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Carlos López

I

Quizás uno no desea tanto ser amado sino ser comprendido.
George Orwell

1984, la obra más conocida de George Orwell, tiene su momento cumbre en la escena en que Winston y Julia, protagonistas del relato, rozan sus manos por primera vez y ella le entrega un papel que tiene dos palabras escritas a mano. Después de algunos meses, en un escondite-refugio de árboles se aman al aire libre cuando él vence la anafrodisia provocada por el terror del recuerdo de su matrimonio con una ortodoxa biempensante alineada al Ingsoc, acrónimo del partido único de estado. A partir de este giro de la acción, la novela sube de tono y la vida oscura de Winston empieza a brillar, porque empieza a afrontar su realidad. Julia desnuda también su razón y con su deseo ilumina por un breve lapso los pasos de ambos.

Como si tuviera en mente esas páginas de la última novela de Orwell, escrita entre 1947 y 1948, John Berger, en Esa belleza, afirma que «el deseo sexual, si es recíproco, origina un complot de dos personas que hace frente al resto de los complots que hay en el mundo. Es una conspiración de dos. El plan es ofrecer al otro un respiro ante el dolor del mundo. No la felicidad sino un descanso físico ante la enorme responsabilidad de los cuerpos hacia el dolor. En todo deseo hay tanta compasión como apetito. Sea cual sea la proporción, las dos cosas se ensartan juntas. El deseo es inconcebible sin una herida. Si hubiera alguien sin heridas en este mundo, viviría sin deseo. El deseo anhela proteger al cuerpo deseado de la tragedia que encarna y, lo que es más, se cree capaz. La conspiración consiste en crear juntos un espacio, un lugar, necesariamente temporal, para eximirse de la herida incurable de la carne. Ese lugar es el interior del otro cuerpo. La conspiración consiste en deslizarse al interior del otro, allí donde no se les pueda encontrar. El deseo es un intercambio de escondites», que encaja en la inolvidable historia de amor que Orwell intercala en su relato de terror, que por momentos es un ensayo político. Mientras duró la pasión, el deseo sanó, sirvió para restablecer los signos de la memoria, para revivir el espíritu, las carnes de Julia y de Winston, quien en un momento cavila que si no hubiera clandestinidad en esa relación tampoco existiría obligación coital, sólo amor, sólo ganas de estar uno al lado del otro. La necesidad de la entrega total incluye la revelación del odio de los amantes contra el Gran Hermano, que sólo tiene existencia icónica, pero que es el gran protagonista de 1984. Julia y Winston se hacen fuertes al rebelarse en la intimidad contra el poder omnímodo. Si el deseo les dio poder hasta el grado de darles confianza, también el amor los llevó al abismo. Cuando la policía los atrapó y torturó hasta cambiarles el físico y les borró los sentimientos, cada uno traicionó al amado, y no sintieron pena al confesarlo, porque también les borraron la vergüenza. Luego, el desamor por Julia, la apatía, el sinsentido, la embriaguez le revelan a Winston  el amor que empieza a sentir por el Gran Hermano. El automatismo de la máquina en que lo habían convertido lo condujo, de manera natural, al amor del opresor; ese estado fue la consecuencia de la traición inicial al amor.

II

A los proles se les permite la libertad
intelectual porque no tienen intelecto alguno.
George Orwell

En la vida real, Winston Smith rencarna a George Orwell, pseudónimo de Eric Blair (Motihari, India, 1903) en su posición política, pues después de combatir al fascismo terminó pregonándolo y, en un oscuro malabarismo ideológico, terminó odiando a la izquierda política. ¿Cómo se operó esta transformación en alguien que se autodenominó «anarquista conservador», oxímoron nada afortunado para definir su filiación ideológica?

A pesar de que en 1920 nombró a Lenin como una de las personalidades más destacadas del mundo, y él se declaraba «vagamente socialista» («soy de izquierda por convicción, de derecha por temperamento»), Orwell —considerado el ensayista inglés más importante del siglo XX— en sus artículos, ensayos, crónicas —publicados en español en 2013 con el título de Ensayos por Penguin Random House Mondadori— y en sus dos relatos de ficción más conocidos, convertidos en películas, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949) ataca el socialismo, pero no con el mismo furor con que escribe, por ejemplo, del nazismo, del fascismo; guarda un sospechoso silencio del colonialismo, de la monarquía de su país, del origen pirata de Inglaterra que se configuró como imperio a partir del saqueo a sangre y fuego de los tesoros del mundo, de la explotación inmisericorde de los habitantes de los pueblos conquistados y colonizados. Los asuntos que ocupan la atención de Orwell son los de su contexto inmediato, como si hubieran surgido por generación espontánea. Su afán es atacar más a la naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A pesar de haber estado desde finales de 1936 a junio de 1937 en la Guerra Civil Española —donde le metieron un tiro en la garganta— «buscando material para escribir artículos de periódico», adonde se fue «a matar fascistas, porque alguien debe hacerlo», según le confesó a Henry Miller, y se afilió al Partido Obrero de Unificación Marxista, en el que, según Orwell, «había la proporción usual de gentuza, además de cierto número de campesinos muy ignorantes y de gente sin una ideología política»; a pesar de su militancia en el Partido Laborista Independiente que difería de la Federación Socialdemócrata, donde estaban los marxistas ortodoxos ingleses que no comulgaban con los pequeñoburgueses y capamedieros del PLI; a pesar de su simpatía por el trotskismo (convertido en el basurero de los feroces antimarxistas en todo el orbe donde ganaron adeptos), o tal vez por eso, llegó a afirmar: «Las cosas que vi en España me revelaron el peligro mortal de un “antifascismo” meramente negativo»; a pesar de todo, hay quienes defienden sus incoherencias y contradicciones, sus cambios de postura política, ven a «un hombre decente», como lo llama Irene Lozano en su prólogo de Ensayos.

Cuando Orwell tenía 19 años ingresó a la Policía Imperial India, como oficial de subdivisión en Birmania; renunció a «la opresión imperialista» cinco años después, en 1927. En sus Ensayos, no deja de notarse su vena política (a Orwell es a quien más se le notan las costuras políticas en todos sus escritos: «Cada renglón que he escrito en serio desde 1936 lo he creado, directa o indirectamente, en contra del totalitarismo. […] Cuando he carecido de un objetivo político, he escrito libros exánimes. […] Me he visto obligado a convertirme en una especie de panfletista»); por ejemplo, en un extenso texto dedicado a denostar a Charles Dickens («ningún adulto puede leer a Dickens sin notar sus limitaciones») no sólo ve cómica la postura de éste en sus novelas cuando retrata a los pobres, sino que aflora también su clasismo y su racismo: «La gente corriente de los países occidentales nunca ha entrado mentalmente en el mundo del “realismo” y el poder de la política. Puede que lo haga pronto, en cuyo caso Dickens quedará tan trasnochado como el coche de caballos, pero en su época y en la nuestra ha sido popular sobre todo porque supo expresar de un modo cómico, simplificado y, por tanto, memorable la decencia innata de la gente corriente».

En «Marx y Rusia», Orwell se lanza a matar contra el socialismo: «El significado de “la dictadura del proletariado” tendría que haber sido “la dictadura de un puñado de intelectuales que gobernaban a través del terrorismo”». En un afán mesiánico (imputación que siempre se hace a los revolucionarios), señala: «Nos enfrentamos con un movimiento político a escala mundial que amenaza la existencia de la civilización occidental». Remata con frases trilladas impropias de un escritor tan incisivo como él: «Si queremos combatir el comunismo debemos comenzar por entenderlo. Pero, más allá de entender sus mentiras, está la dificultad de ser entendido y —un problema que poca gente parece haber considerado con seriedad— encontrar la forma de hacerle ver al pueblo ruso nuestro punto de vista», que de plano excede un análisis mesurado sobre sus pretensiones. Une su voz al coro de fascistas de todo el mundo contra una nueva forma de sociedad que se enfrentaba al terrorismo más despiadado, al imperialismo más feroz de todos los tiempos del capitalismo rapaz, al fascismo nazi.

El decimonónico Estados Unidos de América era para Orwell casi el paraíso: «En el Estados Unidos de mediados del siglo XIX, los hombres se sentían libres e iguales, y eran libres e iguales en la medida en que tal cosa es posible fuera de una sociedad puramente comunista. Había pobreza aquí y allá, había incluso diferencias de clase, pero, con la excepción de los negros, no existía una clase permanentemente subyugada. Todo el mundo albergaba en su interior, cual núcleo intocable, la certeza de que podía ganarse la vida con decencia y sin lamerle el culo a nadie», afirma en el ensayo «En el vientre de la ballena».

III

Los periódicos empezaron a existir para decir la
verdad; hoy existen para impedir que la verdad se oiga.
G. K. Chesterton

«Ya de joven —dice Orwell— me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. […] En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas “líneas de partido”». Aunque dice una verdad casi irrefutable, Orwell sólo ve una parte del problema. En la práctica, es el sistema y sus medios de manipulación y alienación los que inventan qué se debe decir y escribir en el cine, la radio, la televisión, la prensa, los libros, en la escuela. El monopolio de los medios —que se empezaba a configurar en los tiempos que critica Orwell— está repartido en la actualidad en estas empresas que controlan 1,500 periódicos, 1,100 revistas, 2,400 editoriales, 9,000 radios, 1,500 cadenas de televisión del mundo, que son las que mandan en contubernio con los gobiernos que ellos imponen en el poder:

General Electric: Universal Pictures, Comcast, NBC, Focus Features, Universal Music.

News Corp: 20th. Century Fox, Wall Street Journal, New York Post, The Sun, Fox Broadcasting, National Geographic.

Walt Disney: ESPN, ABC, Pixar, Miramax, Marvel Studios.

Time Warner: CNN, HBO, New Line Cinema, Time, People, Warner Bros, Fortune, Cartoon Network.

Viacom: Paramount Pictures, MTV, BET, Dreamworks, Nickelodean

Promotora de Informaciones, S. A. (Prisa): El País, As, Cinco Días, Huffpost, Prisa Radio, Prisa TV, Santillana (con filiales en 21 países de Iberoamérica). El 19 de marzo de 2014, Penguin Random House adquirió los sellos editoriales AlfaguaraTaurus y Aguilar, de Santillana, en 96.6 millones de dólares.

Penguin Random House Grupo Editorial: Aguilar, Aguilar Fontanar, Aguilar Ocio, Alamah, Alfaguara, Altea, Blok, B de Bolsillo, Bruguera, B, Caballo de Troya, Cliper, Beascoa, Collins, Conecta, Debate, Debolsillo, Endebate, Enclave, Flash, Grijalbo, Penguin Clásicos, Kids, Random Comics, Random House, Reservoir Books, Salamandra, Salamandra Bolsillo, Salamandra Graphic, Salamandra Infantil y Juvenil, Selecta, Sudamericana, Literatura Random House, Lumen, Montena, Molino, Nova, Origen, Nube de Tinta, Plaza & Janés, Suma de Letras, Distrito Manga, Vergara, Debutxaca, La Campana, La Magrana, Rosa del Vents, Arena, Companhia das Letras, Nuvem de Letras, Objetiva, Taurus.

Grupo Planeta: Planeta Mexicana, Seix-Barral, Ariel, Deusto, Espasa-Calpe, Temas de Hoy, Destino, Roca, Molino, Artemisa, Editorial Joaquín Mortiz, Diana, Editorial Planeta Ediciones Generales, Ediciones Destino, Tusquets Editores, BackList, MR Ediciones, Emecé, Alienta Editorial, Gestión 2000, Deusto, Para Dummies, GeoPlaneta, Lunwerg Editores, Planeta Cómic, Libros Cúpula, Planeta Gastro, Lectura Plus, Ediciones Minotauro, Esencia, Zenith, Crítica, Ediciones Península, Salsa Books, Luciérnaga, El Aleph Editores, Ediciones Paidós, Ediciones Oniro, Destino Infantil & Juvenil, Timun Mas Infantil, Planetalector, Noguer, Oniro Infantil, Yoyo, Libros Disney, Planeta Junior, Booket, Austral, Click Ediciones, Scyla eBooks, Zafiro eBooks, Universo de Letras, MaxiTusquets, Edicions 62, Editorial Empúries, Editorial Proa, Editorial Pòrtic, Columna Edicions, Edicions Destino, labutxaca, Estrella Polar, Educaula 62, Fanbooks, Planeta Portugal, DeAPlaneta Libri, Editorial Planeta Argentina, Editora Planeta do Brasil, Editorial Planeta Colombia, Editorial Planeta Chile, Editorial Planeta Ecuador, Editorial Planeta México, Editorial Planeta Perú, Editorial Planeta Uruguay, Editorial Planeta Venezuela, Editorial Planeta Grandes Publicaciones, Artika, Editorial Planeta de Agostini, Ediciones Altaya. Planeta Formación y Universidades: Universidad Internacional de Valencia, The Core, Universidad de Barcelona, EAE Business School, obs Business School, Three Points, EsDesign, Ostelea, Barcelona Culinary Hub, EDC París Business School, L’École Supérieure Libre des Sciences Commerciales Appliquées (ESLSCA), Ecolé de Guerre Económique, Sports Management School, Institut Supérieur du Luxe de Luxe, Rome Business School, Ibero, Escuela Superior de Empresa, Ingeniería y Tecnología (ESEIT), Innovación en la Formación Profesional (IFP), Universitat Carlemany, Inesdi Business Techschool. Planeta Medios de Comunicación y Entretenimiento Audiovisual: Antena 3, La Sexta, Neox, Nova, Mega, Atreseries, Onda Cero, Europa FM, Onda Melodía, Atresmedia Studios, Atresmedia Publicidad, Atresmedia Diversificación, Atresmedia Cine, Atresmusica, Fundación Atresmedia, Diario La Razón, DeAPlaneta Entertainment, Prisma Publicaciones, Casa del Libro.

Terrorífico. Sin embargo, nada nuevo. A estos monopolios internacionales hay que sumar los consorcios, las cadenas del poder nacional casi siempre al servicio del extranjero.

De 1941 a 1943, Orwell trabajó para el Servicio Oriental de la British Broadcasting Corporation —donde ocupaba la oficina 101, que menciona en 1984 con terror, pánico, espanto— en programas propagandistas para obtener el apoyo a los ejércitos aliados de India y del este de Asia.

En 1949, Orwell entregó una carta a Celia Kirwan, del Ministerio de Asuntos Exteriores de Inglaterra, que organizaba unas conferencias contra el estalinismo, con nombres de personas que podrían concurrir. Orwell, además, incluyó una lista de treinta y ocho escritores y artistas con inclinaciones procomunistas y que no tendrían intención de participar en dichas conferencias. En la lista, dada a conocer hasta 2003, incluyó a varios periodistas y a los actores Michael Redgrave, Paul Robeson y Charlie Chaplin.

¿Desconocía Orwell la información del papel de Wall Street y del capitalismo estadunidense en el ascenso de Adolfo Hitler al poder alemán y en la consumación del holocausto? Edwing Black, en IBM y el holocausto (2001), señala cómo las tarjetas perforadas (preludio de los sistemas de computación actuales) de IBM sirvieron para identificar y catalogar a quienes fueron perseguidos y eliminados en los campos de concentración nazis; de igual manera, los trenes de la muerte eran manejados con el sistema de la IBM: «La General Motors, a través de Opel, desarrolló y vendió al Tercer Reich maquinaria indispensable para la guerra nazi. También dos instituciones emblemáticas del capitalismo estadunidense, el Instituto Carnegie, impulsor de nociones sobre una raza superior, y la Fundación Rockefeller, que concedió una importante beca a un médico nazi, el médico de la muerte que estudiaba a los gemelos; su asistente, Josef Mengele, estuvo en Auschwitz y llevó a cabo experimentos con gemelos, hacía necropsias con personas vivas, exámenes cerebrales e inyectaba veneno a un gemelo y al otro no; cada semana, este tipo llevaba los informes a su jefe financiado por Rockefeller».

Henry Ford (el temible fundador del sistema de explotación laboral conocido como el fordismo), el fundador de la compañía automotriz Ford, «no sólo financió a los nazis sino que fue el autor de contextos pseudocientíficos y antisemitas sobre una conspiración judía internacional que servirían de pretexto a Hitler» para iniciar la represión contra dicha comunidad, según Black.

Alejandro Teitelbaum (https://derechopenalonline.com/el-papel-de-las-grandes-empresas-en-el-holocausto/#:~:text=Un%20libro%20reciente%20%22IBM%20y,quienes%20ser%C3%ADan%20perseguidos%20y%20eliminados) señala que «la Ford y la General Motors utilizaron el trabajo esclavo [durante el régimen de] Hitler, fabricando durante la guerra vehículos militares en Colonia, Alemania, para el ejército alemán. Varias de esas empresas que participaron y se beneficiaron del holocausto intervienen hoy en grandes reuniones internacionales, influyen sobre los organismos del sistema de las Naciones Unidas, financian fundaciones y subvencionan o.n.g., pero retacean, como Volkswagen y Ford, el pago de las indemnizaciones que reclaman los sobrevivientes de los trabajos forzados».

En El camino al muelle de Wigan (1937), Orwell se refiere al socialismo como un sistema de «justicia y libertad». Su concepción incluye la justicia económica, política y social. En 1946, cuando ya padecía tuberculosis, afirmó que desde hacía 10 años escribía «contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático». ¿En qué momento, por qué cambió su pensamiento y empezó a criticar a los intelectuales de izquierda, a la URSS? Sus dos libros emblemáticos son el culmen de su odio contra los revolucionarios y contra el estado símbolo de la victoria contra el imperialismo capitalista que defendió la libertad y venció al nazismo. Estados Unidos de América, la capital mundial del fascismo capitalista, usa todavía los libros de Orwell como propaganda anticomunista; así de trasnochados andan los ideólogos del imperio que ven comunismo en cualquier acto de rebeldía libertaria.

En el sistema político descrito en 1984, existe el Ministerio de la Verdad, que se encarga de inventar las mentiras que convienen al régimen, así como el Ministerio del Amor esparce el odio que debe respirar la población mediante el terror. En la actualidad, casi todos los medios de desinformación y manipulación capitalistas viven de la mentira, de la invención de la realidad, del ocultamiento de lo que sucede, al grado de que cuando uno oye lo que transmiten como noticia de inmediato piensa en lo contrario de lo que ellos afirman. Es curioso que el poder absoluto del Gran Hermano se refleje nítido en nuestros días en el fascismo capitalista en cualquier latitud del planeta.

¿Desconocía Orwell la información del papel de Wall Street y del capitalismo estadunidense en el ascenso de Adolfo Hitler al poder alemán y en la consumación del holocausto?

Orwell no pudo ver cómo degeneró su gran novela en manos del totalitarismo capitalista en un vil programa de televisión asqueante, en una mercancía banal al servicio del fascismo. El capitalismo, que todo lo prostituye, le quitó la esencia a la obra literaria. La paradoja total es que una novela hecha para criticar al régimen socialista retrata ahora al imperio capitalista.

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Carlos López