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La letra «V»

Leve divertimento sobre el valor, la verdad, los votos y las viudas.

Mario Roberto Morales

Cuando en la letra “V” de su Diccionario del diablo, Ambrose Bierce define Valor como una “Virtud castrense en la que se mezclan la vanidad, el deber y la esperanza del farsante”, está pensando en la siguiente anécdota, con la que ilustra esta acepción:

“—¡Por qué se ha detenido! —rugió en la batalla de Chickamauga el comandante de una división quien había ordenado una carga—, ¡avance en el acto, señor!

“—¡Mi general! —respondió el comandante de la brigada sorprendido en falta—, ¡estoy seguro de que cualquier nueva muestra de valor por parte de mis tropas las pondrá en contacto con el enemigo!”

Je, no hay duda de que este comandante de brigada carecía de vanidad, si es que nos atenemos a la definición que Bierce ofrece de esta palabra como “Tributo que rinde un tonto al mérito del asno más cercano”. Y, siguiendo esta lógica y pensando en la cultura castrense en general, nuestro anti filósofo de cabecera hace gala de coherencia conceptual cuando define Valla diciendo que “En el arte militar, [es la] basura colocada delante de un fuerte para impedir que la basura de afuera moleste a la basura de adentro”.

Basuras más, basuras menos, este gringo sí que arrasaba parejo. Tanto, que el mero hecho de citarlo puede acarrearnos ser víctimas de venganza, palabra que este escritor satírico define como “Roca natural sobre la que se alza el Templo de la Ley”. Ante lo cual estaríamos indefensos, ya que, según el ideario oligárquico-neoliberal-militar imperante, la majestad de la ley equivale a la verdad. Un concepto que para Bierce no es sino la “Ingeniosa mezcla de lo que es deseable y lo que es aparente”. Es decir, entre lo que queremos que sea y su parecido con el aspecto más superficial de lo concreto. Cualquier semejanza con la forma neoliberal de razonar, es una coincidencia matemática.

Lo que sí sabemos por experiencia propia quienes vivimos en esta tórrida latitud en la que hasta el clima está militarizado (porque nos llueve plomo parejo), es que Bierce atina cuando define Vida como una “Especie de salmuera espiritual que preserva al cuerpo de la descomposición”. Nada más. Y a las pruebas me remito, pues todos sabemos que si, gracias a José Alfredo Jiménez, en Guanajuato la vida no vale nada, aquí, gracias a los militares, vale bastante menos.

A pesar de eso, elegimos a soldados para que nos (des)gobiernen y militaricen nuestra vida cotidiana. Eso sí, lo hacemos por medio del muy democrático recurso del voto. Aunque tal cosa no sea un atenuante para nuestro masoquismo —gestado a lo largo de cinco siglos de látigo oligárquico y bota militar—, pues si concordamos con la acepción que nuestro lexicógrafo ofrece de Voto como el “Instrumento y símbolo de la facultad del hombre libre para hacer de sí mismo un tonto y de su país una ruina”, la acción de votar se nos perfila como un recurso más de los que a diario echamos mano para suicidarnos como ciudadanía.

¿Qué nos queda ante panorama tan ruin? Pues refugiarnos en el cristianismo. Pero no en sus versiones iglesieras. Sino en el ejemplo vivo de Cristo. Y buscarnos una de las tantas viudas (o viudos, en el caso de usted, lectora voraz) que han producido los militares. ¿Por qué? Lo dice Bierce cuando define Viuda como una “Figura lastimera a quien el consenso del mundo cristiano no toma en serio, aunque la ternura de Cristo por las viudas fue uno de los rasgos más marcados de su temperamento”. ¿Era viuda también la Magdalena?

Mario Roberto Morales
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