Autor: Jaime Barrios Carrillo
Tomado de: SigloXXI
Lo que enaltece al ser humano resulta casi nulo en una sociedad como la guatemalteca, enajenada, sumida en una miseria cultural lamentable
El escritor José Mejía me informa, desde París, que Juan Jacobo Rodríguez Padilla ha caído enfermo. Está grave aunque hay esperanza, según el parte médico. Pero a Jacobo lo agobia también una enfermedad guatemalteca: el olvido y la indiferencia. Es uno de nuestros grandes artistas, de los últimos clásicos vivos que tiene nuestro ignorado e ignorante país. Y a mí me duele que Guatemala sea tan cruel, tan indiferente ante las cuestiones del arte y la cultura. Y que haya tanto desconocimiento sobre nuestros valores y nuestra historia.
Siempre he sido admirador de la obra y la vida de Juan Jacobo Rodríguez Padilla, quien ha vivido aportándole brillo al nombre del país sin pedir ni recibir nunca nada a cambio, sólo la satisfacción del deber cumplido como guatemalteco y como artista. En Guatemala se admira en cambio el dinero, las armas o el poder político, pero la sensibilidad para lo bello, lo que produce la estética y el arte, lo que enaltece al ser humano, resulta casi nulo en una sociedad enajenada, sumida en una miseria cultural lamentable.
Jacobo ha vivido 50 de sus 88 años afuera, pero “siempre con Guatemala adentro”. Mi padre en un uno de sus libros escribió: “Jacobo Rodriguez Padilla proviene de la Guatemala más profunda, un país de incandescentes combinaciones míticas que se desplazan por una ruta cósmica y mágica, en donde su visión del mundo se condensa entre el dolor de la existencia y los lenitivos celestes.”
Este Jacobo es un hombre intenso, un ecologista, sabe de astronomía, conoce como pocos el arte maya. También co-fundador del grupo Saker-ti. Quién sabe algo de ese grupo de jóvenes que en 1947 se organizó para impulsar el arte, la música y la cultura? Saker ti significa en kaqchiquel amanecer. Pero es muy negra la noche guatemalteca.
Jacobo pertenece a una familia de sobresalientes artistas.
Su padre, Rafael, fue el fundador de la Escuela de Bellas Artes, la que lleva su nombre. La tradición la continuaron Jacobo y su hermana Fantina. Pintaron murales, asesorados por Eduardo Abela, diplomático y artista cubano en tiempos de Arévalo. Pero Fantina fue desaparecida en los setentas por las fuerzas oscuras y retrógradas.
En Guatemala estamos demasiado ocupados con la diaria destrucción y queda poco tiempo y espacio para el arte y la cultura. Al contrario, los artistas, los músicos, la gente de la danza, han manifestado ahora su inconformidad y piden más recursos a los políticos y a las autoridades. No hay presupuesto, dicen, y es cierto, pero lo peor es que no haya ideas en las instituciones pues carecemos de una política cultural coherente y consecuente. El arte no cuaja en un país salvaje, donde cortan cabezas, asesinan mujeres y donde hay niños desnutridos, impunidad y corrupción.
Estamos a tiempo para darle un reconocimiento nacional a Jacobo. Pero ¿quién puede iniciar este proceso? ¿Los artistas, el Estado, la sociedad civil o la iniciativa privada? ¿Todos juntos? ¿Por qué nos cuesta ser civilizados?
Colaboración sugerida por: Hugo Ventura.
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