Carlos Figueroa Ibarra
La última semana de mayo de este 2023, tuve la oportunidad de estar en Vancouver, Canadá, en ocasión de la celebración del Congreso de la Latin American Studies Association. Además de participar como ponente y asistente en diversos paneles realizados en el marco de dicho congreso, tuve la oportunidad de ver la película El Caso Padilla (Paul Giroud, 2022). La película ha creado un gran interés y ha obtenido el premio a la Mejor Película Documental en los Premios Platino de este año, además el Premio del Público en el Festival Cineuropa Compostela y ha sido exhibido en el Festival de San Sebastián el de Telluride y en el Festival Internacional de Cine Barcelona – Sant Jordi (BCN Film Fest).
No pocos tienen conocimiento del llamado Caso Padilla, como se le llama a la autocrítica feroz que la noche del 27 de abril de 1971 se hizo el escritor cubano Heberto Padilla en la Sala Villena de la sede de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC). Esa noche Padilla mostró un vigoroso arrepentimiento con respecto a “sus conductas contrarrevolucionarias” y además denunció de similares comportamientos a su propia esposa y a otros escritores allí presentes: Belkis Cuza Malé, Pablo Armando Fernández, César López, José Yánez, Norberto Fuentes, Virgilio Piñera y José Lezama Lima. Lo impresionante de la película de Giroud es que se sustenta en el video tomado aquella noche en que Heberto Padilla destrozó su vida para siempre.
Desde 1971 supe del ignominioso incidente porque a partir de aquel momento la relación de la revolución cubana con la intelectualidad de la isla y del mundo no volvió a ser la misma. Decenas de renombrados intelectuales de todo el mundo firmaron una carta deplorando el suceso y aunque Gabriel García Márquez en rigor no lo hizo por no dañar a la revolución cubana, emitió una aseveración demoledora: “El tono de la autocrítica es tan exagerado, tan abyecto, que parece obtenido por métodos ignominiosos”. No se equivocaba García Márquez, Padilla fue arrestado el 20 de marzo de 1971 y había pasado 37 días (su esposa Belkys fue arrestada dos días) en los separos de la Seguridad del Estado. Aquel 27 de abril, recién había sido liberado. Fue aquel momento cuando comenzó a hacerse evidente el distanciamiento con la revolución cubana por parte de Mario Vargas Llosa. A diferencia de García Márquez, Vargas Llosa escogió un sendero que lo ha llevado a la ignominia.
Una cosa es saber del hecho y de sus consecuencias y otra es presenciarlo como ahora pueden hacerlo todo/as quienes vean El Caso Padilla. Como lo ha dicho en su testimonio el escritor y testigo presencial Manuel Díaz Martínez: “La autocrítica de Padilla ha sido publicada, pero una cosa es leerla y otra bien distinta es haberla oído allí aquella noche”.
Tiene toda la razón Díaz Martínez, lo/as espectadores de la película probablemente sientan el malestar moral y físico que sentí al ver la película. Desgraciadamente en mi caso personal, el malestar físico se convirtió también en indignación doble. Además de lo indignante de la autolaceración de Padilla, indigna también el pasaje del film en el cual aparece Ronald Reagan dándole la bienvenida “a la Libertad” al escritor quien había logrado salir de Cuba casi un año antes de que éste asumiera la presidencia de Estados Unidos. Al ver la escena no pude evitar el recordar que fue Reagan quien propició la guerra de baja intensidad contra Nicaragua la cual les costó la vida a decenas de miles de nicaragüenses. Que también fue Reagan quien apoyó al genocida guatemalteco Efraín Ríos Montt mientras este efectuaba centenares de masacres contra los pueblos indígenas además de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas. Esto, entre muchas otras infamias.
Mas allá de este infortunado pasaje que probablemente evidencie la ideología de Giroud, el hecho cierto es que su película es poderosa. Heberto Padilla se acusa vigorosamente de mezquino, contrarrevolucionario, vanidoso e ingrato. El documental nos hace saber que el discurso de Padilla comenzó a las 9 de la noche. A las 12 continuaba su catilinaria contra sí mismo, su esposa y de paso contra otros escritores allí presentes. Paulatinamente el rosto de Padilla y su camisa se empapan de sudor, mientras el medio centenar de espectadores observan demudados el espectáculo. Después cada uno de los escritores señalados por Padilla pasan a la mesa para aceptar como justas las acusaciones que les ha hecho el primero.
Excepto uno, Norberto Fuentes, quien se arrepiente de haberse declarado culpable y en una segunda intervención rechaza las acusaciones de Padilla. Fuentes es refutado de manera airada y altisonante por Armando Quesada el entonces director de El caimán barbudo. Lo impactante no resulta ser la intervención de Quesada, sino el que al final su intervención es ovacionada por todos los presentes. Es evidente para quien ve la película que el discurso de tres o cuatro horas contra sí mismo de Padilla, tiene el contexto de la profunda legitimidad de una ferozmente asediada revolución cubana. Por cierto, Norberto Fuentes fue rehabilitado años después. Fue cronista de la guerra de Angola y por ello condecorado. Vivió en Cuba hasta que se exilió en 1994, después de años de disidencia con motivo del fusilamiento de Antonio de la Guardia y Arnaldo Ochoa.
Después de ver la película a mi regreso a México, me he dado el trabajo de leer varios artículos y crónicas acerca de la autocrítica de Padilla. Por ella he sabido que el escritor nunca volvió a ser el mismo, que nunca quedó bien con la revolución y que los reaccionarios cubanos de Miami también lo defenestraron por lo que finalmente se tuvo que mudar a Alabama en donde murió en la soledad a causa de un infarto en 2000. También, en no pocos de los comentarios a los artículos y en algunos de éstos, se dice que la represión a los artistas e intelectuales en Cuba sigue siendo la misma que en 1971.
No es exacta dicha aseveración. La poesía de Padilla, que me parece extraordinaria en los fragmentos que he leído, fue acusada de “derrotista”, “pesimista” y por tanto contrarrevolucionaria. Lo que expresaban Lezama Lima, Padilla, Fuentes y otros que fueron estigmatizados por las autoridades culturales de el quinquenio gris (1971-1976) se quedan en lo ínfimo cuando uno lee las obras de Leonardo Padura. Padura vive y escribe en el suburbio habanero de Mantilla y es tolerado por el establishment cubano. Aunque mediocremente editado en Cuba según él mismo dice, Padura ha sido múltiples veces premiado en Cuba.
En 2007 la televisión cubana hizo un intento de rehabilitar a tres de los principales esbirros culturales del quinquenio gris: Luis Pavón Tamayo, Jorge Serguera y Armando Fuentes. Se les hicieron breves entrevistas y esto provocó una airada reacción de la intelectualidad cubana a través del correo electrónico. El acontecimiento es recogido por Padura en su última novela Personas decentes (2022) la cual versa sobre la abyección y vidas destruidas por el quinquenio gris bautizado así en 1987 por el intelectual revolucionario Ambrosio Fornet residente hasta su muerte en Cuba. Consecuencia del malestar fue la realización de un evento académico titulado “El quinquenio gris, revisitando el término” al que asistieron cientos de intelectuales y en el cual el propio ministro de cultura Abel Prieto se refirió al tema de manera crítica. El resultado de todo ello fue que Pavón, Serguera y Fuentes volvieran a ser lo que el actor cubano Andrés Marí repitiendo una expresión del escritor Norge Espinoza ha llamado “cadáveres insepultos”. Resulta desconcertante que, a la muerte de Pavón en mayo de 2013, Silvio Rodríguez y el propio Norberto Fuentes hayan publicado en sus blogs elocuentes líneas acerca de la combatividad y bondad de Pavón.
Lo que leí a propósito del caso Padilla y el quinquenio gris me recordaron las grandes polémicas que generó el realismo socialista, el proletkult y la postura de Luis Cardoza y Aragón ante dichos debates. Cardoza y Aragón recuerda en un libro biográfico No es el fin es el Mar (Stella Quan Rossell, Catafixia 2018) sus polémicas acerca de la independencia de la estética con respecto a la política. Cardoza y Aragón debatió sobre estos temas acerbamente con la Liga de Escritores y Artista Revolucionarios (LEAR) al grado de que en uno de sus proverbiales excesos, Diego Rivera pidió su expulsión de México. Esto no pasó de ser una anécdota pues Rivera, Frida Kahlo, Cardoza y Aragón y su esposa Lya Kostakowsky mantuvieron su amistad siempre. Años después, durante el breve regreso a su patria Guatemala, Cardoza y Aragón volvió a tener similares polémicas en el seno del grupo de intelectuales y artistas revolucionarios Saker-ti.
Tal vez el caso Padilla sea un hecho remoto y olvidado. Han transcurrido 52 años después de la aciaga noche del 27 de abril de 1971. Pero sus repercusiones han seguido a lo largo de este más de medio siglo. Y muy probablemente por siempre perdurarán.
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