, no ozona; tránsfuga, no tránsfugo. Persona, humanidad, poesía, utopía, epifanía, alba, nefelibata, resiliencia, tierra, luna, paz, lengua, habla son términos omniabarcantes, bellos, que nadie cuestiona por no ser inclusivos. Sol en alemán es femenino y luna, masculino; en esa hermosa lengua nadie se ha peleado por ninguna hegemonía sexista.

Concepción Company afirma que «la mayoría de lenguas del mundo no marca género; la gramática no tiene sexo, no es ni incluyente ni excluyente, es una herramienta que atraviesa nuestra vida y que usamos a diario para funcionar en la vida. La gramática es una serie de convenciones, es arbitraria. Por ejemplo, la palabra arte en singular es el arte, en plural son las artes, eso es una muestra de arbitrariedad, así ha sido por siglos. Es decir, la gramática no refleja siempre el mundo. Éste está dividido en dos: hombres y mujeres; la gramática no lo está, es un hecho arbitrario de sedimentación secular y herencias milenarias». En el idioma cakchiquel, los pronombres y los artículos se utilizan para nombrar en masculino o femenino, idéntico al inglés; como la mayoría de lenguas amerindias, no tiene género, igual que el vasco, el turco, el finlandés, el árabe, el persa. 

En referencia al llamado lenguaje inclusivo, Santiago Muñoz Machado señala: «Ha habido un proceso de modificación del diccionario muy intenso para eliminar cualquier referencia que pudiera resultar discriminatoria o insultante incluso para la mujer. La Academia está muy dispuesta para hacer lo que pueda para evitar que el lenguaje sea un elemento de discriminación, pero no está dispuesta en absoluto para aceptar [las] tonterías [del llamado lenguaje inclusivo]».

En Guatemala, por influencia del inglés, se omiten los artículos: se dice vivo en zona 1 por vivo en la zona 1; doy clases en Usac por doy clases en la Usac. O se agrega una h para aparentar categoría social: thé o thés/thees por , tés, Theo por Teo (hipocorístico de Teodoro). En el país de la incorrección idiomática, hablar bien causa desconfianza. Frente a las formas de hablar impuestas o copiadas de modas (hoy los hiperónimos campean a sus anchas; sus horripilantes secuelas se pueden ver en la indolencia, la pereza mental, el conformismo, los aires de superioridad que aparentan quienes los usan, por lo general personas con estudios universitarios) hay que oponer la creatividad, la voz original, términos novedosos que despierten el amor por las palabras.

Se generalizó el uso de la locución adverbial media vez en lugar de una vez o toda vez como equivalente de condición o supuesto que o siendo así que: «Media vez cumpla su palabra, le doy el sí». Media vez es imposible, porque vez no se puede partir; tampoco funciona como oxímoron. Uno de los sinsentidos que más se oyen en el habla actual es el uso independiente del infinitivo: (les tengo que) decir que, (debo) aclarar que, (me comunico para) informar que, o peor, cuando se antepone la preposición de a que (consignar de que en lugar de me permito consignar que). En la jerga periodística, para estar in con la zafiedad, para simular elegancia o sólo por estupidez o desidia se omite incluir la frase que introduce al infinitivo.

Hace cuarenta años, en la Universidad Nacional Autónoma de México oía estas muletillas que hasta la fecha no logro descifrar; se decían de corrido a la menor provocación, sobre todo cuando se balbuceaba un intento de contrargumento: No sé, o sea, de alguna manera; muchos años después cambiaron a de hecho para referirse a cualquier cosa; luego, en la jerga abogansteril sobre todo, se empezó a utilizar al final del día, al final del camino; ahora está de moda la palabra tema: «el tema es que» se oye para todo, a todas horas, en la radio, la televisión, la escuela. Es el hiperónimo que rompió todas las marcas. Si William Shakespeare oyera estas aberraciones, volvería a afirmar que «el infierno está vacío. Todos los demonios están aquí». Mediocres disfrazados de intelectuales, que son los que más echan a perder el lenguaje con su mal gusto, intelecuáles vacíos, muy a la moda, se regodean en los abalorios que hacen pasar por conocimiento. El descuido de la instrucción superior se desbordó; se perdió la educación en manos de los tecnócratas imitadores del modelo estadunidense que cambiaron el autodenominado homo sapiens por el homo dicentis sin sentido, aparente, kitsch.

Aunque el idioma inglés se ha metido en todos los rincones, en nuestra lengua también hay galicismos que pasan desapercibidos: chofer, beige, amateur, bricolaje, restaurante, peluche, jamón, debut, pichel, chumpa. Pero hay muchas formas para resistirse a la penetración del imperial idioma inglés y del español ibérico. Una de ellas es el uso de los modos verbales activos (leí por he leído, que además de ser perifrástico suena impostado). Las traducciones del inglés y los libros editados en España hacen su parte en el proceso de colonización ideológica, que no cesa, que empezó con la imposición del lenguaje; los conquistadores sabían que las armas blancas y de fuego no serían suficientes para imponerse. El lenguaje se empleó como arma eficaz de sometimiento; luego vino la religión.

Algunas expresiones pierden sentido si sólo vemos la etimología y literalidad de un término. Acostumbrados a decir, por ejemplo, «el perínclito caballero», si el sujeto no va a caballo se estaría sólo ante un estimado bípedo. En la Colonia se dividía a la sociedad entre los de a pie (a quienes se dotaba de una peonía) y los de a caballo, a quienes se pintaba al óleo con la mejor pose sobre su bestia para imponer más respeto. A partir de que, en el siglo xv, en la ciudad húngara de Kocs, se mejoró el sistema de tracción jalado por caballos se llamó coche a este innovador transporte, ¿los caballeros pasaron a ser «distinguidos cocheros»? No, porque el sustantivo se aplicó a los empleados de a pie que conducían las riendas de los caballos que jalaban el armatoste. En Guatemala, coche es la apócope de cochino, muy parecido a cochi, como se dice en Guerrero, México; como se ha comprobado en varias lenguas romances, los hablantes de un idioma cambian las vocales cerradas de difícil pronunciación por las abiertas.

El idioma español contiene cuatro mil voces árabes y un sinfín de extranjerismos; se nutrió de las lenguas aborígenes y cambia todos los días por la necesidad de adaptarse al desarrollo tecnológico, comercial, político. No hay lenguas puras, porque nada puro hay en el mundo, incluidos los lingüistas. Los problemas y cambios cotidianos le dan vida a la lengua, que está entera, robusta, con toda su belleza y fascinación. Resiste.

El lenguaje como resistencia

La palabra es un poderoso soberano,
que con un cuerpo pequeñísimo e invisible
realiza empresas divinas: eliminar el temor,
suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión.
Platón

Al mismo tiempo que nos da identidad, el lenguaje nos representa, nos da forma; se crea y re-crea con nosotros y se convierte en nuestro último reducto para resistir, igual que el silencio, que es otra forma de decir. Se conoce más a alguien por sus palabras que por sus actos. La frase que exige «hechos, no palabras» no pasa de ser un lugar común; está muy desgastada. Hasta en el amor se puede comprobar, porque éste vive en las palabras, pero los hechos, la realidad se encargan de desvirtuarlo, de borrarlo. El lenguaje despierta las pasiones, los sentidos; es erótico e induce al amor; las palabras seducen, transforman.

Pero el lenguaje también es indicativo de algo terrible. Karl Kraus presintió la proximidad de la guerra al observar el lenguaje de los anuncios publicitarios. Como él, quienes estamos atentos al lenguaje podemos descifrar en la lectura de lo que nos rodea la descomposición social, la abominable violencia, la banalidad aumentada, la inminencia del desastre. Los estados cleptoteocráticos corruptos, inútiles, con funciones gerenciales más que de políticas públicas, la dictadura publicitada como democracia, la mentira como forma de gobierno, la palabra sin valor, los tópicos ruines, la doble moral, la ausencia de ética, todo se basa en la palabra, que crea a las instituciones, a las sociedades. Con el lenguaje de la competitividad se crea el espejismo de la superación personal, se embota el pensamiento crítico, el adormecimiento de la conciencia; con el lenguaje de la felicidad personal se aísla al individuo de su contexto social; la alegría es también del otro o no es. Si en el pórtico de la antigüedad se pregonaba «conócete a ti mismo» (que corrigió Menandro: «Es más útil decir: conoce a los otros») y el conocimiento tenía pretensiones desadormecedoras, en estos tiempos ahistóricos —según Francis Fukuyama, que decretó de manera temeraria, absurda, falaz, el fin de la historia desde hace muchos años— se tiene como lema «sé feliz» sin importar a costa de qué. El lenguaje del poder embrutece, el poder del lenguaje del pueblo es liberador, esperanzador, creador. No es una dicotomía simple, espontánea, coyuntural. Tiene una historia compleja, trémula, continuada.

El lenguaje nos pertenece a todos; está en constante ebullición; no hay que someterlo a ningún purismo, pues es imposible; pero debemos estar en alerta constante a sus mensajes. Hoy los estímulos son infinitos; entre la vida real y la virtual, el lenguaje ha sufrido rápidas transformaciones que nos desconciertan. Para quienes amamos las palabras, el alud de información que ofrece el mundo se nos va de las manos, pero hay una actitud de resistencia en quien no se deja arrastrar y, por el contrario, observa en la más nimia nota, texto, gesto una manifestación de algo más. 

Las calles son como libros, los anuncios nos dejan medir la temperatura de la época y cuando entramos a las ciudades virtuales, hallamos también revelaciones, aunque tal vez más hipócritas que las del exterior.

Cuidamos a la rosa para que nos alegre con su existencia, con su forma, color, olor, textura, calidez, misterio. Escribí en singular cada uno de los sustantivos anteriores y quizá debería hacerlo en plural, pues cada vez que uno ve la rosa encuentra formas distintas, y un color del que uno está seguro por la mañana tiene otros matices por la tarde o al otro día. La rosa se transforma con el tiempo, que nos vuelve distintos a todos los habitantes del Universo. ¿Nos contentamos con la belleza de la rosa o tratamos de descifrar sus laberintos? Lo mismo pasa con el lenguaje. Trabajar todos los días para aprender sus reglas no es suficiente, porque ésa es nuestra obligación para ser sus dignos depositarios y tener el derecho de usarlo. Al hacerlo de manera consciente —y esto sólo se da con su conocimiento— lo embellecemos y le damos una cualidad lucida, lúcida, pero también lúdica. Quien lo usa debería reflexionar sobre la carga de tradición que tiene cada palabra y pensar antes de hablar; no hacerlo o hablar con lugares comunes destruye el andamiaje social en que se apoya una lengua; lo peor es tener las fórmulas preconcebidas de otro idioma: es correcto, excelente, exacto.

Kraus afirma que «nada sería más necio que suponer que el afán de perfección lingüística sólo despierta o satisface una necesidad estética. Tal cosa es imposible en virtud de la profunda particularidad de la lengua, que tiene frente a sus hablantes la ventaja de no dejarse dominar. Se resiste a ello con la siempre amenazante fuerza de un terreno volcánico.  […] Acercarse a los enigmas de sus reglas, a los designios de sus riesgos es mejor locura que la de saber dominarla». No alcanza una vida para conocer los meandros, las posibilidades infinitas de una lengua, de sus laberintos, sus preceptos, su origen, su historia viva; la fascinación que provoca su conocimiento por lo general lo que despierta es necesidad apasionada de ir más allá, lo cual responde a la esencia del ser humano.

En el Atlas de las lenguas en peligro en el mundo, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, se documenta que de las 6,000 lenguas que hay ahora en el planeta 2,500 (casi la mitad) están al borde de la desaparición. Este lingüicidio en ascenso es desesperanzador, un signo más de que el hombre es la única especie viva que va, parece que descarriada y feliz, a su destrucción, pues cuando muere una lengua muere la gente, no sólo la cultura, la tradición que la mantuvo viva. Por otro lado, el sitio www.mapologies.com documenta que, en 2022, en 24 países (incluidos Estados Unidos, Filipinas, Guinea Ecuatorial, Brasil) hay 543 millones de hablantes de español: nuestro idioma ocupa el segundo lugar entre los más hablados del mundo —detrás del chino mandarín con más de 1,100 millones de hablantes—; en Europa se estudia el español como segunda lengua cada vez más por su belleza seductora, no por ser un idioma imperial.

Dice Luis García Montero que lo que más le «preocupa en las redes sociales no es el dibujito o una palabra simplificada, […] sino los bulos, los sesgos, la capacidad de hacer caricaturas para el otro, de estandarizar, negando la realidad. Porque hay muchos sesgos, machistas, racistas, supremacistas, una invitación a utilizar las palabras para la mentira y no para el conocimiento. […] A mí me preocupa, como ciudadano, no sólo el desprecio que para con los hispanos tenía Donald Trump en Estados Unidos —que borró la página web en español de la Casa Blanca—; además, el New York Times contabilizó más de treinta mentiras al día desde la cuenta de Twitter de Donald Trump. Cuando le llamaron la atención, su jefa de gabinete dijo: “No son mentiras son realidades alternativas”. Realidades alternativas que suelen invitar al desconocimiento, al odio y a crear impulsos negativos. Se puede hacer hablando muy bien cualquier idioma, y tenemos larga experiencia con las dictaduras, de cómo han utilizado el lenguaje para dominar o engañar. Por ejemplo, yo tengo un problema en Europa: los cientos de muertos que hay todos los años en las costas del Mediterráneo. No es lo mismo que en un periódico se diga “acaban de perder la vida treinta ilegales” que decir “acaban de perder la vida treinta personas” o “treinta náufragos”, porque la ley del mar invita al socorro. “Los ilegales” parece decir “tuyo es el problema, yo me limpio las manos”. Son ese tipo de matices los que creo que hacen que el lenguaje sea un lugar de encuentro, de valores humanos o un lugar para la manipulación y para la mentira». Lo execrable no es el cinismo para mentir, para torcer la realidad, para manipularla; el descaro inmoral para negar los hechos se matiza, se enmascara —cuando bien nos va— con eufemismos. Vivimos la era de la obscenidad eufemística que caricaturiza la realidad doliente: en la fábrica se despide y precariza el salario de los trabajadores y lo que se anuncia es una «restructura de la empresa» y outsourcing (así, en inglés) a la contratación temporal de mano de obra, sin prestaciones laborales, con lo que burlan el Código de Trabajo y violan las leyes fundamentales de los países que en vez de castigar estas prácticas inmorales las fomentan. Lo peor de los dictadores es que se les acaba el vocabulario muy pronto y empiezan a usar balas para apagar el poder de las palabras, del pensamiento, de la inteligencia.

Así me tocó vivir desde que recuerdo, antes de que mi padre me enseñara el sonido de las primeras letras, a ilarlas, a armar mis primeras palabras. Y lo hizo con la lectura de lo peor, del único periódico que llegaba a Pajapita, San Marcos, con un día de retraso. Así, bajo el terrorismo de estado en el cual nací en 1954, cuando Estados Unidos invadió Guatemala con la aquiescencia de la oligarquía que sólo es nacional porque pertenece a un territorio, pero es traidora, extranjerizante, entreguista, además de no ilustrada, zafia, pusilánime, con la luz que me dio mi madre al enseñarme las primeras palabras, con el tesoro que mis padres me heredaron y que a su vez habían recibido de sus mayores, fui aprendiendo a estar en el mundo, a crear mi mundo; en mi soledad del campo que cultivaba desde que empecé a caminar, sólo me acompañaba el eco mental del sonido de las palabras que oía de mis padres. Así empezó mi resistencia, así entendí que las palabras sirven también para resistir, para transformar, que son salvación.

Gracias, Mario Roberto Morales y demás miembros de la Academia
Guatemalteca de la Lengua, por haber votado mi incorporación a su seno.
Gracias a mis maestros, a mis alumnos, a mis lectores, a mis amigos, a mi familia.
Gracias, María Cruz, Julio Palencia.
Gracias ilimitadas, puras, absolutas.

A Santiago, mi hermoso, mi amor.

(Discurso de ingreso a la Academia Guatemalteca de la Lengua, 3 de noviembre, 2022)

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos López