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Yo me sentía nerviosa al compartir el espacio con una mujer que, viniendo de los sectores trabajadores había logrado formarse y en lugar de usar el poder adquirido en la academia para construirse una carrera individualista, la usó para crear una línea de estudios sobre el trabajo.

Irma A. Velásquez Nimatuj

A inicios de 2002 conocí a la antropóloga June Nash, en el marco de una cena que brindaron los miembros del Program on Global Security and Cooperation of the Social Science Research Council, en donde yo obtuve una de las ocho becas que a nivel mundial habían sido otorgadas para realizar nuestra investigación doctoral. Yo me sentía nerviosa al compartir el espacio con una mujer que, viniendo de los sectores trabajadores había logrado formarse y en lugar de usar el poder adquirido en la academia para construirse una carrera individualista, la usó para crear una línea de estudios sobre el trabajo.

Su propuesta teórica la llevó a adentrarse en las entrañas de las Américas, desde Bolivia hasta Estados Unidos, en donde construyó lazos con colectivos de trabajadores que dieron vida a una propuesta metodológica que tornó la antropología en una disciplina de acompañamiento político en contextos históricos concretos. Ese reto dio vida a su obra clásica: We Eat the Mines and the Mines Eat Us: Dependency and Exploitation in Bolivian Tin Mines en 1979 y que todo antropólogo debe leer, en algún momento de su formación, como muestra de la utilidad de la etnografía comprometida.

Posteriormente, su trabajo de campo se enriqueció con el aporte de las mujeres trabajadoras de diferentes proveniencias étnicas y de clase, que en medio de sus contradicciones, generaban y activaban elementos feministas liberadores que las llevaban a transformar sus contextos. En esa etapa su producción de artículos, libros y filmes muestra a una antropóloga que se niega a dejar de aprender de las conciencias que desafiaban al poder económico de múltiples formas sociales o culturales.

Esto la llevó a ser de las primeras antropólogas en visualizar la autoría de mujeres y hombres indígenas como protagonistas de sus propias luchas y destinos en las Américas, como un proceso irreversible, que surgía sigilosamente con raíces locales, pero con objetivos globales. Precisamente, ese es uno de los puntos de su libro Mayan Visions: The Quest for Autonomy in an Age of Globalization, que esa noche me obsequió, festejando que era parte de la generación de antropólogas indígenas que teníamos la responsabilidad de usar las herramientas académicas para apoyar la liberación de nuestros pueblos.

Ese reto dio vida a su obra clásica: We Eat the Mines and the Mines Eat Us: Dependency and Exploitation in Bolivian Tin Mines en 1979 y que todo antropólogo debe leer, en algún momento de su formación, como muestra de la utilidad de la etnografía comprometida.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/]

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