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Niños atrapados entre “tablets” y celulares

En la era digital que vivimos todo está mediatizado.

Marcela Gereda

Lo confieso de entrada: siento pánico del mundo en el que están creciendo y respirando mis hijos y el resto de niños del planeta. Me pregunto si esto de sentir que como especie caminamos sonámbulos hacia nuestra propia autodestrucción lo habrán sentido también las madres en otros períodos de la historia ante las amenazas a su realidad.

¿A qué me refiero? En la era digital que vivimos todo está mediatizado y aunque los beneficios de la tecnología son innegables, hay otros aspectos imprescindibles a ser considerados. Me produce vértigo e insomnio ver cómo la vida moderna logra matar la magia interior de los niños. Me explico: atontados e hipnotizados con los espejitos que nos
ofrece la modernidad vivimos una rotunda manipulación política, ideológica y económica que trasladamos a los niños en la fetichización de las relaciones humanas mediante el consumo.

Víctor es un niño de Quiché. Gasta sus días lustrando zapatos afuera de Migración. Tiene diez años y una sonrisa pícara que enamora. Insiste tanto en lustrarme los zapatos que accedo, y mientras siento la shinola pintarme el pie de color negro, le pregunto qué va a hacer con el dinerito que va juntando con el lustre, me confiesa que él lo que más
quiere es comprarse un celular.

En las interminables colas de tráfico en la calzada Roosevelt voy viendo los carros del alrededor, observo familias enteras consagradas a la interacción con las tablets o celular, lo mismo en los espacios públicos y al interior de la vida cotidiana: todos obstinados con las pantallas, definiendo sus mundos a partir de las imágenes de la realidad virtual.

Observo que en la absurda manera en la que organizamos hoy la vida, hacemos creer a los niños que lo importante y esencial de la vida está en los celulares, en las tablets, en las redes sociales y en los objetos, y así instauramos una nueva forma de ser y estar en el mundo a partir de relaciones virtuales, es decir, les hacemos creer que el universo entero está en la pantalla y no en el encuentro con el infinito de nuestros semejantes y del cosmos. Hay una adicción profunda a estos aparatos que no solo deshumaniza las relaciones sino limita nuestra capacidad de pensar el mundo.

Y es tal la deshumanización de las relaciones que tal y como lo recuerda un conocido pensador: “la humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como goce estético”.

La sociedad globalizada-consumista, esa prometida por la “modernidad” nos empuja a cambio de nuestro tiempo y dinero a un proceso de vaciamiento, alienación, y autodestrucción; al establecer relaciones sociales mediatizadas por imágenes. Ello nos encadena como individuos y como sociedad.

Me da miedo que para mis hijos (y el resto de niños) en el mundo de hoy la existencia pasa necesariamente por la imagen. Me produce vértigo ver cómo el consumo instaurado desde las tecnologías y en las redes sociales es una que conquista almas, mentes, voluntades y cuerpos, que va poniendo también en los niños modelos y formas de ser y estar.

“No preguntes, vive y deja vivir”, es el mensaje subliminal inyectado a los niños, sin permitirles mejor “cómo aprender a vivir”, “cómo amar más”. Sin capacidad de cuestionarnos como dice Mafalda si “esta vida moderna no tendrá más de moderna que de vida”.

Me parece un suicidio y un fracaso como especie humana que niños de diez años lloren porque no le dieron “like” a su página de Facebook. La vida es otra cosa que un “like”.

Por si esto fuera poco los niños dedicados al uso de videojuegos y a ver el celular luego tienen problemas de déficit de atención, concentración de la vista.

“Restringir el uso de la tecnología en los niños” recomienda la Academia Americana de Pediatría y la Sociedad Canadiense de Pediatría. Hace solo diez años los celulares no eran parte de nuestra identidad, hoy son una extensión de nuestros brazos y manos.

Vuelvo a ver a mis niños y me pregunto por qué mundo lucharán, cuáles serán sus sueños y sus convicciones, cuáles serán sus retos y sus herramientas para afrontarse a este mundo que intentamos transformar para poder volver a la infancia como ese paisaje idílico al que siempre necesitamos volver.

Me parece un suicidio y un fracaso como especie humana que niños de diez años lloren porque no le dieron “like” a su página de Facebook. La vida es otra cosa que un “like”.

Fuente: elPeriódico [http://elperiodico.com.gt/2016/03/21/opinion/ninos-atrapados-entre-tablets-y-celulares/]

Marcela Gereda
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