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“Mi justicia, entonces, es la justicia de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia.”

Hans Kelsen

Si puedo precisar mis palabras con el punto de vista kelseniano, pensaría: la justicia como ideal, no solo consiste en dar a cada quien lo que le corresponde, eso es algo simple en el pensamiento teórico. Mi afirmación pretende pecar de osada, pensarla como unión en todas las formas representadas por el rectorado de los principios de la tolerancia y la libertad.

Así pues, entendemos que la larga tradición de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de San Carlos de Guatemala siempre ha sido soñar, volar y pensar. Soñar la justicia desde el peligro de la vigilia. La vida estudiantil ha sido de balas y de exilio, Carlos López, de quién empiezo a leer Redacción en movimiento: herramientas para el cultivo de la palabra, es un ejemplo honroso y heroico. Fue presidente de la Asociación de Estudiantes “El Derecho” —AED— en la segunda mitad del siglo XX. Miguel Ángel Asturias (El Gran Lengua), nuestro Nóbel de literatura, fue el iniciador de la Asociación, en su juventud. Ambos autores son nuestra dignidad continental, ambos autores de una u otra forma son la dignidad de nuestra Facultad. Por esas razones y por otras que llenarían varias resmas de papel, me siento honrado en tener sus libros y en mantener con vida su legado.

Pasamos del exilio y las balas, las palabras y los sueños, a un retroceso, desde aquellos momentos marcados por intelectuales como Flavio Herrera, Adolfo Mijangos y otros. Nuestra realidad, siempre inmersa en los pasillos de la ilusión, ha constituido el querer o lograr lo que ahora significan utopías. Utopías, para algunos lo irrealizable o inalcanzable, para los autores que nos antecedieron con el ejemplo, ha sido y fue su ejercicio cotidiano, aunque tal ejercicio los despojó de la poca patria que les quedaba.

La automatización de las ideas, el ideario ennegrecido en las alas del viento que se lo lleva todo sin dejar rastro, la insignificante y momentánea tarea de cumplir una obligación, sin asumir compromisos reales con la sociedad, ha significado el retroceso de los niveles culturales, destrucción de los otros: los que desean insaciablemente continuar la tradición intelectual.

Hubo importantes contribuciones al pensamiento cultural y científico a través de la revista estudiantil, semillero de grandes ideas. Pero todo eso fue disminuyendo, y con ello también el deseo de aportar desde los diferentes espacios, la constitución de grupos estudiantiles que no fueran desapartados de los grandes temas que el mundo contemporáneo ocupa. Y es que el arte, la ciencia política, la ciencia jurídica… atienden los problemas humanos, por lo que el estudiante comprometido es una conducta moral, parafraseando al mago de la lengua. No una moralidad vista desde la idea del bien y el mal, sino aquella que contempla lo social y lo intelectual frente a formas opuestas al desarrollo.

Asturias y Carlos López son la dignidad de la AED. Mi generación tiene el compromiso de asumirse heredera de esta dignidad. Carlos, orfebre supremo de la palabra, fue presidente de la AED, electo en 1980, y por su compromiso con las causas sociales e intelectuales, el 25 de junio de ese año fue empujado a la clandestinidad. El exilio de Carlos López nos dice que este país tiene vocación para perseguir a sus mejores hijos.

Es por tanto, la justicia una búsqueda constante por servir con criterio y dignidad. Nuestra palabra es también una forma de construcción social. El respeto y la dignidad a los otros debe ser la representación humanista para aspirar a contenidos prácticos y verdaderos.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Santos Barrientos
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