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De la utilidad de un verso, un grito, una sinfonía

lucha libre
Lucía Escobar
@liberalucha

A a donde se vea, la metáfora que Luis de Lión sembró en nuestra identidad se hace cada día realidad: pequeñas semillas que rompen las piedras más fuertes brotan por todo el país, y no hay manera de frenar la primavera. La vida se impone ante la muerte; la esperanza se le planta al horror; y la justicia tarda pero no olvida.

El juicio por genocidio, representa una victoria agridulce para las víctimas ixiles que tuvieron que declarar dos veces los horrores que sufrieron en manos del ejército guatemalteco. Algunos testigos, así como el principal acusado Efraín Ríos Montt murieron durante este larguísimo proceso judicial que se atrasó gracias a los abogados defensores que utilizaron todas las triquiñuelas posibles e imposibles para boicotearlo. La semana pasada en Nebaj, el Tribunal de Mayor Riesgo B declaró que sí hubo genocidio sobre el pueblo ixil, pero al mismo tiempo dejó libre al único acusado: Mauricio Rodríguez Sánchez. Las víctimas han esperado la justicia durante muchísimos años. De la tierra han brotado cuerpos, fosas clandestinas que no mienten. Se han escuchado las voces de los sobrevivientes, los gritos de los desaparecidos, hemos visto los peritajes de los expertos y han desfilado ante nosotros cientos de pruebas materiales. Somos un jardín de muertos, de cada esquina surgen testimonios terribles, historias desgarradoras, que solo a algunos genios se les da el talento para convertirlos en algo que conmueva o dispare un sentimiento.

Joaquín Orellana, compositor único, y al que el Congreso de la República le tiene pendiente aprobar la iniciativa 5447 que le daría una pensión vitalicia, presentó en el Teatro Nacional La Sinfonía desde el Tercer Mundo, dirigida por Julio Santos e interpretada por la Orquesta Sinfónica Nacional, varios coros, marimba y los útiles sonoros, creación de él mismo. En palabras de Orellana; ha sido el fruto de un trabajo que fue brotando de tiempo en tiempo, desde un pueblo empotrado en el pecho, pueblo que en los lugares víctimas del más cruel abandono, de la sórdida miseria, fue yaciendo en el fondo más profundo del sentir, punzando la conciencia hasta hacer brotar cantos sangrantes; cantos de las voces inauditas de un pueblo masacrado…

Me habría gustado ver en ese mismo concierto y escenario al grupo Sotz’il de Sololá. Serían una combinación espectacular. Los vi en un festival de metal en Sumpango. Ahí comprobé, una vez más, que los colectivos de jóvenes que se empeñan en crear espacios alternativos para la creación y la expresión artística están más vivos que nunca.

Con noventa años, falleció el poeta originario de Jalapa, Julio Fausto Aguilera. Premio Nacional de Literatura 2002 y uno de los fundadores del grupo literario Saker-Ti y de Nuevo Signo. Él decía que: “…Un verso bien nacido y vigoroso, y otro más encendido, y otro más desvelado, y otro más fuerte y más veraz, le dan vida a un sueño que recogieron tierno, y este sueño de muchos, ya nutrido, se vuelve una conciencia, y esta conciencia, una pasión, un ansia… Hasta que un día, todo –sueño, conciencia, anhelo–, compacto se organiza… Y entonces viene el grito, y el puño, y la conquista…”.

Versos, poemas, gritos, sinfonías son semillas de esperanza, pequeñas bombas que demuelen corazones de piedra y mentes duras.

Fuente: ttps://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/10/03/de-la-utilidad-de-un-verso-un-grito-una-sinfonia/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
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