La memoria del nylon azul
Javier Payeras
Tiene el pelo a la rapa y usa un vestido floreado sobre una bermuda llena de lodo. La veo masticando algo, quizá los gajos de una naranja. Me pide un quetzal, a veces le doy una moneda antes de cruzar la calle. Me acostumbré a verla añadida al Palacio Nacional, adentro de la verja y sentada cerca de los rosales. Ayer, por ejemplo, pasé y estaba cubierta debajo de un nylon azul, llovía y ella permanecía inmóvil sobre la cubeta plástica de siempre. «Son una mierda, malditos, asesinos…», grita de vez en cuando a la puerta del Palacio. El personal de seguridad la observa, algunos disimulan y otros se ríen, pero sus gritos suben por los escalones, cruzan las puertas, llegan hasta las oficinas y el eco se reparte en los corredores.
No sé nada de ella. Creo que duerme en el callejón del Mercado Central, una madrugada la ví moviendo sus cosas hacia allá. Lo único que sé es que es tan fiel como un fantasma, no hay mañana ni tarde ni noche que ella no vele la misma esquina. Ni siquiera cuando asoma algún encopetado político extranjero y se hace necesario redoblar la seguridad. Se mueve unos cuantos metros, lejos de todo el aparato de carros polarizados, radios y armas, pero no se despega de la misma banqueta.
La memoria es la intemperie. La memoria es el zumbido que se dispersa entre los vehículos y hace temblar las ventanas. La memoria es el paso rutinario de los solitarios en la esquina de la Sexta Avenida y séptima calle. La memoria es una bandera pesada que se escurre sobre una plaza con desempleados que se llama «Constitución». La memoria es un edificio disecado frente a los manifestantes que extienden sus mantas.
Vendrá uno y otro gobierno. La misma mujer seguirá vigilando la misma esquina. Vigila para que la memoria no se escape por completo y para que sus gritos nos enciendan una llama adentro.
Fuente: [https://casiliteral.com/2018/09/03/la-memoria-del-nylon-azul/]
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