Mario Roberto Morales
Nacer en un país destinado por el poder político mundial a ser un tubo de ensayo para tácticas de dominación y a hacer de su ciudadanía un conglomerado de ratas de laboratorio sometidas a la prueba de la frustración perenne y la vida miserable, nos obliga a pensarnos desde psicopatologías necesarias de ser superadas (no para liberarnos de ellas del todo ―pues eso es imposible―, sino) para no perder la lucidez ni sucumbir al miedo a la libertad y al clamor por la seguridad esclavizada que nos ofrecen los torvos amos que, por medio del terror y del bombardeo inclemente de “sugerencias” mediáticas, nos han hecho creer en el sometimiento como en la única libertad posible.
Por algo parecido dijo Cioran que “Nuestros rencores derivan del hecho de que, permaneciendo por debajo de nosotros mismos, no hemos sido capaces de alcanzar la meta. Esto nunca se lo perdonamos a los demás”. Lo cual explica el estado de idiotez agresiva en que vivimos en esta espléndida latitud tropical que descansa en paz sobre sus colosales excrecencias. Hemos permanecido demasiadas generaciones “por debajo de nosotros mismos” como para amarnos un poco y ser capaces de medio querer a los demás. Estamos muertos e interconectados.
Este estado de idiotez permanente explica nuestras exaltadas cuanto hipócritas y tiesas ideologías políticas, religiosas y sexuales, tanto las conservadoras como las políticamente correctas (que son a la postre igualmente ilusorias por ser sólo paliativos de una miserable vida derrotada). Ya lo dice Cioran: “Cuantas menos esperanzas tenemos, más orgullosos nos sentimos, hasta el punto de que orgullo y desesperación se desarrollan a la vez”. Sólo que, aquí, la desesperación no nos lleva a salir de ella, sino al incremento del temor a la libertad y, por tanto, a más interconexión e incomunicación para distraer nuestro necesario sufrimiento.
¿Necesario sufrimiento? Sí. En las ya dichas condiciones en las que se vive en un país probeta, las aspiraciones humanas están limitadas por la voluntad de los amos y son por tanto enfermizas como el terror que las inspira. Se trata de aspiraciones potenciadas por una moral de esclavos. Por algo así fue que Cioran dijo que “El valor más difícil, que es especialmente necesario para los débiles, es el valor de sufrir”. ¿El sufrimiento como valor necesario? Sí. ¿Qué les queda a los débiles sino el asqueroso rol de víctimas, el arduo “valor” del sufrimiento, la pornográfica exhibición de su derrota?
Débiles espaldas corvas tienen aquí las oligarquías, las pobrerías y las capas medias. Este encorvamiento de la voluntad produce risibles arrebatos “amorosos” como el de una Navidad y un Año Nuevo “llenos de esperanza en el futuro” y otras supersticiones. Aspavientos en la simpática tragicomedia de los débiles.
Publicado el 01/01/2020 ― En elPeriódico
Admin Cony Morales
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