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El encierro, el destierro o el entierro

Lado b

Luis Aceituno

En los años por venir, el Gobierno de Guatemala podrá ahorrarse la suma de Q50 mil en su presupuesto general de egresos. Esta importante contención del gasto público se logrará (según la modificación al Artículo 2, del Acuerdo ministerial 12-2016, publicado hace unos días en el Diario Oficial) suprimiendo el reconocimiento monetario al Premio Nacional Carlos Mérida que, a partir de 2016, se entregará a “personas que se desarrollan en las artes plásticas y que hayan hecho aportaciones a favor del arte y la cultura del país”, es decir, pintores, escultores,
arquitectos… El ahorro podrá servir, entre otras cosas, para ajustarle un mes de sueldo a un asesor del Congreso, para reconocerle un gol a un jugador de la selección o para solventar los viáticos de algún funcionario que tenga que viajar al extranjero. No nos queda claro, si el artista podrá vender o empeñar el pergamino que acompaña al premio en caso de necesidad extrema, falta de alimentos básicos, por ejemplo.

La pregunta sería ¿es obligación primordial del Estado proteger, fomentar, reconocer y difundir el arte nacional, como reza la Constitución, o esto significa un desatino romántico? Históricamente al artista en Guatemala se le ha más bien perseguido, apaleado, marginado, desaparecido, no premiado ni reconocido. Alfonso Orantes, escritor y poeta, lo resumió de manera cruda y categórica en los años 30 del siglo pasado, bajo la dictadura de Ubico: en este país al artista, al escritor o al intelectual solo le quedan tres caminos “el encierro, el destierro o el entierro”, con sus matices la premisa sigue siendo válida. Para el Ministerio de Cultura y Deportes, institución más bien dedicada durante la administración del PP al negocio de la compra de camisetas y pelotas (aunque también al lavado de dinero, como quedó claro la semana pasada con la detención de un exministro del ramo), reconocer con Q50 mil la trayectoria de un artista nacional es un absoluto despilfarro, un gasto que el Estado no puede permitirse en tiempos de crisis.

Por supuesto, premiar artistas en un país mejor conocido por sus crímenes y sus actos de corrupción, que por sus aportes a la cultura universal (que asombrosamente los hay, a pesar de la zafiedad de sus gobernantes), tiene algo de incongruente. Aquí se premian otras cosas, otro tipo de artes, el del asesinato, por ejemplo. Cuesta creer que en un país, tan tercamente negado al conocimiento y a la vida civilizada, hayan surgido figuras de la talla de Miguel Ángel Asturias, Carlos Mérida, Luis Cardoza, Efraín Recinos… Cuesta creer que aún haya personas que se empecinen de manera tan terca en seguir produciendo obras de arte, creaciones de las que podamos sentirnos orgullosos, que nos alimenten el espíritu, que nos inviten al diálogo, a la convivencia, que nos cuestionen, que nos construyan como habitantes de un país hermoso, a pesar de la violencia y de la muerte, que nos devuelvan la historia.

Tengo la impresión de haber escrito lo anterior demasiadas veces. La indignación se me repite, como la mala comida. De todas maneras no está de más recordarlo: De aquí a 300 o 500 años, de la Guatemala de hoy, con sus Pérez Molina o sus Jimmy Morales y semejantes, no quedará ni la sombra. Libros como el Popol Vuh u Hombres de Maíz, sin embargo, seguirán ahí, impávidos ante las catástrofes y el paso del tiempo, dando noticias sobre lo que fuimos.

Por supuesto, premiar artistas en un país mejor conocido por sus crímenes y sus actos de corrupción, que por sus aportes a la cultura universal (que asombrosamente los hay, a pesar de la zafiedad de sus gobernantes), tiene algo de incongruente.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Luis Aceituno
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