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Javier Payeras

El espacio libre donde no se es, ni claridad ni oscuridad ni dolor ni placer ni alegría ni tristeza. Espacio sin gravedad donde los sonidos no están dispersos. Ese sitio en el que todo se encuentra reunido. Leer un libro y dejar que entren sus ideas precisas.

Refugio es leer, dejar el espacio sin salida, pensar que peso menos. Lo único que deseo es leer y anotar al borde de cada página.

La caligrafía de mis pasos en la ciudad. La angustia se ha comido casi todo alrededor. Lo que sigo reconstruyendo es aquella parte de mi verdad. Ser parte de ese final de un inicio. Quizá lo que se perdió fueron piedras o diamantes, no sé. Lo que no nos mata se muere primero. Simple, esperar a que vuelva el afecto, aquello olvidado. Lo perdido vuelve, pero en otras formas.

Días que son el eco de los días. Nada es realmente distinto, cambian los actores y la escenografía. Comienza la lluvia, hace un enorme gris tras la ventana. Tanto desperdicio, tanto pensamiento que no va hacia nada. El orden tampoco facilita las cosas, hoy únicamente captar el nudo de los pensamientos. No existe algo que pueda tomar en este momento. Pienso que la intención presente es acabar con el tedio. Reúno en mis notas todos los deseos. Como si pudiera hacer que esto llegara a alguien y lo tocara. Pero nadie a la vista, escribo para mí, para ordenarme. Hacer claridad para luego decir algo. Una ambición total de anotar todo detalle. El espasmo de reunir las malas noticias. Así crecer ha sido un seguir y ceder. Con el tiempo se comprende que vivir es un privilegio y un castigo. Demasiado rápidos se deja rodar la intención detrás de los sueños. Todo destino apunta hacia el silencio. Sin pensar nos toman las circunstancias. Sin pensar más claramente aceptamos los tiempos.

Tantas imágenes de personas cruzan en mi cabeza. Algunas reales otra no. Calculo una dosis de dolor en ellas y su manera de sobreponerse. Los golpes de cabeza contra el muro y la soledad de tantos. Hay que pensar antes de abrir los brazos. Nada tan humano como la hipocresía. No hay ciencia en admitir que entre la gente se distorsiona la vida.

Cultura de lo oculto. Caligrafías y signos. El brazo sumergiéndose en algún espejo. Las miradas de noche, espejo roto, arcano. Se pierde el miedo. Un rito es una circunstancia que se repite. Una manera de responderle a lo pasajero. A veces buscar hacer sagrado lo que se hunde. Despertar algo de la ceniza. Lo peor que puede suceder es hacerse ceniza. Las cenizas no sangran. La única resistencia de la muerte se rompe si se mantiene el secreto de la vida, desnudándola se cae el misterio.

Crear es transformar, la vida es inagotables. Pero nuestro ruido destruye la belleza. Bello es contemplar en silencio todos los sonidos constantes. No dejarse atrapar por la tormenta. Tampoco exigirse sabiduría. Permitir que el detalle más pequeño no se escape. Esa música que es imperceptible apenas comienza. Otros harán esas otras cosas toca no torcer nuestros actos. La responsabilidad de ser cambiantes es una permanencia. Sencillez que puede tomar por sorpresa los vicios de la angustia. Mover nube por nube hasta que todo se aclare.

No añadir. No marcar. Destacar rompe el propósito. Detenerse sutilmente y ceder al espectador el fin.

Alas en las hojas secas que mueven los pensamientos. Se pierde la vida pensando. Talvez los motivos que se vuelven un gris distinto sean los postes que se encienden a las seis de la tarde y nos confirman que el día se ha perdido. Recóndito y solo queda uno frente a las circunstancias. Si la voluntad dependiera de lo favorable no existiría una sola ventana ni un solo día de luz.

Entre creer y no creer hay un vidrio roto. Quemar las notas indeseables. Cuidar las orillas afiladas. Agradecer el día nuevo y guardar el odio en las manos cerradas.

Uno se parte en dos pensando, discutiendo con los demás y consigo mismo. Estar quebrado frente al espejo. Las nubes encima de los volcanes y algo encima de las nubes. Tanta es mi insignificancia. Cualquier huella se borra. Aparece de nuevo lo viejo y envejece lo nuevo. Ahora todo va más de prisa. No hay finales, solo pausas. Uno se descubre en esas pausas.

Algo es seguro, el día termina. No sabemos si termina con o sin nosotros. Termina y es lo poco que sabemos. Encontramos una nota que hicimos ayer. Una página subrayada como una piedra marcada en el camino.

Cada vez que avanzas olvidas. La música es distinta, las películas cambian cada vez que las miras, los libros de antes ya no vuelven completos. Recortas dibujos y tomas fotos que son nada. En un charco empapaste tus zapatos y te fuiste triste. La vida es fugaz. Hoy no tratas de retener el agua de un río, solo metes las manos para sentir la velocidad de su corriente.

Eso entre las líneas. Orilla a la que te llevó la intensidad. Hoy guardas silencio y lo guardas bien para no cansarte. Hoy guardas silencio y lo guardas bien para no cansarte. Casualidades. Respiras en otros mundos. De cada sitio guardas el color. El color de tus mundos. Películas viejas que guardan segundos memorables. Días pacíficos de quietud, lectura: tiernas ventajas de la humildad. Nada se arrodilla ante la pantalla de las observaciones venturosas. Sentiste amor, eso importa. Ni siquiera que estas cosas sean leídas, es más importante que haber escrito. Escribir ha sido despedirse desde el inicio. Recuperar el tiempo. Anunciar la llegada. Cerrar con cuidado un libro que se deshoja. Una sonata de Brahms desde el reproductor de vinilos.

Repetir las tardes amarillas no es una opción. Espera la orilla. Afuera de las casas, merodean algunos de los seres más solitarios que he conocido. En la medida de cada historia se conoce un cierto acento. Subrayadas las esquinas invisibles de la noche.

Nada tiene un precio tan alto como negociar una presencia. Hay presencias que cuestan más que una enfermedad. Es mejor no encadenarse. No hablar del efecto del amor transitorio. Entender que somos una ciudad amurallada y que abrimos a veces la puerta al Caballo de Troya.

Un paréntesis adentro. Gente por congelar. Dar sentido a lo inestable. Lo único importante es el acto sencillo de rayar páginas. Lo demás cae dentro de protocolos inseguros. Acercarse a la poesía como una relación con la vida.

Tantas alarmas, tantos juguetes, tantas distracciones y nada de vida. Del edificio inmenso, habitamos los andamios. Nos cuesta ser sencillos suicidas y santos. Acumulamos palabras para escribir, pero no llega una idea una idea clara en ningún minuto. Cada día dejamos un amigo y un amigo nos deja. Sólo esperamos que se devuelva la coherencia.

Esos días llenos de excesos. No hay una salida, no hay una sola puerta. Ese día que termina sin detenerse.

Observas la fila de luces cruzando la montaña. Carreteras borradas. Larga es la oscuridad. Entre uno y otro plazo llegan visiones. Algunas figuras asoman o encienden, pero el viento rompe en fragmentos la llama que devora este papel. El texto es para ti. Habla en ti.

Aparta el primer resplandor cuando despiertes. Dibuja en la ventana ese jardín que ya no existe. Observa la paz de tu perro cuando concluye lo que queda del día. Apaga el teléfono y atiende la mirada de un desconocido Sé común. Enciérrate en ti mismo para que no necesites amor de nadie. Deja a los condenados en su ruido. Vete sin golpear las puertas, pero vete y no vuelvas.

En la palabra con la palabra. Apuntes. La escritura sagrada dentro de una casa llena de ruido. Eres una casa sin puertas. Deja a un lado tus huellas.

Entre creer y no creer hay un vidrio roto. Quemar las notas indeseables. Cuidar las orillas afiladas. Agradecer el día nuevo y guardar el odio en las manos cerradas.

Fuente: [https://hoyloleo.com/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Javier Payeras
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