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Ha muerto Enrique Torres Lezama, vertical abogado que hizo  su vida de la defensa de los  derechos de los trabajadores guatemaltecos.

Conocí a Enrique Torres Lezama en San José, Costa Rica,  los meses de abril y mayo de 1980, cuando recién empezaba mi largo destierro de doce años. Ahora sé que Quique cursaba año y medio del suyo, que duró 18 años. Era en aquel entonces  Quique ya un hombre fornido de frente amplia que después se convirtió en franca calvicie. Temperamental, apasionado, defendía  su adscripción política al mismo tiempo que sabía tender  puentes para el encuentro humano, aun para mí que tenía una postura diferente a la de él.

Quique Torres Lezama  forma parte del grupo de abogados demócrata cristianos que en la década de los setenta del siglo XX transitó hacia una militancia revolucionaria. Su propia conciencia y la estupidez de las dictaduras militares lograron cambiar su postura inicial:  la creencia en que el excluyente régimen guatemalteco se podría transformar a través de las reformas pacíficas y legales. Vana esperanza para aquellos años en los cuales la dictadura  mataba o desaparecía no solamente a los militantes revolucionarios sino también a las bases socialcristianas y socialdemócratas -y aun de las dirigencias-, de los partidos de la izquierda democrática. Vana esperanza para aquellos años en los cuales no solamente el terror estatal sino el fraude electoral constituían los sustentos del régimen. Todavía recuerdo la larga fila de cuatro horas que hice en 1974 para votar por el general disidente Efraín Ríos Montt a quien se le robaría la presidencia en beneficio del candidato de  la camarilla militar de aquel entonces, el general Kjell Laugerud García.

Al menos cinco de esos abogados socialcristianos se alejaron de su partido y los vimos después en otras trincheras: Gabriel Aguilera Peralta, Miguel Ángel Reyes, Danilo Rodríguez, Leonel Luna y Enrique Torres Lezama. Los últimos  cuatro se sumergieron en las aguas procelosas de  la asesoría sindical particularmente en la Central Nacional de Trabajadores (CNT).  Esta central sindical al principio influenciada por la Democracia Cristiana, posteriormente lo sería por una de las corrientes de la izquierda revolucionaria. Diverso destino corrieron  aquellos abogados a los cuales la militancia en la DC se les había vuelto insuficiente. Al término del segundo ciclo revolucionario observado en Guatemala (1972-1984) paulatinamente empezaron a tomar caminos diversos. Gabriel se fue incorporando a algunos de los gobiernos civiles que hemos visto desde 1986 y ha puesto a su servicio su enorme inteligencia y experiencia en el campo de las relaciones internacionales.  También vimos a Miguel Ángel Reyes y a Leonel Luna  en alguno de estos gobiernos. Lamentablemente Leonel “el choco” Luna murió de un derrame cerebral hace dos años. Hasta el fin de sus días tuvo  en las luchas agrarias  su principal preocupación. Danilo Rodríguez tuvo vaivenes desde la década de los ochenta según se encontrara el estado de sus relaciones con Pablo Monsanto y la dirigencia de las Fuerzas Armadas Rebeldes. Como no he perdido mi capacidad de asombro, asombrado leí en uno de los periódicos de Guatemala que se había convertido en el abogado defensor del genocida Efraín Ríos Montt. Asombrado leí también que repetía sin sonrojo los argumentos de AVEMILGUA, del ahora presidente Otto Pérez Molina y del propio Ríos Montt: en Guatemala no hubo genocidio.

Enrique Torres Lezama fue congruente consigo mismo hasta el fin de sus días. Graduado en Ciencias sociales en FLACSO-Chile y habiendo estudiado un doctorado en la Universidad de Texas, otra hubiera podido ser su vida. Pero su vocación más firme estaba del lado de los condenados de la tierra, de los pobres del mundo. Aun en sus años de exilio en Costa Rica, Canadá y México luchó incasablemente por los trabajadores, campesinos, refugiados y desplazados de Guatemala.  En una entrevista hecha hace diez años, hablando de su quehacer sindical ya de regreso del exilio, dijo de manera premonitoria: “Esto es lo que me gusta, y aquí quiero morir, haciendo esto”.  Y lo cumplió pues al momento de su muerte era el abogado de la Asamblea Nacional Magisterial y también lo fue del Sindicato de la Coca Cola además del Sindicato de Trabajadores de la Educación  de Guatemala (STEG).

No dejar de ser una ironía que Quique muriera en parte por la golpiza que sufrió a manos de unos asaltantes, pues su cuerpo enfermo y su corazón no resistieron sus consecuencias. La ironía es que su muerte parcialmente se debe al flagelo de la delincuencia que el actual gobierno de mano dura nos ha prometido erradicar. Es muy temprano todavía para hacer conclusiones sobre este tema, pero la muerte de Quique pesará en la memoria si este  gobierno no cumple con la principal de sus promesas.

Por de pronto, no nos queda sino decirle al hombre de ideas firmes y corazón ardiente: hasta siempre Quique.

Carlos Figueroa Ibarra
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