Autor: Carlos López

Dubito, ergo sum

¿Dónde nace la pregunta? ¿Es parte de la naturaleza del ser? Todo indica que los seres humanos nacieron de una interrogación para la que todavía no hay respuesta y que esa condición de seres expectantes les vuelve menos tediosa la existencia al estar al acecho de búsquedas, de respuestas, así sean pasajeras, relativas. En esta actividad intelectual para la que no hay método sino laberintos, se va de lo simple a lo complejo, pero no a la inversa, sin más fin que crear. Al preguntar y responder se tiene la certeza de que las dudas se multiplicarán, lo que se vuelve casi un juego de espejos o de quitar las capas de una cebolla, para llegar al fin a la nada. El hombre y su duda ontológica son inmemoriales; también las respuestas.

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Corregir lo incorregible, de Carlos López

El trabajo del corrector es polémico e incomprendido. Las opiniones extremas sobre este oficio van desde afirmar que el corrector es un escritor frustrado hasta considerar innecesaria su labor. Hay escritores que piensan que su trabajo no debe ser tocado ni con el rasguño de una coma, pero hay otros que confiesan en privado —aunque nunca lo expresen por escrito ni den el crédito donde corresponde— que el corrector es coautor de su obra, que sin su ayuda sus textos serían un galimatías o más pobres o antiestéticos; Miguel Ángel Asturias decía que el trabajo del corrector era igual al del carnicero, mientras que José Saramago afirma que este oficio «pertenece al reino de la libertad». Carlos López

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