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Autor: Carlos López

Imagina cuán terrible será el día de tu muerte;

los otros seguirán hablando y tú no podrás contradecirlos.

Raja Ram Mohan Ray

¿Dónde nace la pregunta? ¿Es parte de la naturaleza del ser? Todo indica que los seres humanos nacieron de una interrogación para la que todavía no hay respuesta y que esa condición de seres expectantes les vuelve menos tediosa la existencia al estar al acecho de búsquedas, de respuestas, así sean pasajeras, relativas. En esta actividad intelectual para la que no hay método sino laberintos, se va de lo simple a lo complejo, pero no a la inversa, sin más fin que crear. Al preguntar y responder se tiene la certeza de que las dudas se multiplicarán, lo que se vuelve casi un juego de espejos o de quitar las capas de una cebolla, para llegar al fin a la nada. El hombre y su duda ontológica son inmemoriales; también las respuestas.

El primer hombre que le preguntó al otro ya tenía una respuesta propia, pero quería conocer lo que el otro pensaba, sin mayores pretensiones, sólo por seguir desentrañando el mundo. Así surgió el diálogo. El afán de conocer es imparable, se trae en los genes, aunque tenemos en la naturaleza varios ejemplos de animales que son más curiosos que los hombres: por algo se dice «que la curiosidad mató al gato».

Preguntar también es la manera más elemental de conocer a alguien; el vínculo comienza con el intercambio de preguntas y respuestas y la información sale poco a poco o de un tirón. Pero el que hace las preguntas lleva el mando y es quien conoce su arte. El que entrevista sabe que debe medir o provocar a su interlocutor, subir el fuego o atenuarlo y mantener un ritmo que sea atractivo, que tenga contrastes, puntos álgidos, aguas calmas, destellos. La entrevista debe tener en su estructura hilos que la tensen para que la atención no se pierda; mas no sólo es una tensión entre dos, sino entre tres, pues existe siempre un tercero, el que atestigua. Todo esto lo sabe José Luis Perdomo Orellana, quien afina su oficio cada vez que se enfrenta a un interlocutor. En Perdomo hay mucha creatividad en el momento, hay frescura; nunca descuido, ni improvisación; es notable su rechazo a los lugares comunes, tampoco los obtiene como respuestas. En La última y nos vamos, libro de entrevistas a escritores e intelectuales, Perdomo nos introduce a pláticas con personas habituadas a la reflexión y al trabajo con el lenguaje, escritores de gran calidad, algunos ganadores del premio Nobel: Nadine Gordimer, José Saramago, Octavio Paz, Günter Grass; ganadores del premio Cervantes: Juan Gelman, Sergio Pitol, y otros escritores igual de interesantes y certeros en su oficio, como Stephen Vizinczey, Carlos Illescas o Andrés Neuman. El libro no tiene sobras ni remanentes; cada entrevista aporta una idea, un recuerdo, una visión. En las respuestas encontramos amplitud, quienes responden van más allá de su oficio de escritores y entran de lleno a una reflexión sobre el mundo y la interioridad del ser humano. Destacan los contrastes entre, por ejemplo, Paulo Coelho y Fernando Vallejo, que no parecen vivir en la misma realidad cotidiana y caótica del mundo. Ninguno de los entrevistados, eso sí, tiene una posición aleccionadora; la inteligencia predomina en el libro, así como predominan el amor por el arte y el dolor por la injusticia de los sistemas políticos y sociales, las dictaduras, las crisis que perduran en la mayoría del planeta. Ideas inquietantes, como la defensa que hace Vizinczey de la relación entre adolescentes y mujeres maduras, o la opinión de Saramago sobre la vejez, el terror del desempleo, o la reflexión de Paz sobre la modernidad, el subdesarrollo y la memoria. El libro permite el movimiento de las ideas y el avivamiento de la sensibilidad como las que transmiten Gelman e Illescas con sus reflexiones sobre la poesía, además de ponernos al tanto de libros venturosos que los entrevistados escribieron o leyeron, como la novela en verso que escribió Benedetti o el entramado de la novela sobre las maras, de Rafael Ramírez Heredia. Perdomo sabe que el género de la entrevista está marcado por la brevedad, pero aun en este lapso queda impreso un testimonio valioso. El lenguaje hablado, la charla permiten vislumbrar las emociones inmediatas y captar el lado menos predecible de los autores. El libro tiene la particularidad de encadenar las entrevistas, de unirlas por ciertas anécdotas, por amigos en común entre los entrevistados, por lecturas que subyacen en los diálogos; todo esto forma un cuerpo equilibrado, no complaciente, atractivo. Un buen libro despierta el apetito de leer y éste lo consigue desde el principio; además, es un trabajo que no impone nada; la libertad que Perdomo transmite a sus entrevistados llega hasta los lectores. Como lo aclara en la noticia preliminar, ningún diálogo fue hecho por encargo o por quedar bien con alguien. El rigor de su oficio y el ejercicio de la libertad hacen de este libro un testimonio necesario e inspirador.

 

Carlos López