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Ilka Oliva Corado
@ilkaolivacorado

No  es lo mismo preparar el café, encender la computadora al alba y  no encontrar sus textos puntuales como cada jueves de la última década de mi vida.

Doña Margarita Carrera fue una de mis pocas conexiones con Guatemala en los primeros años de mi auto exilio, la descubrí por casualidad cuando obtuve mi primera computadora y buscada desesperadamente un hálito.   A miles de kilómetros de distancia de mi terruño amado y viviendo una nostalgia abrumadora por el destierro, apareció con sus textos con alma que hacían de las mañanas de los jueves un bálsamo quita penas. 

Se volvió una necesidad  comenzar los días  jueves leyendo sus artículos, que siempre me dejaban con la sed de esperar el siguiente la próxima semana. Un viaje, sus textos fueron cada uno un viaje que por alguna razón crearon un vínculo con Guatemala que aliviaba en las cortas lecturas la añoranza por mi nido. Leerla era como caminar por la avenida Bolívar los domingos en los que  Guatemala Musical se llenaba de empleadas domésticas indígenas que en su día de descanso se iban a bailar y a vitrinear soñando con comprar lo que solo sus patrones podían. Era como caminar las mañanas de los lunes en los corredores  del mercado La Terminal.

Me permitía el retorno, sentarme en el  tapial de mi nido en Ciudad Peronia y perder la vista en el verde botella de las montañas de San Lucas Zacatepéquez. El alma de sus textos es el alma de la Guatemala que se quedó en mis memorias, aunque así trataran de algún poeta francés o de algún filósofo griego.

Porque no era la temática del texto en sí porque bien podía escribir de Safo, de Homero o de Pitágoras que yo encontraba ahí a Guatemala.   Su forma de escribir, la sencillez, la humildad, la esencia; eso fue lo que me atrajo. Me atrajo el alma de cada letra que respiraba por sí misma. Ella las paría para que cada una se largara libre para donde quisiera. Y sin lugar a dudas a las que soplaba el viento hacia el norte llegaban a mí como atol shuco y ayote cocido con rapadura y canela. Con el aleteo de los ronrones y las libélulas. 

Con el tiempo, con forme mi mente fue rumiando y  despertando, con forme fui teniendo conciencia de mi lejanía, de mi lugar de residencia, y el fuego vivo de la añoranza se  fue sosegando y me permitió respirar; las emociones dieron paso al análisis y  pude ver a Margarita Carrera más allá del amarillo de las flores de Chacté, que siguen siendo hermosas. 
El legado de Margarita Carrera, es inmenso. Como articulista, como escritora, como poetisa. Como mujer, como ser humano. Es necesario que sea leída por personas de cualquier clase social y grado de escolaridad; pero más importante aun es que llegue a todas aquellas mujeres que como las indígenas que veía en mi infancia los  domingos en Guatemala Musical o las que veía vendiendo en las mañanas de los  lunes en el mercado La Terminal, como las miles que sucumben en los campos de cultivo, en las fábricas, en las maquilas, o en el norte frío a miles de kilómetros de distancia de donde dejaron su ombligo y a los suyos:  sepan que no están solas, que somos una legión y que no todo dura para siempre y que debemos resistir.

Que algún día el sol también saldrá para nosotras. Que debemos como amor propio, como género  y misión humana hacer uso de nuestra voz.  Ella resistió en la escritura. Ése es el legado de Margarita Carrera en mi vida, es lo que yo he entendido de sus letras y de su alma. 
Se entregó en sus letras, ¿de qué otra forma  puede amar a la vida y humanidad un escritor? 

03 de enero de 2019. 

Fuente: [https://cronicasdeunainquilina.com]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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