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Quise decirle que no sufriera.

La vi desesperada
con el rostro entre las manos
como sucede en situaciones de mucha pena.

Ella perdía al hombre
que sí era y no era suyo
al que sólo vio pasar
día a día, mes a mes
y desde el mostrador atendía
un café un cigarrillo.

Quise decirle que no sufriera,
que esos amores en embrión
se quedan en sueño y a veces, por platónicos, perduran.

Le pasó por su mente
decirle que lo amaba
salir a la calle y tenderse a su paso
lograr con esta confesión que no se fuera
y atarlo, si podía, a su vientre.

Pero no se atrevió, no supo cómo
sólo gritó hacia su estómago
y ahogó allí aquellas ansias
que le incendiaban su espíritu de niña.

Julio C. Palencia
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