Carlos Figueroa Ibarra
Cuando los que fuimos testigos y protagonistas del histórico triunfo en 2018 todavía tenemos muy fresco el recuerdo de la victoria, caemos en cuenta que el tiempo ha transcurrido y que el sexenio de Andrés Manuel López Obrador está en la recta final. El presidente nos lo recuerda casi diariamente en las conferencias de prensa mañaneras y nos hace concientes de que el 1 de octubre de 2024, nuestro líder político y moral desaparecerá para siempre. El balance con respecto a la gestión de AMLO es sumamente positivo aun cuando queda mucho por hacer y el peso del pasado es grande en el presente. Lo positivo de la gestión de López Obrador se revela en su inmenso nivel de popularidad que oscila entre el 70 y el 80% y más importante aún: en la convicción de que en 2024 la coalición encabezada por Morena más que probablemente volverá a triunfar en las elecciones.
Morena se ha convertido en un partido hegemónico. Gobierna en este momento veintiún entidades federativas y una más que gobierna un partido aliado. Habiendo ganado las elecciones en el Estado de México, en los próximos meses la cuenta subirá a veinte y tres. El poder que tiene Morena es muy parecido al que tuvo el PRI en la época de su esplendor. Siendo así las cosas, el candidato/a de Morena casi seguramente será el/la próximo/a presidente de México. Por ello, las decisiones tomadas por el Consejo Nacional de Morena del pasado 11 de junio, son históricas porque crean transparencia en el método para elegir al próximo candidato/a presidencial de la Coalición Juntos Hacemos Historia, es decir, Morena y sus aliados del Partido del Trabajo (PT) y del Partido Verde Ecologista de México (PVEM). El gran reto de Morena es hacer de esa elección un procedimiento que garantice la unidad del movimiento de la 4T y no uno que desemboque en lo contrario.
En el momento del esplendor del priato, el gran elector era el presidente de turno. Habiendo sido un semidiós durante cinco años, su último acto divino era señalar a quien había decidido sería su sucesor. Esto era el “dedazo”. A partir de ese momento comenzaba su declive y su sucesor empezaba a ascender al ámbito de la divinidad en donde permanecería cinco de los próximos seis años. Entre los grandes aportes a la democracia de Andrés Manuel, está el haber suprimido el dedazo. Por la autoridad moral y política que él tiene, su voluntad tiene mucho que ver con este cambio. Y la forma de hacerlo es sustituirlo por la encuesta.
Esto es lo que se está logrando con los acuerdos tomados por el Consejo Nacional: se hará una encuesta por parte del partido, pero al mismo tiempo y con la misma metodología y procedimientos se harán cuatro encuestas espejo. El anteprecandidato/a ganador/a será quien triunfe en los cinco ejercicios demoscópicos. En caso de que hubiera resultados discordantes se elegirán las tres encuestas que tengan los resultados más similares. Habrán seis candidaturas, cuatro de ellas de Morena y dos más por parte del PT y del PVEM. Cada uno/a de los candidatos/a propondrá dos casas encuestadoras y mediante sorteo se elegirán las cuatro que acompañarán a la encuesta de Morena.
Entre las decisiones tomadas, la que más me gusta es la que se acordó con relación a la manera en que se realizará la encuesta. El cuestionario será aplicado por un equipo compuesto por un integrante de la Comisión de Encuestas de Morena, un representante de cada una de las encuestadoras externas y un representante de cada una de las anteprecandidaturas. Al encuestado se le entregará un talón desprendible y foliado para que en secreto marque su preferencia y este talón será depositado en una urna sellada que será entregada a la Comisión de Encuestas. La Comisión de Encuestas abrirá las urnas y hará el recuento de los talones y sus preferencias en presencia de los representantes de la/os aspirantes y de las casas encuestadoras. El/la precandidato/a presidencial de la 4T será quien mayor número de preferencias obtenga.
No habría manera de que se inconformaran los aspirantes Marcelo Ebrard Casaubon, Gerardo Fernández Noroña, Adán Augusto López Hernández, Ricardo Monreal Ávila, Claudia Sheinbaum Pardo y Manuel Velasco Coello. Además, habría un lugar para los otros tres aspirantes de Morena que no ganaran las encuestas, como coordinadores de las bancadas de senadores y diputados en las legislaturas de 2024 además de un espacio en el futuro gabinete.
También advierto un avance democrático en el acuerdo tomado por el Consejo Nacional al prohibir que servidores públicos y representantes populares del nivel federal, estadual y municipal se involucren en apoyos a determinadas candidaturas, que haya restricciones en cuanto a montos y fuentes de financiamiento y rechazo a acarreos, coerción y alianzas a cambio de prebendas. Controversial resulta el que no se contemple la realización de debates entre los aspirantes. Aunque resulta evidente la razón: se trata de que estos aspirantes no salgan raspados. El acuerdo del Consejo Nacional sugiere la voluntad de que la derecha intervenga lo menos posible en el proceso de selección de la candidatura presidencial de la 4T.
Algunos de los aspirantes y sus partidarios han expresado que no hay piso parejo. No lo hay si partimos del hecho de que hay una percepción generalizada de que la candidata del presidente López Obrador es Claudia Sheinbaum. Pero solamente los adversarios de la 4T pueden expresar sin mayores pruebas, que Andrés Manuel ya ha decidido quién será su sucesor/a. La razón es muy sencilla: de la aterciopelada y transparente selección del sucesor/a de López Obrador depende la unidad granítica de la 4T. Esta unidad se necesita para lograr el objetivo estratégico: la mayoría calificada o lo que más se le acerque. La mayoría calificada en las cámaras de senadores y diputados es estratégica para hacer las reformas constitucionales que la 4T necesita para profundizarse.
El próximo 6 de septiembre México sabrá quién será el/la candidata/a de Morena y sus aliados. Y sabrá también quien será su próximo/a presidente.
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