Ayúdanos a compartir

En una relación con mi celular

lucha libre
Lucía Escobar

Me pregunto si el mundo son esas imágenes y palabras que me tragan cada vez que me meto al Internet. El Aleph que imaginó Borges podría ser algún producto Mac. En la pantalla de mi celular, de la que parezco estar enamorada, surge una luz blanquecina, quizá mortífera, tremendamente hipnotizadora. Me atrae con un tsunami de palabras e imágenes que no cesan de aparecer. Todo el bien y todo el mal en un amplio menú de aplicaciones.

Si antes la gente se paraba en la ventana a ver pasar el día, hoy se meten al Facebook a dejar pasar la vida ahí. Un mar de chismes condensados en un solo lugar. Nos enteramos que Fulanito y Sutanita andan de luna de miel, que a Menganita ya le sale la Charanga Dandasana y que nuestro amor de la infancia está por divorciarse. Ahí se erigen los muros que construimos con nuestros miedos más profundos o más banales.

Homofóbicos, racistas y narcisos se exhiben orgullosos en las redes sociales. En la pantalla vemos crecer a los hijos de nuestros amigos, damos abrazos virtuales de cumpleaños, y nos peleamos o reconciliamos con primos lejanos por cualquier nimiedad. Las noticias se nos esconden y hay que explorar extra para buscar información y evadir publicidad. Nos quejamos de Facebook como aquellos que critican a sus parejas, elegidas en libre albedrío. Como si no confiáramos en el poder de las decisiones individuales y de resistencia. Si bien, intuimos la voracidad de la empresas de comunicación que manejan nuestra información personal y sensible, aún nos cuesta reflexionar y asumir nuestra propia responsabilidad al subir voluntariamente a las redes, ubicaciones, fotos y cada paso que damos, para luego quejarnos de sentirnos demasiado expuestos. Lo digo desde la culpa, mi gran culpa.

Pero si FB es para darnos color con amigos y familiares, en Twitter el ambiente es menos personal, y abundan los avatares, alter egos, influencers y personajes construidos o diseñados para trollear, levantar perfiles o temas. Ya casi nadie lee noticias en los diarios, nos enteramos del acontecer internacional al meternos un rato a la red del pajarito azul. Con un par de líneas dispersas de eventos seleccionados por algoritmos construimos realidades.

Puedo pasar de sentir una profunda tristeza por los refugiados afganos, a enterarme de la importancia de los resultados de las elecciones en Honduras. Me escandalizo por el joven ruso que murió por tomarse una selfie con una granada y me indigno con las declaraciones de gobernantes, diputados y ministros, quienes mienten a menudo con gran descaro y alevosía. Me río de los memes políticos y me admiro de la facilidad con que cualquier evento puede resumirse en un gif.

Me preocupa la rapidez con que en las redes sociales, damos por cierta cualquier noticia, pasamos por alto derechos de autor o violamos la privacidad ajena viendo, compartiendo y viralizando casi cualquier información por absurda y poco creíble que parezca.
Pero es también por todos estos cambios, y la apertura que trajeron las redes sociales, que proyectos que antes eran desconocidos, hoy pueden conocerse en todo el mundo. Las denuncias sociales, campañas de apoyo a defensores de derechos humanos, convocatorias a manifestaciones y la posibilidad de tejer redes internacionales con gente con interés similar, son hoy una posibilidad real gracias a la conectividad.

El mundo que conocemos, la forma en que nos relacionamos y trabajamos está cambiando a pasos agigantados. Uber, Airbnb y hasta el Tinder son ejemplos de programas que nos abren nuevas posibilidades para relacionarnos. No debemos temerle a lo que viene sino que adaptarnos con inteligencia y ética a esta nueva era en que con un click todo es posible.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2017/11/29/en-una-relacion-con-mi-celular/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
Últimas entradas de Lucía Escobar (ver todo)