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Vamos patria a caminar (al norte)

Lucha Libre
Lucía Escobar
@liberalucha

Con estos cielos tan expresivos me pierdo fácilmente en el impredecible rumbo de las nubes. Envidio la indiferencia con que se dejan llevar  y la facilidad con que recorren grandes distancias sin pasar fronteras ni realizar trámites migratorios. Dichosas ellas que pueden largarse siguiendo los caprichos del viento. No es igual para los humanos.

Cada vez son más quienes anhelan agarrar camino hacia el norte. Endeudarse, arriesgarlo todo, dejar atrás las tortillas, los frijoles, el verde intenso de los montes, los cielos que arden en mil colores, la familia, el terruño y la pobreza. Es  la miseria y la desesperación la que empuja a una persona a migrar arriesgando todo por un golpe de suerte. Cada día en Guatemala, cientos, miles de mujeres, niños, jóvenes intentan cruzar la frontera y salir del país rumbo a Estados Unidos. Y también cada día, por aire y por tierra, regresan los deportados con deudas, humillados, expulsados, negada la posibilidad de salvarse y salvar a los suyos de un país que no quiere saber nada de los pobres.

Las historias de migraciones frustradas abundan en todo el país. Son síntoma de ese espíritu de incansable lucha que caracteriza a los desposeídos y marginados, a quienes solo tienen esperanza. ¿Qué se pierde si no se tiene nada?

Imagínese, yo gano cincuenta quetzales por jornada y no siempre consigo trabajar. ¿Qué se puede comprar con eso? ¿dos libras de frijoles, dos de arroz? Tengo cinco hijos ¿Y la escuela? ¿Con qué compro los libros, los zapatos, la refacción? Eso apenas alcanza para mal vivir…” me cuenta W, un padre de familia dos veces deportado.

¿Qué estaría dispuesto a hacer por darles una mejor vida a sus hijos? ¿Hipotecaria la casa de sus padres? ¿Se arriesgaría a ser violada en la frontera? ¿A dejar las piernas en el tren de la muerte? ¿A morir de sed en el desierto? ¿A que le disparen por detrás? ¿A qué lo agarren y lo metan durante días a un congelador? ¿A que lo procesen por soñar huir de su realidad? ¿A que lo separen de sus hijos?

Aunque existen algunos programas que intentan incorporar esta gran fuerza laboral a la economía nacional,  se necesita mucho más, un compromiso serio, constante por cambiar las estructuras que propician la pobreza extrema, crear políticas públicas que hagan de este país, no solo un lugar donde la gente quiera quedarse por lo bonito de sus paisajes, sino también porque permita a un ser humano cualquiera trabajar para darse a sí mismo, a su familia y a sus seres queridos, lo necesario para vivir en dignidad.

Tantas historias tan parecidas todas, tan injustas, tan predecibles. Suceden todas alrededor de un fogón casi apagado, en un cuarto con piso de tierra y letrina a la vuelta. Sin agua potable, ni drenajes, a penas un foco que iluminan rostros de desesperación y de hambre. Pasa igual en San José Calderas, El Rosario, Ayutlá, o el cantón Chuicruz, es el mismo abandono, aunque siempre hay lugares con peor situación. En el llamado “Corredor Seco”  no hay ni siquiera hierbas y vegetales para llenar la panza, sólo polvo, calor, pobreza y abandono.

Incluso, ahí en medio de la desesperanza, siempre existen los corazones inquietos que impulsan a las piernas a caminar, a los brazos a trabajar, a los ojos a ver más allá de la frontera y   la mente a expandirse sin reservas. La resistencia, la supervivencia, la esperanza se imponen.

No hay frontera, pared o muro capaz de detener el impulso vital del humano por alcanzar una vida digna y plena. Me alegra saberlo.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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