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Javier Payeras

Pone el buen vino y el buen veneno, el paquete de cigarrillos explosivos y el látigo en su comida. No come fuego, come brasas y las brasas lo congelan. Regresa a escribir, no tiene cerveza helada, uno que otro diente a salvo… habla sin detenerse hoja tras hoja, a veces le grita a una nube, a veces falta al trabajo y el trabajo es aquello que lleva a cuestas como a un dios, es sonoro y torpe para decir cuidado o para articular ideas necesarias, se palidece su ánimo cuando lo interrumpe el ruido más leve y puede redactar cien hojas en medio del ruido más ensordecedor, se duerme en los aeropuertos y lo dejan varado los autobuses, nunca descansa y a veces se levanta de mañana hecho una ruina, capaz de quebrar con su gesto todos los espejos de Disneylandia, puede escribir como un genio y hablar como un idiota; regularmente es el idiota de la familia, el desocupado y el que no le pega a sus parientes por un plato de comida; consigue enamorar con su sueldo torpe y su acento de extraño, es ampuloso cuando se lo exigen sus harapos y no toma en cuenta que la postura es su mejor reflejo; no cultiva con cuidado los contactos y la sociedad quiere herirlo en su parte más baja, esto es, a dos centímetros del pecho; interesado y mentecato, obstinado y ridículo, corre ebrio al baño a vomitar genitales y la gente corre a ver su vómito, lo traiciona la mediocridad y el subdesarrollo, y siempre busca sacarse un mosco del ojo; no es azul, es bermellón, un color amarillo sería más exacto, es del color de las hojas viejas que se descomponen en todos los tiempos, vuelve a su escritorio rancio y se apila junto a las estrellas que a esa hora de la noche se descuelgan sobre el café, es el corte exacto que le falta a la pared, es la cadena ruidosa de la bicicleta del niño, es el punto y la coma, la sed y la rabia, la hélice de una flor y una lechuza en celo, castra con los ojos y bebe demasiado en los cócteles, luego se va a dormir y a rodajear tomates en el sueño, persigue un sueldo menos que necesario, huye de la caspa atómica que dejan los políticos, dibuja distraído mientras pinta para convencerse que no es pintor, es un escritor con ruido en los dientes y orejas que captan la radio, se hace el prófugo y esgrime algún folleto fundamentalista, cree que la religión, la cábala u otra locura lo salvará del mueble eterno, muerde feo como un perro vagabundo, nunca se queda a la hora del ultraje, cuando la orgía ya ha sucumbido y solo ametrallan pies descalzos detrás de sí, habla sin parar de sus cosas, cosas sin importancia: un vaso de lápices, una lámpara, por ejemplo; hace contacto infinitesimal con seres de otras galaxias y se quita el relleno de sus muelas para no ser escuchado, agiganta los miedos que de niño lo detenían en el sofá y nombra una mitología extraña de cosas en movimiento, se adelgaza al decir lo siento, usa bigotes rodeados de pantanos y mata los cigarros estallándolos en el piso, se lanza desesperadamente a la muerte y a todos sus habitantes como si fuese la reencarnación de alguna bomba atómica; disfraza su delgada figura con un traje hecho de pararrayos y cree que algún día el dinero vendrá flotando del mar, las costras se caen de su cara y por lo regular su rostro permanece vertical como una fila de ángeles; amenaza a los diarios con publicar sus dudas y se ríe estruendosamente cuando los mojigatos le llaman cínico; es sonámbulo cuando entra en contacto con la voz de su abuela, atropella sin querer a gente torpe que sólo sirve para ver debajo de los paraguas; se enajena consumiendo marihuana y se da al olvido como una rutina muy cómica; es reincidente en el recuerdo y fatal para poner nombres; se cree una especie de Paracelso cuando los gatos están en celo y estira sus bolsillos con lluvia cuando debe dar de su comida; se afeita al pánico de otro sol y se pregunta, ¿existirá el mañana? No pide disculpas al profesor que se las arregla para discutirle y salir airoso, es lanzado por los aires cuando desplaza las margaritas por otras flores rabiosas, tiene hermanos torpes que a su lado sólo han podido echarse a reír; escucha la música como quien atiende algo responsable, pletórico de colores y vital para llegar al cielo; abre su corazón con un abrelatas y se cree el único responsable del fin del mundo; se registra noche a noche los sobacos buscando el sello que lo declare anticristo y rompe a llorar con disimulo; vive en la casa de los otros o viaja durante años sólo para maltratar a un amigo; mata dejando almas destrozadas o animales tras las puertas reptando junto al ángel de la muerte; abre el enorme ojo que se guarda en el centro del planeta y se lanza contra él como si lo reclamara…

La Poesía Obsoleta llega, vuelve y se va. Y el mundo sigue igual. Igual con o sin ella. Igual con sus peces de colores. Con sus cigarrillos. Con sus limosinas y sus limosneros. Igual con su ahogo de siglos tropezándose en la página.

…es lanzado por los aires cuando desplaza las margaritas por otras flores rabiosas, tiene hermanos torpes que a su lado sólo han podido echarse a reír; escucha la música como quien atiende algo responsable, pletórico de colores y vital para llegar al cielo; abre su corazón con un abrelatas y se cree el único responsable del fin del mundo…

Fuente: [http://javierpayeras.blogspot.com/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

Javier Payeras
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