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¿Surge un nuevo movimiento social?

Organización y agenda, autonomía e independencia, sus desafíos.

Mario Roberto Morales

El viernes pasado apareció una noticia en este diario, en la que se indicaba que el día anterior se había realizado una “reunión de colectivos integrados por jóvenes de diferentes departamentos” y que “más de 140 representantes de jóvenes de todo el país intercambiaron experiencias y estrategias de las manifestaciones ciudadanas que se dieron […] del 25 de abril al 27 de agosto”. También decía que “la reunión fue convocada por el Instituto Centroamericano para el Estudio de la Democracia (DEMOS) y por el PNUD”.

Aparecen asimismo algunas afirmaciones de los participantes, como por ejemplo la de que “se trata de realizar una organización hacia adentro de los colectivos y las organizaciones sociales para volver con músculo ciudadano más fuerte”, o la de que se busca “el fortalecimiento desde los distintos espacios que ocupa la población juvenil en el país”, y la de que estos jóvenes “descubrieron puntos de convergencia que identifican un mismo ideal a seguir por medio de la unidad de la juventud de la capital con los diferentes departamentos”. Muy bien. Pero para mí, lo más importante de la nota está al final, en donde se lee que “otra conclusión alcanzada es trabajar en la construcción de un pensamiento crítico y un trabajo organizativo para finalmente cambiar la sociedad”.

Porque esta afirmación denota que está en marcha un esfuerzo de recomposición de lo que quedó de las movilizaciones de abril-agosto y, lo que es más importante, que este esfuerzo se intenta realizar sobre la base del pensamiento crítico. Es decir, del análisis concreto de la situación concreta, mediante el ejercicio del propio criterio: un criterio forjado por lo vivido en las movilizaciones mismas. Además, se afirma que esta criticidad irá acompañada de un trabajo organizativo con miras a cambiar la sociedad y no sólo —se infiere— para lograr cambios de personal del Estado que convienen al poder instituido y que fortalecen a un régimen que depende de la corrupción en forma de monopolismo, mercantilismo y clientelismo político. Y digo que eso se infiere porque cambiar la sociedad supone efectuar transformaciones sistémicas estructurales. De modo que —si todo esto es cierto— lo que quedó de las extintas movilizaciones festivas se está transformando en algo cualitativamente superior al movimiento que le dio origen. Y eso es digno de ser apoyado con un criterio de convergencia puntual para el avance de la lucha ciudadana por la democracia. No con la idea absurda de que para formar parte de un movimiento debemos todos pensar igual.

Siempre he defendido que sólo la movilización organizada puede lograr cambios sistémicos. Por eso, a lo largo de abril-agosto insistí en que el movimiento debía dejar la fiesta y dotarse de organicidad y agenda táctica y estratégica. Pero también he insistido en que los movimientos sociales necesitan ser autónomos y depender sólo de sí mismos. La gran falencia del movimiento popular aquí es estar financiado por onegés, pues eso hace que la gente se movilice sólo si se le paga el día. Y eso falsea y anula al movimiento porque su acción depende de la erogación externa y, como se sabe, ésta responde al interés político de los donantes y no al de los recipiendarios, lo cual hace que al acabar el financiamiento acabe también la movilización. Es por ello de esperar que el nuevo movimiento convoque y movilice por su cuenta, y no pegado a las faldas de la cooperación internacional.

De modo que —si todo esto es cierto— lo que quedó de las extintas movilizaciones festivas se está transformando en algo cualitativamente superior al movimiento que le dio origen. Y eso es digno de ser apoyado con un criterio de convergencia puntual para el avance de la lucha ciudadana por la democracia. No con la idea absurda de que para formar parte de un movimiento debemos todos pensar igual.

Mario Roberto Morales
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