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Sin reformas seguimos secuestrados

Danilo Santos

La historia constitucional y de los partidos políticos en Guatemala es la historia del poder de las élites. Al principio (1824) los propios constituyentes y legisladores miraban con recelo la posible formación de partidos políticos, no querían que nadie les hiciera competencia; seguidamente (1879) se les dio vía libre a conservadores y liberales, toda vez no atentaran con el orden establecido; y por último (1985), se estableció al fin la pluralidad viciada por más de ciento cincuenta años (a excepción del 44 al 54) de vida política finquera y militar.

El primero en tener problemas para reformar una Constitución fue Morazán (a nivel centroamericano), aparejado por Mariano Gálvez en Guatemala, “el partido del orden”, los conservadores, propugnaban por las tradiciones hispánicas “nacionales”, una Constitución histórica y creían que la soberanía radicaba en el rey, el partido o el líder; además, se oponían a las elecciones populares y en algunas coyunturas llegaron a proponer una dictadura apoyada por el clero, el Ejército y los propietarios. Estamos hablando aquí de la derecha histórica, cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia.

Tal parece que aquello de “proteger y civilizar” a la plebe y al populacho, es un pensamiento vigente en 2017; se siguen esgrimiendo argumentos como soberanía, influencias extranjeras y anticomunismo. Han pasado más de treinta años del último texto constitucional, han fracasado reformas emanadas de los Acuerdos de Paz y las que actualmente están en el Congreso parecen llevar el mismo camino. Las élites siguen demostrando su poder, manejando los hilos de la política y lo que es más preocupante, de la cultura política de la población. No entienden de alteridad, menos de diálogos diatópicos e interculturales: son monistas hasta el tuétano y el pluralismo amenaza con romper su obturada visión del mundo, su mundo.

La reforma constitucional pretende mejorar el acceso a la justicia, principalmente de quienes más dificultades han tenido históricamente para alcanzarla: LOS PUEBLOS INDÍGENAS Y LAS MUJERES. También propone entrarle a otras asimetrías y podredumbres maceradas por caudillos y oligarcas partidarios: “…fortalecer la independencia, imparcialidad y transparencia de la justicia, asegurar la idoneidad, capacidad y honradez de los funcionarios, despolitizar los procesos de selección y nombramiento de funcionarios de este sistema y el reconocimiento expreso del sistema jurídico de los pueblos indígenas, conforme a las obligaciones internacionales del Estado de Guatemala en materia de derechos humanos”.

Puede que no ahora, puede que no con esta legislatura o esta clase política (la cual deberá decidir también sobre las reformas que ahora se proponen a la Ley Electoral y de Partidos Políticos), pero esto de vivir con reglas y pensamiento del siglo diecinueve cada vez es más insostenible; no es viable económica, social y políticamente; no es aceptable ya en el concierto de las naciones y por si fuera poco, tampoco le gusta al patrón del norte (antes lo apoyaba, pero ya no).

En éste lugar cohabitamos diferentes etnias, culturas e ideas del mundo; construyamos un país consecuente con una visión plural y dejemos de lado falsas justificaciones que lo único que hacen es mantenernos secuestrados y con el síndrome de Estocolmo.

Fuente: [http://lahora.gt/sin-reformas-seguimos-secuestrados/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Danilo Santos Salazar