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Carlos Figueroa Ibarra

“Buen día Comandante”, “Gusto de verlo Comandante”, “Adiós Comandante”. Los saludos se multiplican mientras caminamos por las callejuelas de la ciudadela de presidiarios que se ha instalado en el Cuartel Mariscal Zavala. Algunos detienen al Comandante César Montes para comentarle algo o para saludarnos personalmente, extendiendo su mano afablemente. Me resulta difícil creer que quienes nos saludan con tanto afecto y afabilidad puedan ser asesinos, secuestradores, narcotraficantes, estafadores, ex militares acusados de los peores crímenes, políticos corruptos y lo que se sume. He podido visitar en su reclusión a mi amigo César Montes, con quien hoy celebro la publicación de su libro Más allá de las rejas (Fondo de Cultura Económica, 2022).

En este texto, César nos cuenta sus vivencias tanto en la cárcel en el Cuartel General Matamoros como en la que existe en el Cuartel Mariscal Zavala. Pero César no solamente cuenta sus vivencias, también expone sus razones políticas, sus sueños en el mundo de la utopía pero también los que tiene al dormir. Nos habla de sus lecturas y de su diario escribir. Mientras en broma dice que su vida se parece a la de un hámster que corre vigorosamente en una rueda para quedarse siempre en el mismo lugar, lo cierto es que el cuerpo encarcelado de César es portador de un alma que sin cortapisas alza su vuelo libertario. Sueños, lecturas, recuerdos, escritos lo llevan más allá de las rejas que hoy lo aprisionan.

En sus páginas, el libro de César Montes también nos ofrece retratos completos de sus compañeros de infortunio. El delincuente confeso que se ha convertido en un fervoroso creyente de Dios; el buen hombre al que le han fabricado un caso que le ha arruinado su vida para siempre; el sicario que lo provocaba para tener pretexto para matarlo; el presidiario que ve pasar años y años sin que sea finalmente condenado; el narcotraficante que mira con horror el día en que finalmente será extraditado a los Estados Unidos de América; el ex militar que lo reconoce como un colega y le hace el saludo militar; el ex kaibil que en octubre de 2019 estaba confabulado para matarlo, mientras el ex guerrillero eludía una furiosa persecución; ese mismo ex kaibil que ahora se encuentra preso también y que le ha ofrecido reconciliación y amistad; el integrante de la Mara 18 que le cuenta de sus tatuajes y de su adolorida vida.

En medio de todo eso, el lector del libro de César Montes puede advertir en el legendario comandante guerrillero un gran talento literario y también una gran sensibilidad para percibir la humanidad hasta en el más feroz criminal. En sus relatos, los presos lloran en muchas ocasiones, extrañan a sus familias, los encuentros familiares son ocasiones de gran felicidad y las despedidas de gran tristeza. A pesar de que la cárcel es un campo peligrosamente minado y que no necesariamente iguala a todos en su desventura, lo cierto es que la cárcel es la oportunidad para el encuentro afectivo que provoca el infortunio compartido. César Montes ha sabido captar todo ello en sus crónicas conservando el temple de acero que siempre ha tenido. A sus ochenta años, ha sido condenado a 175 años de cárcel. En medio de todo esto, su temple le permite conservar el optimismo, el buen humor y hasta el humor negro: “Nos vemos Comandante” le dijo alguien. “No te preocupés, aquí te estaré esperando, no me voy a ir a ninguna parte”. César me cuenta esto y otras anécdotas más en medio de grandes carcajadas.

El orden criminal que hoy gobierna a Guatemala se ha ensañado con César Montes. Porque además de criminal y corrupto, ese orden le da continuidad al anticomunismo que ha manejado al Estado desde que derrocó a Jacobo Arbenz en 1954. Acaso crean que van a doblegar a una leyenda insurgente. Pierden el tiempo. Nunca lo lograrán.

En sus relatos, los presos lloran en muchas ocasiones, extrañan a sus familias, los encuentros familiares son ocasiones de gran felicidad y las despedidas de gran tristeza. A pesar de que la cárcel es un campo peligrosamente minado y que no necesariamente iguala a todos en su desventura, lo cierto es que la cárcel es la oportunidad para el encuentro afectivo que provoca el infortunio compartido.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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