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Poderes ocultos y tontos ilustrados

Luis Aceituno

Los poderes ocultos ya no quieren apoderarse del mundo, como en las películas de James Bond o de Santo, el Enmascarado de Plata, ahora simplemente quieren enriquecerse. El poder, en los tiempos que corren, es una cuestión de dinero. Así lo comprende todo el mundo. Por eso suena falso, retórico, ridículo que, durante los procesos electorales, los aspirantes a presidente, alcaldes o diputados, hablen del bien común, de igualdad de condiciones, de bienestar para todos. Se llama demagogia, aunque también sentido común y sobre todo marketing, por eso ningún candidato a un puesto público, va a venir a decirnos que la razón que lo mueve es la acumulación de riqueza y la impunidad que otorga el cargo para cometer crímenes y delitos.

Hubo un tiempo en que los poderes ocultos tenían mayores ambiciones, al menos en las películas, que como ven son mi principal referencia. Científicos locos que deseaban comprender el secreto de la vida y la muerte, tener una existencia eterna, hacer estallar el mundo y apoderarse de todo el universo. Verdaderos cerebros del mal. El problema en países como el nuestro es que hay demasiado mal y escaso, escasísimo, cerebro. De todas las declaraciones que me obligué a escuchar (no sé si por morbo o por oficio) en el llamado “caso de Cooptación del Estado”, no hubo una que me sorprendiera por su calidad o que me hiciera dudar un segundo en miconvicción de que todos son una pandilla de antisociales y cuatreros. Hace varios años, un amigo me repetía que la inteligencia no es buena para gobernar porque complica las cosas. La estupidez tampoco y menos así de crasa, digo yo. Soplarse todas esas horas de alegatos y no escuchar una sola frase como mínimo razonable, es francamente desolador. La tontería, eso sí, floreció en todo su esplendor. Carne de memes y chistes chuscos.

Existe un término en francés, ya en desuso, quizá por su significación ambigua o contradictoria: el “idiot-savante” (algo así como el idiota-ilustrado o, más bien, preparado) que se aplicaba en su sentido más literal a aquellas personas que “pueden llegar a hilar cuatro oraciones seguidas, aunque no se les llega a entender” o en una acepción más amplia, a aquellas que son capaces de realizar tareas, a veces muy complicadas (llegar a la presidencia de la República o crear una red para saquear el Estado, por ejemplo), pero que muestran una total carencia de criterio. Quizá nuestra estupefacción radique en esto: ¿Cómo es posible que gente tan básica en su expresión, con semejante falta de referentes, de conocimiento, de lecturas, de entendimiento, en suma, haya podido llegar a poseer tanto poder, a decidir sobre el destino de la nación y sus habitantes? ¿Cómo pudimos como ciudadanos celebrarlos y salir a votar en masa por ellos?

Guatemala debe ser de los pocos países en que los poderes ocultos están a la vista. Es decir, sabemos (o al menos intuimos) quiénes son y cuáles son sus ambiciones o intereses, sabemos cómo se organizan, cómo funcionan, cómo se dedicaron a resquebrajar la democracia, el país, el Estado en todos estos años y no hemos hecho mayor cosa al respecto. Será la indiferencia, la fatalidad, la falta de perspectivas, el miedo, el desgaste que significa buscar el sostén diario, el hartazgo… Sí, talvez el hartazgo.

El poder, en los tiempos que corren, es una cuestión de dinero. Así lo comprende todo el mundo. Por eso suena falso, retórico, ridículo que, durante los procesos electorales, los aspirantes a presidente, alcaldes o diputados, hablen del bien común, de igualdad de condiciones, de bienestar para todos.

Fuente: [www.elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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