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Carlos Figueroa Ibarra

En estos días en los cuales en Guatemala se viven días decisivos para su futuro, he tenido la oportunidad de ver una entrevista al expresidente Alfonso Portillo. Se trata de la que le realizó Daniel Haering, conductor del programa difundido por internet y que lleva el nombre de Tangente. La entrevista me resultó interesante porque el conductor es un hombre inteligente conocedor de la política y de la ciencia política. Y el entrevistado también. Siempre he pensado que Alfonso Portillo es entre los últimos presidentes, el más culto y con mayor visión. Desafortunadamente tuvo dos inconvenientes mayores. En primer lugar, fue el elegido para sustituirlo como candidato ante la imposibilidad legal de serlo él mismo, por el mayor genocida de Guatemala: Efraín Ríos Montt. En segundo lugar, su gobierno no estuvo exento de vínculos con el crimen organizado y de la corrupción.

Durante los últimos años, Alfonso Portillo fue satanizado desde la izquierda y desde la derecha por ambos hechos. Las derechas, después involucradas con el Pacto de Corruptos, le hicieron la guerra mediática durante los cuatro años de su gobierno y después de 2004, cuando salió de la presidencia igualmente fue atacado. Como se recordará, fue capturado en 2010, permaneció tres años en prisión en Guatemala, fue extraditado a los Estados Unidos en donde permaneció encarcelado hasta 2015 cuando fue liberado y pudo regresar a Guatemala. Los cargos que le hicieron fue el de desfalco y lavado de dinero por cientos de millones de dólares. En total cinco años de cárcel y una tragedia: el suicidio en Chilpancingo de su primera esposa al verse involucrada en el hecho delictivo.

La entrevista revela de manera precisa el perfil de Alfonso Portillo. Habla con franqueza de su evolución política que comenzó con su involucramiento en México con el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) organización en la cual cumplió funciones de difusión y elaboración de documentos, su regreso a Guatemala a fines de los años ochenta del siglo XX y luego su largo periplo hacia partidos de centro izquierda, centro derecha y luego derecha: el Partido Socialista Democrático, la Democracia Cristiana, los contactos con Álvaro Arzú hasta finalmente recalar en el Frente Republicano de Guatemala (FRG) de Ríos Montt.

Interesante es advertir los arrepentimientos que confiesa Portillo. El primero de ellos haber matado a dos jóvenes en Chilpancingo, Guerrero, en medio de una trifulca en una fiesta en la que abundaba el alcohol; luego el haber permitido que el crimen organizado penetrara en su gobierno, aunque el expresidente atenúa el hecho diciendo que el mismo no tenía la importancia que tiene ahora. Finalmente, su arrepentimiento por haber sido adepto al marxismo en un momento de su vida en el cual vivió preso de la ideologización. Según afirma, logró salir de esa ideologización leyendo a los teóricos neoliberales Von Misses, Hayek, Schumpeter y Friedman. Cualquiera que haya leído críticamente a esos autores no puede sino concluir que los mismos son un monumento a la ideologización. El neoliberalismo está tan convencido de la justeza de sus dogmas, que los considera parte de la naturaleza humana y no una ideología.

Pero Alfonso Portillo no es neoliberal. Se autocalifica como socialdemócrata, lo cual por cierto implica tener una ideología. La sustenta en la lectura de Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Thomas Piketty. En ese momento la entrevista se vuelve reveladora y lo que dice en ella me resuelve el por qué en algún momento Portillo dijo que su vida cambió cuando conoció a Efraín Ríos Montt. Después de haber estudiado con detenimiento los diez y ocho meses en que fue presidente de facto para mi libro El Recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala concluí que Ríos Montt era genocida pero también de alguna manera antioligárquico, que era anticomunista pero también de alguna manera antineoliberal. Entre otros hechos, esto influyó en su derrocamiento en 1983.

Ríos Montt y Portillo se encontraron en esa área común y confluyeron en la necesidad de un Estado fuerte. En su momento, Ríos Montt pensó que para salvar a Guatemala del comunismo había que bañar al país en un mar de sangre y contar con un Estado fuerte que evadiera el estrecho espíritu de clase de la oligarquía. Después junto a Portillo pensó en ese mismo Estado fuerte para lograr el desarrollo económico del país. Por eso el expresidente considera equivocado catalogar a Ríos Montt como alguien de derecha. El gobierno de Portillo entró en conflicto con los grandes poderes empresariales y estos le pasaron la factura encarcelándolo. No estoy defendiendo a Portillo, solamente digo que antes y después hubo presidentes tan corruptos como él o más aun, y no les pasó nada.

Con esa perspectiva, Alfonso Portillo interpreta el momento actual en Guatemala. Desde que terminó su período presidencial, el Estado no solamente se debilitó merced al neoliberalismo sino perdió esencialmente su carácter público al ser cooptado por la corrupción y el crimen organizado. Habiendo él mismo permitido la infiltración del crimen organizado en su gobierno, deplora los extremos a los que ha llegado esa infiltración. Portillo manifiesta una esperanza que comparto: que Bernardo Arévalo logre establecer una nueva relación con las cúspides empresariales en la que establezca una autonomía del Estado con respecto “a los poderes fácticos”. En palabras de Andrés Manuel López Obrador, “la separación del poder político con respecto al poder económico”. Mis esperanzas van más allá: un Estado fuerte no es lo mismo que un Estado dictatorial ni genocida. Esto lo olvidaron Alfonso Portillo y los portillistas y por ello fueron condescendientes con Ríos Montt.

Un Estado fuerte no es lo mismo que un Estado dictatorial ni genocida. Esto lo olvidaron Alfonso Portillo y los portillistas y por ello fueron condescendientes con Ríos Montt.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Carlos Figueroa Ibarra
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