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Carlos López

Víctor Sosa (Montevideo, Uruguay, cerca del mar que los argentinos llaman río, 17 de octubre, 1956-Ciudad de México, 6 de agosto, 2020) fue poeta, crítico literario y de artes plásticas, maestro, traductor, pintor. Obtuvo el Premio Bellas Artes Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Artes Plásticas (1998) por Derivas del arte contemporáneo, el Premio Nacional de Poesía Pancho Nácar (2000) por Decir es Abisinia, la Mención de Honor del Ministerio de Cultura de Uruguay y de la Intendencia de Montevideo (2004), por Los animales furiosos, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, (2012) por Gladis monogatari, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (2012), por Ritornelo (inédito). Publicó, además, los libros de poesía Sujeto omitido (edición de autor, 1983), Sunyata (1990), Gerundio (1996), Mansión Mabuse (2005), La saga del sordo (2006), Nagasakipanema (2011), Poemas animales (2012), Lodos/lotos (2015), Oroboro (poesía reunida, 1992-2013) (2015); de ensayo literario La flecha y el bumerang (1997), El Oriente en la poética de Octavio Paz (2000), Rostros y rastros del siglo XX (2001); de ensayo de arte El impulso: inflexiones sobre la creación (2000); de teatro El principio de eternidad (2009). Parte de su obra fue traducida al portugués y aparece en varias antologías latinoamericanas.

Su formación integral —reflejada en su trabajo interdisciplinario— abarcó desde el ensayo, el género literario más difícil —no sólo por su elaboración conceptual sino por lo dialéctico de sus argumentos— hasta la forma más sintética, la poesía. Su formación literaria (en la que llegó a ser un erudito) fue autodidacta.

En su natal Montevideo estudió durante un breve lapso mecánica electrónica en la Universidad del Trabajo de Uruguay (utu), que lo cansaba mucho porque le tocaba limar; ahí también estudió dibujo publicitario por su gusto por el diseño gráfico, y un diplomado de teoría y crítica cinematográfica en la Cinemateca Uruguaya. Pero su centro de formación preferido fue el Sorocabana, lugar de encuentro de los intelectuales montevideanos, filósofos, poetas, exiliados españoles, profesores. Hizo diseños para la imprenta de los curas salesianos. En ese entonces ya escribía poemas. Su hermano Raúl —tres años mayor— cuenta que Víctor le mandó el cartel de Macunaima, un encuentro poético donde participó con dos textos surrealistas en tiempos de la dictadura más feroz de Uruguay.

Su infancia «no fue aquel paraíso/ perdido para siempre,/ ni la púdica rosa/ encantada del hombre.// Fue un infierno encontrado/ en las puertas del parto,/ una luz cegadora/ como un puñal hiriendo» escribió Víctor en su primer libro. Su padre trabajaba en una imprenta y les llevaba papeles para dibujar a sus dos hijos. Víctor hacía cowboys; prefería a su padre porque por las noches le inventaba cuentos (uno de sus favoritos era «El jabalí tuerto»), mientras su madre leía El Popular, el diario del Partido Comunista; Migró a Sao Paulo cuando era muy joven; ahí tenía un poeta amigo uruguayo, Alfredo Fressia. Regresó a Montevideo y de ahí se fue a Costa Rica, en 1979, cuando tenía 22 años, (en parte, por su rebeldía innata, y por conflictos con su madre, aunque su obra es un reconocimiento y homenaje a ella, que todo el tiempo lo impulsaba a leer y a amar la cultura y le leía poemas de su autoría); en ese país tomó diplomados de dramaturgia y lenguas portuguesa y francesa en San José.

Luego de vivir algunos años en ese país centroamericano —donde publicó el año de su partida su primer libro, Sujeto omitido, con una selección de su producción de 1976 a 1980—, se asentó, en 1983, en la Ciudad de México. Se nacionalizó mexicano en 1998. En su nuevo país escribió su obra más importante, que obtuvo el reconocimiento de diversos sectores de la cultura. Fue profesor en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en la Universidad Iberoamericana, en la Universidad del Nuevo Mundo y en el Centro de Capacitación Cinematográfica del Centro Nacional de las Artes. Dirigió Zona Uno, seminario permanente de apreciación poética, en la Casa Refugio Citlaltépetl.

Fue miembro del consejo editorial de las revistas Etcétera, de Curitiba, Brasil, y de Zúnai. Colaboró en Artes de México, Artvance, Biblioteca de México, Crítica, en El Ángel de Reforma, El Semanario de NovedadesLa Gaceta del fce, La Jornada Semanal, Letras Libres, Milenio, Origina, Sacbé, La Otra, Revista de la Universidad de México, Vuelta, entre otros. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en ensayo (1996-1997 y 1998-1999) y traducción literaria (1997-1998). En 2003 obtuvo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Ministerio de Relaciones Exteriores de Canadá la residencia para escritores en Banff. En 2001 representó a México en el Congreso Internacional Surrealismo: Actualidad y Subversión, en Sao Paulo, Brasil.

Un jurado compuesto por Francisco Hernández, Ernesto Lumbreras y Macario Matus concedió, de manera unánime, el Premio Nacional de Poesía Pancho Nácar al libro Decir es Abisinia, que editó la Universidad Iberoamericana en 2001. Víctor fue, jubiloso, a recoger el premio a Juchitán, Oaxaca, en 2000. 

En 2012 le otorgaron el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines por el libro «Gladis Monogatari, un delirante compendio de realidades y voces, un ejemplo gozoso de la libertad poética que sólo el rigor otorga. De voluntad ecuménica, incorpora temas y retóricas aparentemente irreconciliables que, por un logrado efecto de oposición, le descubre a los lectores la verdadera naturaleza del poema: antes que la iluminación, el claroscuro; antes que la belleza, el desconcierto; antes que la certeza, la ambigüedad», según el dictamen emitido por Hernán Bravo Varela, Marianne Toussaint y Claudia Hernández del Valle Arizpe.

2012 fue un año afortunado para la creación de Víctor; este año también obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen por Ritornelo. El jurado que así lo decidió estuvo compuesto por Alfredo Espinoza, María Baranda y María Rivera. En el epígrafe de Deleuze & Guattari está la clave de todo el libro: «El ritornelo es la voz que canta en un agujero negro»: la voz poética en la selva lingüística nos lleva con vértigo a profundidades rizomáticas, a veces ctónicas, como lo hizo en toda la obra posterior a Ritornelo, donde desaparece la estructura versal de la poesía de Víctor. Este libro le interesaba mucho al poeta; varias veces hizo notar su interés por verlo impreso. Editorial Praxis lo publicará el año entrante para cumplir su deseo, para rendirle homenaje, para difundir su valiosa poesía, para preservar su memoria.

Existe otro libro inédito Poesía reunida (2016-2019) que tiene en los interiores el título Sólidos que no aceptan más solutos, de 811 páginas, que da una idea de la ilimitada capacidad de Víctor para componer vigorosos poemas. Era tal su delirio creativo que escribía un poema todos los días y lo publicaba en su página electrónica. Vivió por la poesía, para la poesía.

Claudio Daniel refiere con mucho tino que Víctor «es un poeta capaz de construir extrañas arquitecturas verbales, alucinando el idioma. Arte mandálico, que combina y transfigura colores y elementos geométricos en camadas de sonido y sentido. Un poeta raro, que no se conforma con la mirada fotográfica, inmediata y concisa de las apariencias. Su chorro verbal, caudaloso, multifacético —sin escatimar lo oscuro y paradójico—, muestra una visión de lo real que no se reduce al simple montaje de un rompecabezas de pocas piezas». Las constantes referencias que hacía el poeta a Oriente desde Sunyata hasta Oroboro, el ensayo dedicado a Octavio Paz y su relación con esta región fundacional del mundo lo impregnaron en su mirada caleidoscópica, lúdica, plástica, múltiple.

Juan Alcántara se pregunta «¿cómo pudo, partiendo del poema miniatura, enigma concentrado, de Sunyata […] arribar a las densas superficies reverberantes de La saga del Sordo? ¿Qué lo ha llevado a escribir —¿escribir es la palabra?— esos magmas hablantes que parecerían no desplazarse sino, más bien, complacerse en extensos planos texturados que ocultan sus bordes y hacen que los lectores patinen o derrapen?». ¿Cómo llegó Víctor del balbuceo al diluvio de palabras caóticas pero armónicas? Mucho oficio, mucho conocimiento, mucho tiempo, mucha vida, mucho amor a su pasión final, la poesía, y pérdida absoluta al miedo de revolcar la lógica del discurso, para buscar la esencia y llegar a la conclusión con T. S. Eliot de que el ser humano imagina todo menos la poesía, como escribe en el último poema de Ritornelo.

Oír la lectura de sus poemas era un deleite desconcertante. A pesar de lo caótico de sus densas construcciones, el ritmo y la musicalidad, la cadencia, las pausas a pesar de lo desbordado de sus versos (que en sus últimos poemas ya no cortaba), Víctor conseguía lo que no consiguen muchos poetas sordos, que se oyera la poesía en sus poemas. Llegó al grado de ya no ponerle títulos a sus poemas; cuando ya no le alcanzaron los números romanos, empezó con los arábigos. Su locura creativa lo había rebasado en los últimos tiempos. Se murió en su etapa más productiva. Qué no hubiera hecho con más tiempo.

Hay quienes ubican a Víctor dentro del neobarroco de la literatura latinoamericana. Cualquier etiqueta que se le adhiera debe ubicarlo en la vanguardia. Su capacidad inventiva, su imaginación, su amplia cultura no se pueden encasillar de manera tan fácil, pero no hace falta. Él cumplió con su tiempo: hizo poesía que perdura.

Juan Alcántara se pregunta «¿cómo pudo, partiendo del poema miniatura, enigma concentrado, de Sunyata […] arribar a las densas superficies reverberantes de La saga del Sordo? ¿Qué lo ha llevado a escribir —¿escribir es la palabra?— esos magmas hablantes que parecerían no desplazarse sino, más bien, complacerse en extensos planos texturados que ocultan sus bordes y hacen que los lectores patinen o derrapen?»

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Carlos López