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Meme Colom, el socialdemócrata que no lo fue

Edgar Rosales

Este 22 de marzo se cumplen 39 años del incalificable asesinato del líder Manuel Colom Argueta, perpetrado tanto intelectual como materialmente por militares de alta graduación de la época en connivencia con dirigentes empresariales; hecho que significó uno de los golpes más arteros contra las aspiraciones de democracia y desarrollo del pueblo guatemalteco.

Este asesinato, ocurrido en un marco represivo sin precedentes y que terminó por descabezar a lo más granado de la dirigencia del sector popular de la época, vino a complicar aún más la crisis política que vivía el país y, más aún, a agudizar la crisis de liderazgo que, casi cuatro décadas después, sigue siendo imposible de superar.

En esta ocasión no voy a repasar sus notables y extraordinarias ejecutorias políticas que lo consagraron como el mejor alcalde de la ciudad de Guatemala -en una sola administración de cuatro años- o el más visionario político de oposición que ha existido entre nosotros. Estimo que la literatura al respecto es florida e ilustrativa. (Si usted aún no ha leído el libro Meme Colom, líder de líderes puede descargarlo de la Biblioteca «Adrián Inés Chávez» de gAZeta. Es fácil, solo haga clic en este enlace: http://gazeta.gt/wp-content/uploads/2017/12/meme-colom-lider-de-lideres.pdf

Hoy quiero enfocar este homenaje en un asunto toral que ha sido abordado de manera tangencial: me refiero a la verdadera ideología que sustentaba.

Y es que a menudo se comete el error -incluso el que esto escribe ha incurrido en el mismo- de identificarlo como líder socialdemócrata. Tal cosa no es cierta. Para comprenderlo, debemos ubicarnos en el contexto que primaba en el escenario político latinoamericano de los años 70, marcado por las características radicales de la Guerra Fría, posición que era inevitable abordar en el seno de la Internacional Socialista, foro en el cual participaba el líder nacional, Manuel Colom.

La disputa entre los sectores no extremistas alcanzaba a los mencionados socialdemócratas y otras expresiones que se identificaban como socialistas no marxistas. Un ejemplo bastante ilustrativo era la disputa que se manifestaba entre organizaciones de izquierda, relativamente conservadoras, como el Partido Liberación Nacional de Costa Rica, frente a opciones más radicales, como el caso de los partidos que habían integrado la Unidad Popular de Chile durante el Gobierno de Salvador Allende.

En ese entorno referencial, Manuel se definía como socialista -a secas- y ello lo dejó muy claro durante una muy interesante reunión de trabajo con quienes integramos la juventud del Frente Unido de la Revolución -FUR-. En esa ocasión dijo, palabras más, palabras menos: «Somos socialistas no socialdemócratas, pero no podemos caer en la trampa de presumir de radicalismos irresponsables. Estoy consciente de que en Guatemala se tiende a confundir el concepto de socialista con el de comunista y ello puede significar efectos terribles para nuestra causa».

Por ello Manuel Colom siempre prefirió identificarse como el líder de las Nuevas Generaciones Revolucionarias, inspirado en la Revolución de 1944; especialmente en su fase más profunda, la encabezada por Jacobo Árbenz. En todo caso, independientemente de la definición, el paradigma estaba claro y definido: la única salida para superar la larga noche negra que agobiaba a Guatemala, no descansaba en las propuestas de un dirigente, por muy asertivo que se le considerara. Ni siquiera alrededor de las propuestas de un partido.

Para Manuel, la gran respuesta ante la imposición de la oligarquía y su gran aliado, el Ejército de Guatemala, pasaba necesariamente por la integración de una diversidad muy amplia de expresiones políticas y populares. Un gobierno representado por opciones que iban desde el centro derecha, como la Democracia Cristiana, que involucrara a movimientos populares no partidistas y abriera espacios a la guerrilla, en una fase ulterior.

Tan solo esa propuesta nos indica hasta dónde llegaba la visión y el compromiso de Manuel. Pese a que la dirigencia demócrata cristiana bloqueó en más de una oportunidad sus aspiraciones presidenciales y que los alzados en armas no desperdiciaban ocasión de desacreditar sus posturas no extremistas, él estaba convencido de que únicamente de esa manera se podría abrir el camino hacia la transformación de Guatemala.

Es decir, creía en una alianza de clases, de sectores y de voluntades, donde los únicos que no tendrían cabida serían los sectores que a punta de metralla defendían el establishment, que negaban el ejercicio de los elementales derechos políticos a los ciudadanos y mantenían aherrojada a la mayoría de la población, al concentrar el control de los sectores claves de la economía.
Sin embargo, como político curtido por los años de exilio, persecución y cárcel, también estaba convencido que un eventual gobierno encabezado por su partido, de manera aislada, estaría irremisiblemente condenado al fracaso. «Si no organizamos una sólida base popular, demos por descontado que en tres meses estos me dan golpe de Estado, como le ocurrió a Allende. ¿Y saben por qué? Porque nosotros sí vamos a impulsar las reformas de estructura que necesita nuestro país, pero no vamos a poder solos», expresó en alguna ocasión.

Y entre esas reformas, Manuel nunca ocultó su convicción de que la fiscal y la agraria eran fundamentales para emprender cualquier proceso de desarrollo, temas profundos que la socialdemocracia no contemplaba en su ideario.

La importancia de su planteamiento fue entendido por la dirigencia popular de entonces. Por ello, no nos extrañaban sus reuniones con el líder estudiantil Oliverio Castañeda de León, con los sindicalistas Israel Márquez, Pedro Quevedo y Quevedo o Manuel López Balam. Sabíamos que el gobierno popular del FUR necesitaba no solo a Américo Cifuentes, Alfredo Balsells Tojo o Carlos Duarte. Necesitaba a los mejores revolucionarios unidos por un esfuerzo común.

Hoy, al rememorar aquel desgraciado 22 de marzo, todavía con el dolor en el alma a causa del gran proyecto nacional que se frustró con su sangre derramada, vienen a mi mente sus palabras expresadas en uno de sus últimos encuentros públicos: «A mí me pueden matar a la vuelta de la esquina, así como mataron a López Larrave; como asesinaron a Fuentes Mohr o como acribillaron a Fito Mijangos. Pero lo que no puede morir; lo que debe crecer y debe perdurar, es el espíritu de libertad de mi pueblo, ante el cual me rindo con devoción revolucionaria».

Frases premonitorias, excepto en la última parte de esa declaración, porque ese espíritu inclaudicable que esperaba de la gente, sigue sin cumplirse y sin visos de hacerse realidad, al menos en el inmediato futuro.

En esta fecha, como cada año, recuerdo su compromiso infatigable, su sonrisa amistosa, sus discursos ilustrativos, su carisma incomparable… y la tensión de los días previos al fatal desenlace… y las balas… y su sangre. ¡Oh Manuel! ¿Por qué esos malditos se abrogaron el derecho de decidir sobre tu vida? ¡Sin la menor duda, hoy tendríamos otra Guatemala!

«A mí me pueden matar a la vuelta de la esquina, así como mataron a López Larrave; como asesinaron a Fuentes Mohr o como acribillaron a Fito Mijangos. Pero lo que no puede morir; lo que debe crecer y debe perdurar, es el espíritu de libertad de mi pueblo, ante el cual me rindo con devoción revolucionaria».

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Fotografía principal de la colección de Edgar Rosales.

Fuente: [http://gazeta.gt/meme-colom-el-socialdemocrata-que-no-lo-fue/]